La Voz de Galicia

Un problema largamente aplazado

Internacional

Miguel-Anxo Murado

Bruselas prefirió fiarse de su buena suerte y en el poder balsámico de la burocracia, que al final no arregla los problemas pero al menos hace que se pierdan en el papeleo

28 Aug 2015. Actualizado a las 10:47 h.

Siempre se sospechó que esto podía ocurrir pero, como tantas cosas en la Unión Europea, Bruselas prefirió fiarse de su buena suerte y en el poder balsámico de la burocracia, que al final no arregla los problemas pero al menos hace que se pierdan en el papeleo. Por supuesto, a lo largo de los años se redactaron y se hicieron circular docenas de informes sobre inmigración, corrientes migratorias y refugiados, todos ellos traducidos a las diferentes lenguas de la Unión; pero esta burbuja de pasta de papel no se concretó en una política clara y realista para gestionar una crisis como la que se está viviendo estos días. Simplemente, se confió en que nunca ocurriría; al menos, no en esta escala.

Pero ha ocurrido, y ni siquiera dónde y cómo se esperaba. Al final no ha sido el África subsahariana, primordialmente, la que ha venido a llamar a puerta de la UE sino Oriente Medio. ¿Por qué? Está claro que no es casualidad que la mayoría de los refugiados que llegan a las fronteras europeas estos días procedan de Siria, Irak y Afganistán, o que en el Mediterráneo sea Libia el país por donde ha roto aguas esta crisis de proporciones descomunales. Son los países en los que se puso en práctica el sueño contradictorio de pacificar el mundo por medio de la violencia. Lo que nos llega ahora son los ecos del verdadero drama.

Pero al margen de los orígenes del problema, en todo caso, el hecho es que Europa sigue tener un plan para afrontarlo. Como sucede con la crisis del euro o la de la deuda griega, el sistema no está pensado para tomar decisiones que impliquen sacrificios desiguales entre los estados miembros. La crisis lo ha puesto al descubierto con toda su crudeza. Se ha pasado de hablar de la «familia europea» a referirse a la Unión como el «club europeo», un cambio de lenguaje revelador. El peso de la opinión pública es además ahora mucho mayor que hace unos años e, independientemente de su impacto real en la vida de las personas, la inmigración es uno de esos asuntos que definen el discurso político. Los gobiernos lo temen. En Bruselas, sin embargo, se lo trata como un simple problema de xenofobia que se puede resolver con campañas de concienciación. Los aspectos prácticos del problema, el cómo organizar un sistema de visados e integrar laboralmente, de manera generosa pero realista, a un flujo inconstante de trabajadores quedan sin discutir. Europa, simplemente, carece de un mecanismo para escucharse a sí misma.


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