La Voz de Galicia

Theresa May, la primera ministra que quiso ser de hierro

Internacional

Luís Pousa

En julio del 2016 llegó a Downing Street al grito de «brexit significa brexit», pero ha sido devorada por el proceso de salida de la UE y la eterna conspiración conservadora

25 May 2019. Actualizado a las 12:01 h.

Theresa May (Eastbourne, 1956) quiso ser una primera ministra de hierro. Pero Margaret Thatcher solo hay una en la historia y su mandato al frente del Gobierno británico entre 1979 y 1990 ya se estudia en los manuales de política. El de May tal vez también llegue a las aulas de las universidades, pero por causas menos gloriosas que el de la genuina Dama de Hierro.

Sus compañeros en la Universidad de Oxford recuerdan que, antes del ascenso al poder de Thatcher en 1979, May manifestaba abiertamente su aspiración de ser la primera mujer en alcanzar el 10 de Downing Street. Cuando se enteró de la victoria de la líder conservadora, sus amigas de la época admiten que la joven Theresa estaba «bastante irritada» por el varapalo a sus ambiciones. Tuvo que conformarse con ser la segunda primera ministra del Reino Unido. Y también tuvo que aguardar hasta julio del 2016, cuando David Cameron fue barrido del mapa por el insospechado triunfo del sí en el referendo del brexit y Theresa May le ganó a Andrea Leadsom el pulso para sucederle en el partido y el Ejecutivo.

Similitudes con Margaret Thatcher

No solo les une ser las únicas dos primeras ministras del Reino Unido. Margaret y Theresa comparten varios puntos de intersección en sus biografías. Ambas proceden de familias de clase trabajadora (el padre de Thatcher regentaba un ultramarinos y May es hija de un vicario anglicano) y lograron, con una voluntad a prueba de bombas, sentarse en las elitistas aulas de Oxford. Allí Theresa Brasier se graduó en Historia y conoció a su marido, Philip May, un discreto consorte al que vemos en las fotografías acompañándola cada domingo a misa en una parroquia rural de High Wycombe.

Antes de convertirse en la premier que accedió a su despacho entonando alegremente el lema «brexit significa brexit», May había sido durante seis años ministra del Interior, después de una larga trayectoria iniciada en 1997 con su elección como diputada por la circunscripción de Maidenhead (Berkshire). El mismo escaño que ha mantenido desde entonces, cuando un Tony Blair pletórico arrasaba en las urnas.

Asedio por tierra, mar y aire

Finalmente, el sector duro del Partido Conservador ha culminado su asedio por tierra mar y aire, y ha derrocado a esta política de 62 años que, si algo ha demostrado desde su aterrizaje en el 10 de Downing Street para asumir la gestión de la debacle heredada de Cameron, es una indiscutible resiliencia. Sobre todo si tenemos en cuenta que ella no estaba entre los partidarios de la salida del Reino Unido de la UE, sino que era una tibia remainer

Porque May es una superviviente nata, a la que hasta ahora nadie había podido doblar el brazo, y que ha sido derribada después de que durante tres años el país se haya sumergido en un tenebroso callejón sin salida tratando de acertar con la tecla para ejecutar el portazo a la Unión Europea aprobado en referendo aquella funesta noche de San Juan del 2016. 

La sacrosanta unidad del partido

Dos han sido las obsesiones de Theresa May desde que recogió el envenenado testigo de Cameron. En primer lugar, asumir la responsabilidad de dirigir el divorcio de Bruselas de la forma menos traumática posible para el Reino Unido (ya que, hasta sus más firmes defensores admiten ya sin tapujos que el brexit provocará una lluvia de sangre, sudor y lágrimas al otro lado del Canal de la Mancha). Y, last but not least, algo crucial para una tory de corazón como ella: mantener a toda costa la unidad del venerable partido. Uno de los argumentos de su elección en el 2016 como líder conservadora y primera ministra fue precisamente que era la candidata ideal para aglutinar a una formación fracturada y enredada en mil intrigas y conspiraciones para acceder al poder a cualquier precio (aunque, como hemos visto, la cuenta la tuviese que pagar el propio Reino Unido).

De nada han servido su probada capacidad de trabajo, sus agallas, su indomable tenacidad y la seriedad con la que ha afrontado su tarea. Es conocida entre sus compatriotas por repetir una frase: «La política no es un juego». Tal vez la sentencia haya sido cierta durante siglos. Pero vivimos en los tiempos de Trump, el brexit y los populistas que pisotean las uvas de la ira para embriagarse con el vino de sus descomunales mentiras. Y la política es ahora un juguete roto por el que ya se pelean -entre las dagas y los cortinajes de Westminster- los insaciables Boris JohnsonDominic Raab y Andrea Leadsom.


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