Navalni, una bomba de relojería que podría reventar el régimen de Putin
Internacional
La desconvocatoria de protestas por el frío polar dan un respiro al Kremlin en el país, pero no así la presión de EE.UU. y Europa
07 Feb 2021. Actualizado a las 18:30 h.
El principal adversario político del Kremlin, Alexéi Navalni, «está en prisión, cerca de once mil personas detenidas (...) hasta los periodistas son ahora golpeados y encarcelados, la presencia o ausencia de abogados no afecta al resultado de los casos. Este es el resultado de la breves protestas invernales en Rusia y ahora las movilizaciones se han pospuesto hasta la primavera o el verano», escribía el viernes el periodista Antón Orej en la web de la radio Eco de Moscú, uno de los no muchos medios de oposición que quedan todavía en el país.
Efectivamente, el equipo de Navalni ha desconvocado las manifestaciones que había previsto para este domingo debido a la gélida ola de frío polar que acaba de entrar desde el Artico y para evitar que se desate de nuevo un aluvión de arrestos, brutalidad policial y hasta torturas, según han denunciado los partidarios del líder opositor en Moscú y en algunas regiones de Rusia.
Los detractores del régimen, no obstante, advierten de que las protestas irán aumentando a medida que se acerque el otoño, cuando deberán ser convocadas las próximas elecciones parlamentarias, si continúa la tónica de excluir de las listas a los candidatos críticos con el poder. Los procesos pendientes contra el principal dirigente opositor del país también podrían provocar nuevas manifestaciones.
Parece, no obstante, que el presidente Vladímir Putin va a tener ahora un respiro, al menos en lo relativo a la presión interna. Pero no a la que se está ejerciendo desde el exterior. Washington ha lanzado un ultimátum al Kremlin para que libere a Navalni bajo amenaza de decretar nuevas sanciones y la Unión Europea podría aplicar medidas de la misma naturaleza. La viabilidad del gaseoducto Nord Stream-2, para transportar carburante ruso directamente a Alemania, podría peligrar. El Kremlin ya tuvo que afrontar en el invierno de 2011-2012 multitudinarias protestas por el pucherazo en las legislativas y el 2019 fue también un año conflictivo para Putin. Su principal adversario consiguió hacer daño a su partido, Rusia Unida, en los comicios de septiembre con el llamado «voto inteligente», consistente en votar al candidato, da igual de qué formación, con más posibilidades de batir al presentado por el Kremlin.
Sin embargo, esta vez, la repulsa que generó el envenenamiento de Navalni, el pasado verano en Siberia, su detención nada más regresar a Rusia tras recibir tratamiento en Alemania y la sentencia a dos años y ocho meses de cárcel dictada el pasado martes, de un caso que ya quedó cerrado en el 2014 con una condena de prisión condicional o suspendida, ha hecho aflorar una corriente de simpatía y solidaridad hacia Navalni que va más allá de sus habituales partidarios.
A las manifestaciones de los pasados 23 y 31 de enero acudieron centenares de miles de personas a lo largo de todo el país. A juicio del director del Consejo de Política Exterior de Rusia (RSMD), Andréi Kortunov, «el encarcelamiento de Navalni provocará en la sociedad rusa una escisión aún más profunda». Algunos de sus colegas opinan que, no solo en la sociedad, sino también dentro del sistema de poder la división empezó a cundir cuando la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas del este de Ucrania provocaron una avalancha de sanciones. Aquello complicó la vida en Occidente de muchos altos cargos y magnates, que adquirieron allí inmuebles, negocios, además de enviar a sus familias a vivir o a sus hijos a estudiar.
Otro factor que también partió en dos a la sociedad rusa fue la decisión que el jefe del Kremlin adoptó el año pasado de enmendar la Constitución para eternizarse en el poder. Se daba por hecho que el actual presidente tendría que ceder el mando en el 2024, como ya hizo en el 2008 con Dmitri Medvédev, pero ahora no tendrá ningún obstáculo si deseara continuar hasta el 2036. De ahí que muchos crean que Navalni cuenta con apoyos en ciertos sectores del régimen. Sería la alternativa, controlada desde dentro del sistema, para descabalgar a Putin, modificar cardinalmente la política exterior del país y poder normalizar las relaciones con Occidente.
El politólogo Kirill Shamíev cree que metiendo a Navalni en la cárcel Putin no va a acabar con la disidencia. «Si él va a seguir privado de libertad, vendrán otros a encabezar la lucha y puede que de forma más radical (...) máxime cuando en el horizonte se divisa un empeoramiento de las condiciones de vida y de la economía a causa de la pandemia y de las sanciones internacionales», estima Shamíev en declaraciones a la publicación digital Meduza.
Claro, el presidente ruso sigue teniendo la sartén por el mango porque controla las Fuerzas de Seguridad, el Ejército y el FSB, los servicios secretos, pero, según Shamíev, «la coerción y la violencia se pueden emplear hasta cierto punto, cuando son excesivas, como estamos viendo ahora, lo que hace es movilizar todavía más a la gente».
Vladímir Guelman, profesor de la Universidad Europea de San Petersburgo, considera que depender en demasía de los uniformados lleva a que estos adquieran vida propia. «Pueden terminar llegando a la conclusión de que defienden a un líder impopular y decidan ellos mismos echarle del poder. Este escenario se da con frecuencia en los regímenes autoritarios».