El último baile del «stambeli» en Túnez
Internacional
Un grupo musical trata de difundir un género conectado con el sufismo
28 Nov 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Desde los 12 años, Riadh Ezzawech ha consagrado su vida a la práctica y difusión del stambeli, un género musical creado tras la llegada a Túnez de miles de esclavos arrancados del África subsahariana hace varios siglos. En estas últimas cuatro décadas, muchas cosas han cambiado, y pocas lo han hecho en una dirección favorable al stambeli, que hoy se encuentra en serio peligro de extinción. Evitar tal destino se ha convertido en una obsesión para Ezzawech, un músico que ha recorrido los escenarios del mundo dando a conocer ese género, al que algunos comparan con el jazz por sus raíces africanas y su carácter mestizo.
Al principio, la pasión de Ezzawech por el stambeli se asemejó a uno de aquellos amores románticos e improbables. Nada encaminaba a aquel hijo de un musulmán devoto de la clase media capitalina a la práctica de un arte asociado a los descendientes de esclavos y a sus ritos animistas. «Mis padres se pusieron enfermos cuando les dije que quería ser músico de stambeli. Para ellos era algo vergonzoso. Pero no lograron evitarlo», explica con una sonrisa gastada. Aunque no era miembro de la comunidad negra, los maestros del stambeli acabaron adoptando a Ezzawech como un miembro más y le enseñaron todos sus secretos. Y es que el stambeli es o, mejor dicho, era más que un ritmo musical.
Aparte del maestro, que toca un instrumento de cuerda llamado gombri, una figura clave es la de la arifa. «Ella no solo recitaba las canciones, sino que ejercía de mediadora dentro de la comunidad. Además, cuando la gente tenía algún mal, acudía a ella, y las sesiones de stambeli solían ser parte de la cura», recuerda con nostalgia Ezzawech. La medicina moderna ha puesto fin a la figura de la arifa, pero no a los giros frenéticos y repetitivos de los bailarines, que intentan entrar en trance y conectar con una realidad más allá de la física.
Es a través de esta vertiente espiritual que el stambeli conectó con el sufismo, la versión más popular del islam y que se caracteriza por el culto a los hombres santos como mediadores entre los fieles y Dios. De hecho, el stambeli se halla hoy íntimamente vinculado al sufismo, pues con el paso del tiempo aquellos esclavos de ritos animistas se islamizaron. Por eso, más que pensar en el stambeli como una trasposición de un arte del África central en Túnez, debe ser considerado como el fruto de siglos de fusión cultural.
Esto explica que la sede de la asociación que Ezzawech creó en el 2016 para la enseñanza y difusión del stambeli sea en la zawia —un pequeño santuario sufí— dedicada al maestro sufí Sidi Ali Lasmar. Este reposa en una de las estancias de la zawia, situada cerca de la antigua muralla que rodeaba la medina de Túnez y a la que acuden los fieles en busca de ayuda desde hace más de cinco siglos. Sin embargo, como sucede con el género musical, la existencia del propio templo está en peligro por el proceso de gentrificación que padece esta parte de la medina de Túnez.
En teoría, correspondería al Estado la responsabilidad de preservar el santuario, pero no ha mostrado ningún interés, como tampoco nunca lo ha hecho por el stambeli. Habib Bourguiba, el padre de la independencia, aspiraba a convertir Túnez en un país laico, y menospreciaba toda expresión cultural asociada a «supersticiones». Posteriormente, a causa de un asentado racismo estructural, el Estado no ha tratado este género musical como parte del patrimonio cultural tunecino, sino más bien como algo ajeno.
A todos estos obstáculos, se suma el desinterés de los jóvenes por aprender un arte que genera pocos ingresos y que no llevará a la fama. A pesar de estar debilitado por los efectos de una larga enfermedad y de una mirada que destila tristeza, Ezzawech no piensa dar su brazo a torcer. Al menos, no todavía.