La Voz de Galicia

Así es la vida de los presos políticos rusos: aislamiento, mala alimentación y castigos sin motivo

Internacional

J. Gómez Peña Madrid / Colpisa
Vladimir Kara-Murza, opositor ruso.

La muerte del disidente Alexéi Navalni en una cárcel del Ártico reaviva las críticas por las condiciones que sufren los condenados, «a quienes se quiere quebrantar su espíritu»

29 Feb 2024. Actualizado a las 05:00 h.

 Alexánder Solzhenitsin, premio Nobel de Literatura en 1970, describió en Archipiélago Gulag su calvario en un campo de concentración soviético. Pasó años tras los barrotes: «El bozal de nuestra ventana». La penitenciaría donde falleció el pasado 16 de febrero el líder opositor ruso Alexéi Navalni es la IK-3, conocida como Lobo Polar por su ubicación en el Ártico. Abrió sus rejas en 1961 levantada en el solar del antiguo Gulag 501. Hasta allí enviaron a Navalni, donde falleció por causas aún no aclaradas.

En ese infierno de hielo, los presos políticos malviven aislados, mal alimentados y reciben castigos sin motivo. «El Estado busca quebrantar su espíritu», denuncia Grigori Vaypan, abogado de Memorial, una organización que defiende los Derechos Humanos y que como Solzhenitsin recibió el Nobel, en este caso de la Paz. «Nadie en el sistema penitenciario ruso está a salvo», lamenta.

Alexander Solzhenitsyn.YURI GRIPAS

«Un Estado en guerra solo sirve como excusa para la tiranía doméstica», escribió Solzhenitsin. Meduza, un servidor de noticias ruso en el exilio, en Letonia, describe el interior del presidio donde murió Navalni con testimonios de antiguos reclusos que guardan su anonimato. Hablan de prisiones dentro de la prisión. De galerías separadas con celdas de aislamiento y de castigo de poco más de dos por tres metros. Féretros de hormigón. «Todo, hasta el pasillo, está cubierto de hongos». En invierno, el preso se congela; en verano, se ahoga sin casi aire. Dos días antes de fallecer, Navalni había salido de una de esas trampas en las que era un inquilino habitual. En ocasiones, su delito fue no abotonarse correctamente el uniforme o no mantenerse con las manos detrás de la espalda.

«Para los presos políticos, la situación suele ser peor, porque el Estado pretende castigarlos aún más», apunta Vaypan. Alexéi Gorinov, antiguo miembro de un consejo municipal de Moscú, cumple siete años de prisión por criticar la invasión de Ucrania. Sufre una afección respiratoria crónica, agravada por la extirpación de parte de un pulmón. Su salud se deterioró durante las seis semanas que pasó en régimen de aislamiento.

Sin fuerzas ni para sentarse o hablar, según contaron a Asociated Press sus allegados, fue por fin trasladado a un hospital penitenciario. Le despertaban cada dos horas porque está clasificado como un preso con alto riesgo de fuga y, según las normas, hay que confirmar periódicamente su paradero. Otro represaliado, Vladimir Kara-Murza, cuenta que en una ocasión le ordenaron recoger la ropa de su cama. Al hacerlo dejó de tener las manos tras la espalda. Y eso va contra las normas. Fue castigado.

«Comida muchas veces no comestible»

Yulia Naválnaya, esposa de Navalni, describió cómo eran las comidas en la cárcel: «Gachas para el desayuno, sopa y gachas en el almuerzo y gachas con arenque de cena». El propio Navalni habló de una alimentación «insuficiente que muchas veces no es comestible». Los presos tienen que comprar, si pueden, comida por su cuenta en el mercado negro de los presidios. La fruta y las verduras son un lujo al alcance de pocos.

Más allá del caso de Navalni, el medio Meduza recoge testimonios de presos rusos sacados al exterior cuando las temperaturas bajan con mucho de cero grados y son rociados con agua fría. Denuncian palizas, aplicadas por otros presos que hacen ese trabajo sucio sobre compañeros de galería. Violaciones con porras. Descargas eléctricas. «Allí [en la cárcel IK-3] saludan a los recién llegados con golpes al ritmo de la música. Los funcionarios no se manchas la manos. Son presos los que torturan a los nuevos», cuentan antiguos reclusos.

En IK-3, según Meduza, solo pueden dar paseos de una hora metidos en un patio de hormigón con una red en el techo. Y los que están en una celda de castigo pasean en solitario. Muchos enferman. Pero eso suele ser un castigo añadido. En otro testimonio, un preso relata cómo hasta el 2019 para pasar consulta médica tenían que esperar en el exterior, a 40 grados bajo cero, metidos en una jaula.

 


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