Lo mejor de la poesía española e hispanoamericana
La Voz de la Escuela
La antología poética que La Voz de la Escuela ofrece cada mes amplía su ámbito a los más destacados creadores de allende el Atlántico
13 Nov 2013. Actualizado a las 11:04 h.
Esta es la segunda de las publicaciones mensuales de este curso dedicada a poemas de la literatura hispanoamericana. Son poemas que no solo debemos conocer, sino que de ellos deberíamos recordar versos y estrofas y saber el nombre de sus autores, porque han pasado ya a las páginas de oro de la literatura universal. Para que este recorrido sea más fructífero, os propongo un sencillo método de trabajo en la clase de Lengua y Literatura Castellana:
1. Leemos, uno a uno, todos los poemas.
2. Escogemos el que más nos haya gustado, por la razón que sea: por su contenido, por su forma o por ambas cosas a la vez.
3. Lo copiamos en el cuaderno de Lengua.
4. Analizamos la rima del poema (asonante, consonante o libre).
5. Analizamos la medida de los versos y las figuras literarias que reconozcamos.
6. Explicamos cuál es el tema principal o el contenido del poema.
7. Leemos el poema varias veces hasta aprenderlo. Después, siguiendo las indicaciones del profesor, lo recitamos en clase.
8. Recogemos información sobre los autores de estos poemas y redactamos un breve informe sobre cada uno. Se puede utilizar el libro de texto de Lengua Castellana y Literatura o recurrir a Internet.
9. Algunos de estos poemas han sido musicados por cantautores. Los buscamos en YouTube y los escuchamos.
10. Comprobamos las variaciones que se han producido y, sobre, todo, disfrutamos de ellos.
Marinero en tierra
(Rafael Alberti, Puerto de Santa María, 1902-1999)
Estos versos de Rafael Alberti pertenecen a su primera obra, «Marinero en tierra», una de las más conocidas del poeta, por la que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 1925. Esta obra fue escrita durante los meses en que el poeta tuvo que estar a tratamiento en un sanatorio de la sierra del Guadarrama por una afección pulmonar. Con un estilo sencillo, recoge su nostalgia por su mar brillante de Cádiz.
1
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste acá?
2
Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
No volveré a ser joven
(Jaime Gil de Biedma, Barcelona, 1929-1990)
Jaime Gil de Biedma fue un miembro destacado de la escuela de Barcelona y uno de los poetas sobresalientes de la promoción de los años 60. Algunos críticos lo consideran el punto de arranque de la poesía contemporánea española por su atención a los avatares de la vida diaria, pero con un gran cuidado por la expresión literaria.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Insomnio
(Dámaso Alonso, Madrid, 1898-1990)
Dámaso Alonso, profesor y erudito, empezó su carrera poética en la línea de la generación del 27, de los que era coetáneo. Pero, tras la contienda civil del 36, su poesía se volvió más crítica y se hizo «desarraigada», con una impronta existencialista que serviría de referencia a la posterior poesía social de los años 50.
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad
de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?
Era mi dolor tan alto
(M. Altolaguirre Málaga, 1905?Burgos, 1959)
Formó parte de la generación del 27, cuyos integrantes publicaron poemas en la revista «Litoral» que él había fundado. Con una producción poética breve y desigual, quizá sea el poeta más intimista y espiritual de todos ellos, con un tono cordial y cercano.
Era mi dolor tan alto,
que la puerta de la casa
de donde salí llorando
me llegaba a la cintura.
¡Qué pequeños resultaban
los hombres que iban conmigo!
Crecí como una alta llama
de tela blanca y cabellos.
Si derribaran mi frente
los toros bravos saldrían,
luto en desorden, dementes,
contra los cuerpos humanos.
Era mi dolor tan alto,
que miraba al otro mundo
por encima del ocaso.
Donde habite el olvido
(Luis Cernuda, Sevilla, 1902?México, D. F., 1963)
Este poema lleva el mismo título que el libro al que pertenece y ambos tienen un halo neorromántico, muy en la línea de Bécquer, del que Cernuda fue, ya desde niño, un admirador incondicional. Realmente el conjunto del libro es una elegía amorosa, fruto de las desventuras sentimentales del poeta con un joven actor gallego llamado Serafín Fernández Ferro.
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo solo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
Romance de Abenámar
(Anónimo)
Esta es una de las composiciones más destacadas del romancero viejo. Recoge el diálogo entre el rey don Juan de Castilla y el moro Abenámar con la ciudad de Granada al fondo. El rey la metaforsea en mujer y le habla a la ciudad como si tuviera esa condición femenina. El rey de Castilla no solo desea conquistarla, sino que quiere poseerla con la delicadeza de los amantes, tanta era su hermosura.
-¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que diría:
-Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.
-Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
-El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
-Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
Yo soy un hombre sincero...
(José Martí, La Habana, 1853?1895)
Este político cubano, líder ideológico de la independencia de Cuba, escribió varios libros de poesía -además de ensayos de contenido político- en un estilo propio y brillante que se considera precursor del modernismo junto con el gran poeta nicaragüense Rubén Darío.
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma,
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
en los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
de las yerbas y las flores,
y de mortales engaños,
y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
de las mujeres hermosas:
y salir de los escombros,
volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez -en la reja,
a la entrada de la viña,-
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
que gocé cual nunca: cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcalde llorando.
Oigo un suspiro, a través
de las tierras y la mar,
y no es un suspiro, es
que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
volar al azul sereno,
y morir en su guarida
la víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
todo es música y razón,
y todo, como el diamante,
antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol marchito
mi muceta de doctor.