La Voz de la Salud

Las relaciones que cuidan nuestro cerebro: «La soledad se asocia a un riesgo 56 % mayor de ictus»

Enfermedades

Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD
El riesgo de sufrir un ictus se incrementa en un 56 % en aquellas personas que tienen soledad crónica, según un estudio de Harvard.

Un nuevo estudio realizado por la Universidad de Harvard halló una relación entre la soledad no deseada y el riesgo cerebrovascular a partir de los 50 años

03 Aug 2024. Actualizado a las 05:00 h.

El impacto de la soledad en la salud es un fenómeno cada vez más estudiado, dado el aumento de la prevalencia de este estado emocional en la población. A nivel cerebral, el contacto social tiene tanta importancia que, si se hace un TAC a una persona que se siente sola, se puede ver cómo este órgano se ha ido encogiendo, lo que indica una aceleración del proceso de envejecimiento, como explica el neurocientífico Marc Milstein. Un dato que resulta especialmente preocupante en un país como España, donde un informe elaborado por Once indica que, en el 2024, uno de cada cinco ciudadanos se siente solo. Sobre todo, las cifras de soledad son elevadas en personas mayores de 55 años, llegando a afectar al 20 % de estos individuos.

Pero los efectos de sentirse solo van más allá de envejecernos. Un estudio reciente de la Universidad de Harvard, publicado en eClinicalMedicine, una revista científica perteneciente a The Lancet, ha analizado datos de pacientes a lo largo de 12 años y halló que unos niveles más elevados de soledad no deseada se asocian a una incidencia más alta de ictus.

El estudio

El equipo de Harvard examinó una base de datos del Estudio de Salud y Jubilación (HRS), «una muestra longitudinal representativa a nivel nacional de individuos en los Estados Unidos de 50 años o más, y sus cónyuges de cualquier edad», explica a La Voz de la Salud la doctora Yenee Soh, investigadora asociada en la T.H. Chan School of Public Health, de Harvard y autora principal del estudio.

A partir de estos datos, se realizaron dos series de análisis, con cuatro años de diferencia entre ambos. En un primer momento, se pidió a más de 12.000 participantes que respondieran a un cuestionario sobre la soledad, para situarlos en una escala según sus resultados. Cuatro años después, los participantes que permanecían en el estudio (cerca de 9.000) respondieron nuevamente a las mismas preguntas.

Posteriormente, los investigadores clasificaron a los participantes en cuatro grupos según sus niveles de soledad en los dos puntos temporales. Así, estaban, en primer lugar, los solitarios de inicio reciente, aquellos que al principio sentían menos soledad que en el seguimiento. En segundo lugar, los remitentes, que habían disminuido sus niveles de soledad con respecto a la encuesta inicial. En tercer lugar, los que no se sintieron solos en ninguno de los dos momentos y, por último, aquellos que tuvieron niveles de soledad consistentemente altos, es decir, soledad crónica.

«En primer lugar, analizamos cómo la soledad inicial se asociaba con el riesgo de sufrir un ictus durante el período de seguimiento, entre el 2006 y el 2018, controlando los factores de riesgo sociodemográficos, de salud y conductuales. A continuación, realizamos un segundo conjunto de análisis entre los casi 9.000 individuos que proporcionaron dos evaluaciones a lo largo del tiempo, analizando el riesgo de sufrir un ictus de cada uno de los cuatro grupos durante el período de seguimiento», detalla la doctora Soh.

Los hallazgos fueron contundentes. «Aquellos con soledad crónica, es decir, quienes informaron sentirse solos en ambos puntos temporales, tuvieron un riesgo 56 % mayor de sufrir ictus con respecto a los que no habían reportado sentirse solos en ninguno de los dos momentos», explica la experta.

Este aumento en el riesgo no fue tan marcado en aquellos que tenían una soledad de inicio reciente, ni tampoco en aquellos que habían dicho sentirse solos al inicio, pero no cuatro años después, «aunque la soledad evaluada en un punto temporal se asoció con un riesgo 25 % mayor, lo que sugiere que el impacto de la soledad en el riesgo de ictus se produce a largo plazo», concluye Soh.

«Estos hallazgos resaltan que es importante evaluar rutinariamente la soledad, ya que las consecuencias pueden ser peores si no se identifica o si se ignora», señala la experta de Harvard.

El neurólogo Javier Camiña, de la Sociedad Española de Neurología (SEN) explica que «este trabajo está muy bien porque remarca la soledad no deseada, la sensación de sentirse solo. Hay una diferencia entre esa soledad y el aislamiento social que puede ser elegido. Es importante la definición de soledad, que en este caso, sería la diferencia entre el contacto social que tiene una persona y el que desearía tener. Eso es interesante porque marca que la soledad no deseada mantenida a lo largo del tiempo es la que acaba siendo un riesgo para esta población».

Homo socialis

No es ningún secreto que los humanos somos seres sociales. Este tópico señala una realidad evolutiva de nuestra especie: construir lazos sociales está en la naturaleza de las personas desde el inicio de los tiempos, cuando aventurarse solo apartándose del grupo podía suponer un riesgo elevado de ser atacado por un depredador.

Aunque en las sociedades modernas este ya no sea el caso, está claro que necesitamos relaciones fuertes y positivas para enriquecer todos los aspectos de nuestra vida, desde lo personal y familiar hasta lo profesional. El psicólogo Diego Antelo explica qué puede ocurrirnos cuando perdemos esos vínculos: «El primero de los efectos es el físico. La soledad a veces conlleva hábitos tóxicos, como comer mal, no practicar deporte, consumir alcohol, tabaco o abusar de los medicamentos».

«A nivel emocional, el sentir que uno tiene pocas perspectivas sociales provoca abandono, aislamiento, insatisfacción y falta de interés en las actividades. Si practico deporte, me debería dar tranquilidad, relajación, liberación de la angustia. Pero puede que, por sentirme solo, o por no experimentar satisfacción a nivel social, ese deporte deje de proporcionarme ese bienestar. El problema está en que la persona no sea capaz de disfrutar de lo que hace debido a esa condición de baja deseabilidad», detalla el psicólogo.

Esto suele ocurrir, sobre todo, en dos grupos de individuos, los jóvenes y las personas mayores. «Lo que pasa mucho con la jubilación es que le has dedicado todo el tiempo a trabajar, a los hijos, a tu proyecto de vida, y llegas a esa etapa sin haberte preparado para ella. Entonces, te encuentras con esa situación hasta que le encuentras el sentido a ese tiempo», observa Antelo.

Aislamiento social

Si bien la soledad presenta una relación con el riesgo de sufrir patologías vasculares cerebrales, la doctora Soh aclara que «es difícil establecer la causalidad a partir de un estudio observacional». No obstante, el estudio de Harvard «controló una amplia gama de características sociodemográficas, conductas y condiciones de salud y aislamiento social y síntomas depresivos que podrían confundir la asociación entre soledad y accidente cerebrovascular», asegura. Así, se tuvieron en cuenta elementos como los niveles de actividad física, consumo de alcohol, tabaquismo, diabetes o hipertensión, así como la edad, el sexo, la raza y el nivel educativo y de ingresos de los participantes.

Entonces, ¿cómo se relaciona el riesgo cerebrovascular con la soledad? «Según la literatura, existen tres vías generales que describen cómo la soledad puede afectar el riesgo de sufrir un ictus, la fisiológica, la conductual y la psicosocial», explica Soh. Dentro de esta última vía, explica, «quienes experimentan soledad crónica pueden ser individuos incapaces de desarrollar o mantener relaciones sociales satisfactorias, lo que puede dar lugar a dificultades interpersonales a largo plazo».

En este sentido, Camiña señala que «en este estudio se plantean efectos a corto y a largo plazo. A largo plazo, a menudo la depresión, la soledad y la ansiedad pueden activar mecanismos que favorecen la inflamación y eso puede acabar suponiendo a medio o largo plazo un daño a nivel cardiovascular, metabólico e inmunitario. En muchas enfermedades neurodegenerativas hay procesos de inflamación cerebral discreta, que no se mide en analíticas de sangre, pero que favorece un funcionamiento anormal de algunos circuitos que perpetúa los síntomas. Esto ocurre, por ejemplo, en las migrañas».

«Ya teníamos claro, en enfermedades neurodegenerativas, que la soledad no deseada aumentaba el riesgo en edad adulta y también sabíamos que, en personas mayores, aumentaba el riesgo de desarrollar demencias. En este caso, el aumento del riesgo de aparición de un ictus sugiere que las personas solas son más vulnerables, aunque no queda claro el mecanismo definitivo que lo provoca. Probablemente, puedan ser personas con menor cumplimiento del tratamiento y con una menor búsqueda de cuidados. Y de hecho, en muchísimas enfermedades neurológicas, por ejemplo, el estar casado o tener familia facilita que el paciente pueda llevar a cabo el cumplimiento de sus controles médicos», observa Camiña.

Como ha señalado Antelo, la clave está en el impacto, directo e indirecto, que la soledad puede tener en nuestro estilo de vida. El neurólogo Ángel Chamorro, jefe de la unidad de patología vascular cerebral del Hospital Clínic de Barcelona, señala que el riesgo aparece «a través de los hábitos de vida que conlleva la soledad, no por la soledad en sí misma. Estamos yendo hacia sociedades solitarias que nos conducen a estilos de vida abandonados: se come mal, no se hace ejercicio. Eso incrementa el riesgo de tener problemas médicos por vivir solos, no el hecho en sí de la soledad, sino el tipo de vida al que puede conducir».

«En términos más generales, se ha descubierto que numerosos determinantes sociales están asociados con un mayor riesgo de ictus. Algunos pueden ser factores previos y otros pueden ser más proximales en la vía de un factor de riesgo vinculado al riesgo de ictus. Para la prevención del ictus, será más eficaz pensar de forma holística en los determinantes sociales, en cómo los diferentes determinantes sociales se vinculan entre sí y con el riesgo de ictus, y en cuáles son los factores contextuales que también pueden influir en los determinantes sociales a nivel individual», concluye Soh.


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