La Voz de la Salud

Marta Redondo, psicóloga: «Las emociones negativas como la tristeza o la ira tienen que acompañar a un diagnóstico de cáncer»

Salud mental

Laura Miyara La Voz de la Salud
Marta Delgado es Doctora en Psicología, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Camilo José Cela y directora del área de salud del Instituto IPES.

La terapeuta explica las claves del afrontamiento activo, la mejor forma de encarar la enfermedad

03 Feb 2022. Actualizado a las 15:59 h.

Un diagnóstico de cáncer produce una verdadera revolución a nivel emocional. No solo por la carga de gravedad que tiene el nombre de esta enfermedad, sino también porque los tratamientos del cáncer dejan a la persona agotada y sin energía para sostener otros aspectos que nutren su vida. Un cáncer es una situación en la que necesitamos apoyarnos en las personas que nos rodean y nos quieren para sobrellevarla lo mejor posible. El problema es que, muchas veces, ni el paciente ni su entorno tienen del todo claro cómo gestionar ese momento, que puede estar marcado por emociones como la angustia, la anhedonia, la ira o la apatía.

Marta Redondo es Doctora en Psicología, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Camilo José Cela y directora del área de salud del Instituto IPES. En la semana del Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer, que se conmemora el 4 de febrero, la especialista explica cómo hacer frente a ese diagnóstico desde una actitud proactiva que nos ayude a cursar la enfermedad con los mejores ánimos posibles.

- ¿Cómo podemos afrontar un diagnóstico de cáncer?

- Una de las ideas principales a transmitir es la de afrontamiento activo. El afrontamiento activo, en todos los procesos de salud, es un buen predictor de muchas cosas buenas: de un mejor estado de ánimo, de un menor impacto emocional y también incluso predictor de un mejor curso de la enfermedad. Pero lo que es muy importante en la oncología, por todas las creencias que tenemos compradas desde hace tiempo, es entender qué es un afrontamiento activo. Porque el problema del paciente oncológico es que muchas veces se le ha transmitido que el afrontamiento activo es intentar mantener un estado de ánimo positivo, intentar mantenerse optimista, intentar no tener emociones negativas. Incluso estar muy activo. Todo eso es erróneo.

El afrontamiento activo no es intentar no tener emociones negativas, que tienen que acompañar a un diagnóstico de cáncer de forma natural, sobre todo al principio, cuando aparecen emociones como la ansiedad por la incertidumbre y por la posible amenaza que viene, o emociones como la tristeza, por la sensación de que igual voy a perder cosas, o el enfado, también, muchas veces, esa sensación como de injusticia. Esas sensaciones es normal que aparezcan. Y afrontar activamente es, precisamente, entender que esas emociones tienen que estar, legitimarlas, ponerlas encima de la mesa, compartirlas con otras personas. La búsqueda de apoyo social ahí es muy importante. Poder expresar esas emociones y compartirlas con el entorno. No es tanto que no estén, sino entender que van a estar y ver la forma de irlas encajando, trabajando con ellas y pidiendo ayuda, no solo desahogándonos con el entorno social, sino pidiendo ayuda si no nos podemos regular bien.

Por otro lado, el afrontamiento activo tampoco es mantenernos activos en el sentido estricto de la palabra, porque muchas veces el paciente, al principio o un poco más adelante, con los tratamientos, tiene una bajada muy importante de energía, una fatiga muy importante. El afrontamiento activo es que el paciente busque información del médico de todo lo que puede hacer dependiendo del momento de la enfermedad en el que esté, y que ahí intente hacer la mayor parte de cosas que pueda y premiarse mucho por cada cosa que haga. A veces, el afrontamiento activo en un paciente oncológico es ser capaz de comerse un yogur, porque no tiene energía en un momento del tratamiento y no tiene hambre y le han dicho que eso es muy importante. Pero el afrontamiento activo no solo es hacer actividad física, que a lo mejor no tiene sentido en ese momento de la enfermedad y es absolutamente inviable.

- ¿Cómo podemos mostrar apoyo a alguien de nuestro entorno que recibe un diagnóstico de cáncer?

- Es importante acompañar, escuchar y querer, básicamente. Muchas veces, cuando nos enteramos, no sabemos muy bien qué hacer. Entonces, como no sabemos muy bien qué hacer, puede pasar que nos alejemos, por no saber cómo manejar la situación, lo que hará sentir más sola a la persona, o que lo que hagamos sea intentar minimizarle el malestar para que no sufra. Lo que vulgarmente llamamos consolar. Eso tampoco está bien, porque no se trata de minimizar, es normal que el paciente esté sintiendo todo eso. Y a veces, cuando intentamos minimizar, lo que estamos haciendo es deslegitimarlo de alguna manera. Acompañar consiste en decir: «Estoy aquí, estoy contigo. ¿Qué necesitas? ¿En qué te puedo ayudar? Te quiero». Eso se puede hacer y decir de muchas maneras explícitas o implícitas, pero ese sería el resumen. Un acompañamiento en el que yo te escucho, te pregunto qué necesitas, legitimo lo que estás diciendo, empatizo, entiendo que es normal lo que sientes.

- ¿Qué es lo que no se le debe decir a alguien con cáncer?

- Todo lo que tiene que ver con minimizar lo que le está pasando e intentar aliviar de manera inmediata esas emociones negativas que pueda estar sintiendo: «No te preocupes, todo va a ir bien, no estés triste». Hay que evitar todo lo que decimos a veces para intentar aliviar rápidamente la emoción negativa, porque es una forma de no acompañar a que la persona exprese esa emoción. No se trata de que dramaticemos, obviamente. La dramatización tampoco ayuda, pero es muy importante que se sienta acompañado. La empatía es fundamental.

El estrés: una brecha de género

La psicología y someternos a terapia nos ayuda a tener herramientas para poder gestionar todo tipo de problemas. Desde los que conllevan también secuelas físicas como el cáncer hasta otros como la depresión, la ansiedad o cualquier otro tastorno relacionado con la salud mental. No es ninguna novedad que mente y cuerpo guardan una estrecha relación. El estrés, por ejemplo, es un gran factor de riesgo para nuestro sistema inmunitario. La exposición prolongada a situaciones estresantes le exige al cuerpo mantenerse en un estado de alerta que nos deja más expuestos a problemas de salud de todo tipo. Y la situación se agrava en el caso de las mujeres: aunque el estrés es muy prevalente en toda la población, siendo la segunda causa de bajas laborales, las mujeres padecen un tipo de estrés específico que se deriva de la multiplicidad de roles de alta responsabilidad y competencia en los que se ven involucradas. En su pódcast titulado «No me da la vida», Redondo explora el estrés al que están sometidas las mujeres y propone pautas para desarticular los mecanismos que lo ocasionan.

- ¿Cómo describirías la diferencia de género que existe en la experiencia, a primera vista universal, de vivir con estrés?

- El estrés cada vez es más prevalente, también en varones, pero sí que es verdad que hay alguna cuestión biológica que nos predispone un poco más a que pueda aparecer en nosotras una respuesta de estrés, y luego hay muchas cuestiones sobre todo aprendidas, que tienen que ver con aspectos culturales.

Uno de los factores precipitantes del estrés es la sobrecarga, el que haya que cubrir muchos roles. La mujer, en las últimas décadas, está asumiendo roles diferentes con un nivel de protagonismo y de implicación muy altos, pero no por ello ha dejado los otros roles que antes desempeñaba. Eso favorece a la sobrecarga, que es uno de los factores del estrés.

Y luego, también está el cómo hay que llevar a cabo esos roles. Hay un factor educacional allí de «superwoman», de perfeccionismo. Hemos cubierto esos roles, y además los hemos cubierto muy bien. Eso ha hecho que nos hayamos convertido en personas muy autoexigentes, muy perfeccionistas, y que hayamos premiado eso entre nosotras muchas veces. Ese es un factor estresante también. No solo tengo que llegar a muchas cosas, sino que además tengo que llegar haciéndolas perfectas.

Es verdad que esos factores están en toda la sociedad, también los vemos muchas veces en varones: la autoexigencia, el perfeccionismo. Pero en las mujeres, la sobrecarga por la diversidad de roles y esto que nos hemos vendido de que además tenemos que hacerlo tan bien, han sido elementos que han precipitado que los niveles de estrés sean altos. Y luego, también estamos sometidas a peores condiciones laborales, hay datos más que claros sobre eso. Y es también un factor estresante.

- ¿Esta exigencia de rendir en el trabajo y en casa perjudica nuestra salud mental?

- Claro. Al final, el estrés es una respuesta fisiológica, pero también cognitiva. Es decir, nos disparamos a nivel físico, pero también a nivel cognitivo para poder responder a las demandas y depende de cómo interpretamos las situaciones. El estrés aparece cuando yo me digo: «Tienes que responder». Si yo interpreto que lo tengo que hacer todo, si interpreto que tengo que cubrir todos esos roles, y si interpreto que, además, los tengo que hacer perfectos, esa forma de entender las situaciones favorece al estrés.

- ¿Cómo se puede trabajar sobre ese estrés?

-  En el estrés, trabajamos todos los elementos que hay alrededor. Entre esos elementos, muchas veces hay cambios de conductas. Vivimos mucho en esta cultura de llegar a todo. Intentamos modificar conductas, pero eso pasa también por modificar creencias antes. Estas creencias de «superwoman», estas creencias de perfeccionismo, hay que ir sometiéndolas a juicio. Darnos permiso para juzgarlas y analizar si realmente queremos seguirlas compartiendo, manteniendo. El que se abran conversaciones en las que, por lo menos, nos vamos permitiendo someter a juicio todas esas creencias es un paso muy importante.

- ¿Qué podemos hacer para cambiar en nuestra vida personal estos roles que asumimos?

- Este es un trabajo que hacemos en terapia a lo largo del tiempo. No son tips puntuales, sino que, efectivamente, cuando hemos adquirido una forma de comportarnos, eso requiere una educación que tiene una serie de fases. La primera es darnos cuenta de por qué está pasando, por qué mantenemos eso. Luego, empezamos a abrir herramientas de cambio.

Es muy importante entender que cuando empezamos estos procesos de cambio, al principio vamos a tener que hacernos tolerantes al malestar que nos genera el operar de otra manera. Si yo me he acostumbrado y he acostumbrado a mi entorno a hacer las cosas de una manera, cuando empiezo a cambiar la forma de hacerlo, tengo que hacerme tolerante a dos cosas. Una es la respuesta de mi entorno y la otra, el desasosiego o malestar que a corto plazo me genera eso.

La buena noticia es que el ser humano, cuando se expone a las cosas, se va habituando a ellas, es decir, que esto no es algo que requiera mucho tiempo. Pero sí que tenemos que ser conscientes de que al principio, a corto plazo, nos cuesta un poquito. Porque mi cuerpo ha ido trabajando en cierta dirección y yo se la estoy cambiando, y entonces reacciona activándose. Pero, poco a poco, si mantengo esa forma de operar, mi cuerpo se va acostumbrando al desasosiego que me genera la nueva forma de actuar, hasta que ya desaparece ese desasosiego. Es un camino. Estas son cosas que es bueno darnos cuenta de que están, y a partir de allí abrir un camino de cambio. Y eso hay que trabajarlo en el tiempo. No se va a modificar de una manera rápida.

- ¿Qué señales de alerta puedo ver que me indiquen que mi estrés está muy elevado?

- Hay muchos signos de estrés con los que mi cuerpo me dice: «Oye, te estás pasando». Por un lado, hay signos físicos, como la sintomatología gastrointestinal, los dolores musculoesqueléticos, lumbares, cervicales, las cefaleas, los problemas en la piel... Como la respuesta al estrés afecta a distintos elementos del organismo, si se mantiene en el tiempo, hay muchos signos.

Hay respuestas fisiológicas marcadas, pero también aparece el insomnio, porque el sueño muchas veces se altera, aparecen cambios en la conducta alimentaria, cambios en el estado de ánimo, nos sentimos más irritables, además de más ansiosos. Y cuando se agrava todavía más, aparece la tristeza. Una tristeza sin saber por qué, ganas de llorar. A veces, la sensación de fatiga que no desaparece, que se mantiene casi desde que me levanto, puede ser un signo de estrés también. Alteraciones sexuales, muchas veces. Como ves, tenemos muchos signos con los que nuestro cuerpo nos va diciendo «Frena, que te estás pasando».

En salud es muy importante el trabajo con estrés, porque cuando el estrés se mantiene en el tiempo genera afectaciones en el sistema inmune. En un primer momento, no genera problemas, pero cuando se va manteniendo en el tiempo y le decimos a nuestro cuerpo que tiene que seguir activado para responder, se ponen en juego en nuestro organismo algunos mecanismos que van comprometiendo nuestra salud. Y entre ellos, las alteraciones en el sistema inmune son muy importantes. Somos más vulnerables a que aparezcan infecciones y enfermedades autoinmunes. Para el cáncer, un estrés mantenido es un factor de riesgo más. Nunca hablamos, por supuesto, de una etiología causal directa, pero sí que hay que tenerlo en cuenta y es bueno trabajarlo, porque va a ayudar al curso de la enfermedad.

- ¿Qué rol tiene el entorno en el tratamiento de ese estrés y cómo puede apoyar la familia o la pareja?

- Casi siempre, el rol del entorno es acompañar, entender, escuchar y reforzar. Si yo estoy viendo cambios de roles en alguien de mi entorno, esos cambios de roles me atañen a mí de alguna manera. Incluso me generan molestia, porque la persona puede que deje de hacer cosas que hacía. Entonces, es muy importante que el entorno pueda conocer esto que va a pasar, para no solo no castigar esos cambios, sino al revés: poder reforzarlos.

Una forma de acompañar muy buena es escuchar y entender lo que la persona va a hacer, y luego reforzar esos cambios queriéndole, apoyándole o también ayudándole en las cosas que ha dejado de hacer. A veces, también, poniéndole las cosas más fáciles. Si la persona se ha planteado instaurar un tipo de hábito, el entorno puede ayudarle poniéndole las cosas fáciles de muchísimas maneras: ayudándole en horarios, animándole para que lleve a cabo eso, reforzándole cuando lo ha hecho.

- Y no resistirse a ese cambio...

- Claro, la primera parte es empatizar con lo que le pasa a la persona y entenderla, para que, aunque ese cambio me afecte a mí de alguna manera, yo no me resista y no lo castigue. Porque cuando no nos ajustamos a estas creencias educacionales que hemos ido instaurando, la primera emoción que aparece es la culpa. Nos vamos llenando de «deberías» y de obligaciones, y cuando no nos ajustamos se dispara la culpa.

En ese proceso, yo tengo que saber que lo primero que va a pasar cuando hago un cambio es que me voy a desasosegar. La emoción que hay detrás de ese desasosiego, casi siempre, es la culpa. Entonces, tengo que entender que no estoy haciendo nada mal. Que estoy eligiendo esa nueva forma de actuar y que la culpa aparece por todo lo que he vivido antes, pero no hay error. Aprender a meter la culpa en la mochila, sin más, es una parte muy importante de estos procesos de cambio.

- A veces, la culpa puede surgir a partir de la comparación con otras personas. ¿Qué pasa cuando nos comparamos?

- No ayuda. Es una tendencia que tiene muchas veces el ser humano, sobre todo cuando nos sentimos descolocados. Cuando nos sentimos muy seguros en algo, ahí la comparación aparece menos, pero cuanta más incertidumbre hay, cuanto más inseguros estamos en algo, más fácil es que nos comparemos. Pero lo que pasa es que es muy poco adaptativa la comparación, porque la hacemos de una manera sesgada. Yo comparo la parte de mi vida en la que no me veo bien y solamente con lo que veo bien del otro, sin conocer sus mochilas, sus porqués. Entonces, no suele ser nada útil. Otra cosa es que yo utilice una conducta de otros como modelo para motivarme, pero eso es muy diferente.

- ¿Cómo evito compararme?

- Al final, en todas estas formas erróneas de pensar, la secuencia es la misma. Primero, tomar consciencia, darme cuenta de cómo interpreto, cómo pienso, y cómo muchas veces eso está detrás de mi forma de actuar. A los pacientes les decimos: «Lleva un papelito y cada vez que te sientas mal, vete apuntando qué hay alrededor, la situación que estaba pasando, cómo la has interpretado». A veces ahí es donde nos encontramos esos errores de comparación, esos «deberías», esa autoexigencia. Y cuando soy capaz de identificar el error, entonces ya es mucho más fácil generar una forma diferente de interpretar una situación.


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