La Voz de la Salud

La enfermedad del ocio: ¿por qué nos agobia el tiempo libre?

Salud mental

Laura Miyara
La cultura de la productividad hace que a muchas personas les agobie hallarse con tiempo libre.

Este problema empieza en la infancia, cuando nos habituamos a llenar todo nuestro día con actividades

07 Jul 2022. Actualizado a las 16:48 h.

Después de un día largo o una semana intensa de trabajo, no vemos la hora de relajarnos y poder descansar. Fantaseamos con el momento en el que no tengamos que hacer nada y podamos estar tumbados en el sofá. Pero entonces llega ese momento y, lejos de dejar la mente en blanco, nos invaden las preocupaciones y las ansiedades. Empezamos a pensar en el futuro, en lo que tenemos pendiente hacer, en lo que pueda pasar mañana. Y, para evitar estos pensamientos, nos distraemos mirando el móvil, buceando en las redes sociales, o viendo la televisión. ¿Te ha ocurrido esto? No estás solo. Son cada vez más las personas que no pueden disfrutar del tiempo libre, un fenómeno que la psicóloga mexicana Eva María Esparza ha denominado «enfermedad del ocio».

La cultura de la productividad

«Vivimos en una sociedad que está muy enfocada en el hacer, en la productividad, en la eficacia. Y estamos muy sobreestimulados. Entonces, estamos muy poco acostumbrados a estar ratos sin hacer nada, con nosotros mismos. Eso genera mucha frustración en personas que al final, lo que tienen de base, es una gran insatisfacción. Porque no pueden estar tranquilas consigo mismas, mirando por la ventana, tomando un café en casa sin tener ningún plan», observa Oceanía Martín, psicóloga en el centro Cepsim, en Madrid.

Esta insatisfacción deriva, en cierta medida, de los valores de la cultura occidental, según explica la psicóloga María del Carmen González Hermo, miembro del Grupo de Traballo de Autocoidado del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia. «Se nos enseña que hay que hacer, hay que luchar, hay que lograr, hay que ser el más listo, el más fuerte, el más trabajador. Eso ya nos pone en una situación, culturalmente, en la que no hacer es de vagos», señala González.

Calmar la mente de mono

Si bien el peso de la cultura es un factor importante en cómo transitamos la experiencia del tiempo libre, lo cierto es que, a nivel cerebral, también tenemos unos condicionamientos que nos predisponen a buscar siempre actividades para entretener a la mente. Se trata de frenar el flujo constante de pensamientos, lo que se ha denominado «mente de mono» entre los practicantes del mindfulness.

«La mente está constantemente haciendo pensamientos. Cuando estamos moviendo el cuerpo o haciendo cosas, los pensamientos se mitigan, porque la mente está produciendo pensamientos que implican estar aquí, mover el cuerpo. Con lo cual, no se suele ir tanto hacia miedos, dudas, juicios, cosas que no nos gustan. Por eso, tenemos a veces la sensación de que tenemos que tener algo entre las manos, sea un móvil, el volante, comida. Parece que siempre hubiera que tener algo. Porque si tienes algo entre las manos, estás vivo y estás aquí», explica González.

«Sin embargo, esto es contraproducente, porque al final tienes algo en las manos y el cuerpo se está moviendo, pero la mente no está resolviendo ni aceptando ni estando presente. Hacemos cosas para no sentir. A veces, cuando la persona para, la mente anda sola y ese andar solo nos puede llevar al vacío, a las cosas que quedan por hacer, a las cosas que hicimos mal. Y como vivimos en una sociedad en la que todo tiene que ser perfecto y no puede haber sufrimiento, claramente, ir a esos sitios duele. Entonces, para que no duela tanto, para protegerse, se pone a hacer. Y aunque parezca que esto es para protegerse, realmente no es una protección. Es como una cojera. Cuando te lastimas un pie, el pie no pisa igual. Si pisas menos con ese pie, luego vas a estropear la cadera, la rodilla, y seguramente los hombros. En esto pasa lo mismo, aunque la mente haga esto para protegerse de esa ansiedad que le produce estar libre, a la larga eso es una cojera», advierte González.

«Es algo que a largo plazo es muy perjudicial. En primer lugar, porque la sobreestimulación nunca nos satisface del todo. Es como que siempre queremos más, nos enganchamos a esa eficacia, a esos resultados. Y segundo, porque el cerebro necesita descansar. Necesita aburrirse para poder funcionar y estar activo, y no se lo permitimos», coincide Martín.

No solo eso, sino que el descanso, una vez que logramos incorporarlo, trae grandes beneficios. «Descansar tiene beneficios a nivel físico, social, mental y emocional. Es como cuando abres la ventana por la mañana y entra el aire fresco. Es permitir que las neuronas apaguen un poquito, parpadeen y se puedan recuperar», explica González.

Perfeccionismo y tiempo libre

Cuando somos jóvenes, solemos tener nuestro día estructurado y organizado en torno a distintas actividades. Esto es algo que nuestros padres y el sistema escolar introducen en nuestra vida desde pequeños, para que nos habituemos a lo que hay que hacer en cada momento del día y logremos cumplir con nuestras tareas. Con el tiempo, crecemos y podemos elegir con mayor libertad a qué dedicar nuestro tiempo. Es ahí cuando surgen los problemas.

«Esto tiene una tendencia a ocurrir en personas muy enfocadas en la productividad, en tareas. Personas apuntadas a un montón de actividades, niños apuntados a natación, voleibol, inglés. Esas personas, cuando llegan a adultas y se ven con tiempo libre, eso es algo que las angustia mucho, porque no están acostumbradas a no estar haciendo algo. Siempre están haciendo una tarea y tratando de mejorar en esa tarea», explica Martín. Así, se trata de un problema particularmente frecuente en aquellas personas que tienen muy ligada su autoestima y su satisfacción consigo mismas a un rendimiento (sea académico, deportivo o profesional) elevado.

«En adultos, sucede en personas con alto nivel de exigencia laboral, largas jornadas de trabajo y muy pocos espacios de tiempo libre, que suelen además ocuparlos con cosas que tienen que ver con lo laboral. Ocurre mucho que hay personas que tienen un momento libre y dicen "Ah, voy a aprovechar para leerme esto del trabajo", o "Voy a aprovechar para organizarme estas reuniones"», apunta Martín. «Son personas que están angustiadas tanto cuando tienen muchísimas tareas como cuando tienen tiempo libre, porque están muy enfocadas en el éxito de la tarea, en la productividad y el resultado», añade.

Pero esta angustia frente al tiempo libre puede ser un síntoma de una insatisfacción o una frustración mayor. Algo que nos esté indicando que no estamos bien con nuestra vida. ¿Cuándo realmente debemos preocuparnos? «Puede ser un síntoma de dificultad de estar con uno mismo. Hay que aceptarnos como somos. Hay personas que de cara hacia afuera son muy exitosas y reconocidas y trabajan muy bien, y luego las escuchas hablar y no se valoran nada, se tienen por personas horribles. Para una persona así, tener tiempo libre y tener que estar consigo mismas es una angustia terrible, porque no se ven sino haciendo algo hacia afuera», señala Martín. En estos casos, la recomendación es empezar por ir a terapia y explorar en mayor profundidad las causas de la angustia.

Habituarse a no hacer nada

Al igual que otros hábitos que adquirimos para mejorar nuestra calidad de vida y nuestra salud, el descanso es algo que se debe elegir conscientemente, tomando decisiones de forma activa para ir acostumbrándonos a incorporarlo. «Se necesita entrenar. Hay que dejar descansar el cuerpo. Mucha gente en la meditación se mueve, la pasa fatal, no son capaces de estar quietos. Entonces, es necesario hacer pasar al cuerpo por esas situaciones para que vaya aprendiendo otras alternativas», señala González.

Esto es importante tanto para los adultos como para niños pequeños. «Aprender los límites y a cumplir con las obligaciones es necesario, pero cuando eso se convierte en la única herramienta que utilizamos, el hacer, hacer, hacer, termina siendo malo. Por eso hay que volver a aprender a aburrirse. Porque a veces, en el silencio del aburrimiento, surge creatividad, deseo, ideas, ganas de hacer cosas. A veces, no sabemos lo que queremos porque no somos capaces de atender al cuerpo. Si no paramos, no podemos verlo», insiste González.

Aunque la meditación y el mindfulness en particular son prácticas recomendadas para lograr esta desconexión de las obligaciones del día a día, no son las únicas formas de hacerlo. «Si no estás acostumbrado a hacerlo y realmente te resulta difícil, pide ayuda. Hay que entender que de verdad es difícil, porque el cuerpo se ha desacostumbrado, y de verdad es necesario aprenderlo. Empezar a hacer relajación y meditación te puede poner de los nervios. No es todo para todos. Entonces, a lo mejor, tu meditación es ir a pasear por el monte, o tu manera de estar presente es ir a hacer surf. Ahí estás en el mar y estás atenta solo a las olas. Entonces, una manera de desconectar es empezando por aquello que te gusta y te resulta más fácil, y con personas que te ayudan», propone González.

«A veces somos un poco castrantes con nosotros mismos y ejercemos mucho autocontrol. Hay que poder ver que tenemos una angustia que, como cualquier emoción, no es permanente. No dura para siempre. Al dejar de ocupar ese tiempo libre, lo más lógico es que no sepamos qué hacer. Podemos probar a leer un libro o tomar un café con alguien que hace tiempo que no vemos. Ir probando, porque no es algo que tenga que tener un resultado, me puedo dar esa licencia», sugiere Martín.

«También hay que ir empezando a cambiar la mentalidad. Tener media hora o una hora para mí es un regalo y me lo puedo dar. El mundo va a seguir girando, incluso cuando yo falte. Entonces puedo tomarme un momento en el que no haya prisas ni obligaciones ni críticas», concluye González.


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