La Voz de la Salud

Raquel Sánchez tiene trastorno límite de la personalidad: «Cuesta mantener un trabajo o una relación. Todo supone un esfuerzo mayor»

Salud mental

Cinthya Martínez
Raquel Sánchez, de 39 años, supo que tenía trastorno límite de la personalidad cuando tenía 20.

Casi veinte años después de recibir el diagnóstico, la joven rompe con el tabú y el desconocimiento que existe sobre esta enfermedad mental. «Una de las últimas veces que estuve ingresada dije: "Hasta aquí"»

23 Jun 2022. Actualizado a las 14:58 h.

Raquel Sánchez supo que padecía trastorno límite de la personalidad (TLP) después de un ingreso hospitalario. «Tenía problemillas cuando era adolescente, discutía mucho y tenía como unos ataques de rabia. Llegó un momento en el que también padecí ansiedad, me lesionaba, y después de una discusión, me tomé unas pastillas que tenía para dormir. Y en el hospital, fue cuando me diagnosticaron», confiesa. 

La joven, que en ese momento tenía 20 años, recuerda el momento como una especie de desahogo, porque «por fin sabía lo que me pasaba», pero bajo un aura de cierta confusión. «Fue un poco raro porque sí, son cosas que yo había escuchado que podría ser, y por una parte fue un alivio, pero por la otra, empezó a ser como una losa. Tienes esa etiqueta, pero no sabes qué hacer con ella. Es complicado», explica.  

El trastorno límite de la personalidad puede llegar a confundirse con otro tipo de patologías. «Algunos, como yo, manifestamos más la inestabilidad emocional y la impulsividad, y en otros casos a lo mejor solo les afecta en uno de los dos aspectos y es más difícil encasillarlo. En mi caso, menos los primeros meses que estaba la cosa más dudosa, luego ya sí lo tuvieron claro», asegura Raquel.

Cuenta que antes de ese ingreso, le dijeron que podía padecer ansiedad, depresión mayor, e incluso trastornos de pánico o anorexia. Incluso llegaron a confundirlo, debido a estos cambios del ánimo, con el trastorno bipolar. «Lo que pasa es que en mi caso eran muy seguidos. En el trastorno bipolar hay esos cambios, pero son períodos más largos de tiempo, mientras que yo en un mismo día podía cambiar mi estado de ánimo e incluso mis pensamientos, mis conductas, de lo positivo a lo negativo, en cuestión de horas o menos. De ponerme a llorar, a reírme a carcajadas en cuestión de minutos. Esas cosas, en el trastorno bipolar son muy dfierentes. Fue lo que les llevó a tener mi diagnóstico claro».  

Raquel salió del hospital con un tratamiento, sin embargo, al poco tiempo todo se truncó: «Volví al mes porque empezó a ir todo a peor. Las pastillas me daban más impulsividad y agresividad. Ingresé de nuevo otro mes y medio y, durante ese tiempo, pude adaptarme mejor al fármaco. Ya cuando salí, empecé a ir al psiquiatra y al psicólogo». Cuenta que pasó por varios profesionales que no le acaban de ayudar del todo, «a mi parecer, tampoco me entendían, porque se centraban mucho en lo que tenía y no en cómo me sentía o por qué reaccionaba así». 

Y ahora, ¿qué?

Cuando escucha la pregunta de cómo reaccionó su entorno, no sabe muy bien qué contestar. «La pareja que tenía entonces sí que sintió un poco más de alivio al saber qué me pasaba y que eso tenía su tratamiento y demás. Pero a nivel familiar fue más un problema. Fue como una preocupación extra. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Dónde la podemos llevar? Creo que no sentí ese apoyo que yo hubiese necesitado, sino que me llegué a sentir incluso más culpable». 

Reconoce que a nivel de salud mental, siempre suele existir ese tipo de desconocimiento: «Conoces patologías más básicas, o incluso más graves, pero este tipo de cosas en el día a día no se hablan ni te encuentras una persona con estos problemas». Además, a la hora de buscar apoyo profesional, considera que aunque a día de hoy todo está mejor definido, hace veinte años era más complicado encontrar que este fuese específico para el trastorno límite de la personalidad. 

Raquel en ese momento estudiaba una carrera, psicología, pero se vió obligada a dejarla. «Porque al final no tienes esa constancia, esa capacidad de concentrarte. Estás, aunque suena un poco mal, pensando en ti mismo, en lo que te pasa y en que estás sufriendo. Y no te da para más». Volvió a intentarlo una vez más, sin éxito, y a la tercera fue la vencida y consiguió terminarla. No obstante, explica que no se puede dedicar a ello: «Primero, porque no tengo el máster que hay que tener; y segundo, porque no llego a tener unas condiciones como llegar a tratar a otra persona». 

En varias ocasiones, recalca la importancia de encontrar profesionales especializados en trastorno límite de la personalidad. Ella, no lo hizo hasta el 2012. «Una de las últimas veces que estuve ingresada dije: "Hasta aquí". Necesito algo especializado, necesito estar bien. Fue hace muchos años, pero cuando me senté con mi psicóloga actual, entendí que ese era el sitio. Había pasado por ocho o diez psicólogos, algunos psiquiatras menos, y no fue hasta que me senté con ella cuando sentí que, por fin, alguien me entendía. A raíz de eso estuve dos años y pico haciendo terapia individual y de grupo, y empezó mi mejoría». Según sus palabras: «Esto siempre va a estar conmigo, pero habrá momentos en los que estará mejor y otros en los que necesite este tipo de ayuda profesional. Creo que asociaciones como Océano, que están especializadas, son fundamentales. Porque no es lo mismo tratar varios trastornos de la salud mental que especializarte en uno solo. Aunque cada caso es diferente, hay unas bases que son iguales». 

La vida con trastorno límite de la personalidad

«Tener trastorno límite de la personalidad me influye en todo», afirma. «Es verdad que, como en todo tipo de trastorno mental, las personas somos diferentes y las manifestaciones de una u otra enfermedad son diferentes aunque sea la misma». En su caso, le influye la inestabilidad emocional: «Yo soy una persona muy sensible y lo que provoca este trastorno a esta sensibilidad es que todo te afecte más. No es que me pasen cosas diferentes, sino que las mismas cosas que me pasan a mí o a otro, me afectan elevado a infinito».

Uno de los ámbitos de su vida en los que más le afecta el hecho de padecer este trastorno es en el laboral. «Ahora mismo tengo trabajos esporádicos, de fin de semana, de meses... Porque cuesta mantener un trabajo, una relación, una amistad. Todo supone un esfuerzo mayor. Conozco a personas con TLP que, como eso se convierte en su pasión o en su motor, al final sí que son capaces de seguir manteniéndolo, pero es difícil. Esa inestabilidad te lleva a levantarte un día y decir "hoy no me puedo levantar de la cama" o "no me siento con ánimo". Pero vamos, que esto es lo que me ha pasado a mí. A otra persona le puede suceder otra cosa». 

«A la hora de trabajar ha sido un hándicap. Al principio lo contaba, porque tengo cicatrices en los brazos. La gente las ve, y obviamente, sabe que no son consecuencia de que me arañara un gato. A nivel social, siempre está ese miedo de contar. De decir: "Oye, es que yo tengo este problema". Porque existe mucho desconocimiento, y cuando a una persona tú le dices que tienes este trastorno lo primero que pensarán es: ¿Y eso qué es? Suena como que tienes una doble personalidad. Y muchas veces, lo escondes, o no lo dices. De un tiempo a esta parte no lo voy pregonando porque creo que es algo con lo que hay que tener una cierta confianza y cercanía como para poder explicarlo mejor». 

Raquel recalca que no ha elegido tener trastorno límite de la personalidad. Y que sí, le hace sufrir: «Hay una serie de criterios como son el vacío emocional o el miedo al abandono, que me hacen sufrir. Incluso las conductas compulsivas que yo pueda tener no las hago porque quiero, siempre vienen por algo que yo he sentido y que por mi trastorno me hace actuar impulsivamente y… que se dispare todo. No es que hagamos las cosas mal porque queramos, sino porque tenemos este problema». 

Sin embargo, es consciente de que «es difícil saber a quién puedes contarlo y cómo contarlo, pero para el otro, el que lo recibe, también. Porque no sabe si tiene que hacer "algo extra" debido al desconocimiento que existen sobre los trastornos de la salud mental».  

«Yo no tengo esto porque quiero, y me hace sufrir»

Confiesa que con el paso de los años, fueron varias cosas las que le hicieron «cambiar el chip». Reitera la idea de que no es algo que «eres», sino que tienes: «Muchas veces te dicen “soy TLP” o “eres TLP”. Y tú te identificas con eso y te obsesionas. Pero no somos el trastorno, sino que lo tenemos. Hacer esa separación hace que podamos cambiarlo. Porque si lo somos es muy difícil, pero si lo tenemos lo podemos cambiar, lo podemos mejorar». Este cambio de visión puede llegar a ser la clave en momentos en lo que todo se tuerce. «Cuando te dicen que es algo que vas a sufrir toda la vida, te preguntas: "¿pero voy a estar así siempre? ¿sufriendo todos los días o cada cierto tiempo en el hospital con ganas de desaparecer?". Sin embargo, hay que pensar que aunque sea algo que está con nosotros siempre, no va a estar de la misma manera. No podemos cambiar lo que nos sucede, pero sí la forma en la que lo afrontamos o en la que nos afecta a nosotros».

Así, después de estos años, la Raquel del presente le diría a la que acaba de recibir el diagnóstico de trastorno límite de la personalidad que «habrá veces que volvamos a estar abajo, pero siempre será posible estar mejor». «Nunca vamos a estar en el mismo punto. Sobre todo insistir en eso, en la lucha, en querer superarse y en el hecho de querer estar lo mejor posible siempre. Al final, aprendes a vivir con él. Es muy difícil y duro, pero si se trabaja, se consigue».  


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