La Voz de la Salud

La renuncia silenciosa: «Estamos haciendo una actividad que no contribuye a nuestro bienestar la mitad de nuestro tiempo»

Salud mental

Laura Miyara
La renuncia silenciosa es una respuesta desajustada frente al estrés laboral.

Analizamos este fenómeno causado por el estrés laboral y sus relaciones con el síndrome de burnout

09 Sep 2022. Actualizado a las 11:42 h.

En el panorama laboral de la era digital, la desconexión del trabajo, para muchas personas, se hace difícil. La posibilidad de recibir notificaciones con emails laborales todos los días y a todas las horas ha hecho que el mostrarnos disponibles se vuelva una expectativa de cara a los empleadores y que cumplir con las horas de trabajo pautadas en el contrato no sea suficiente. Y, si a esto le sumamos unas proyecciones salariales que van quedando atrás con respecto a la inflación y las necesidades de las personas en muchos ámbitos, la motivación, para miles de trabajadores en todo el mundo, desaparece. Aquí es donde entra un movimiento popularizado recientemente a través de las redes sociales: la renuncia silenciosa.

Lejos de implicarse en buscar soluciones colectivas, los trabajadores están, en muchos casos, implosionando. El desencanto se apodera de ellos y, al ver que las condiciones profesionales de su sector no son compatibles con el desarrollo de sus vidas, deciden, simplemente, distanciarse emocionalmente del trabajo. Cumplir con lo justo y necesario para no ser despedidos, pero sin perseguir una ambición. Sin estresarse, pero sin aspirar a más. ¿Es esta una solución para los trabajadores «quemados»? ¿Es beneficioso para la salud mental hacer las paces con la idea de que el trabajo es solo trabajo? Hoy, estudiamos los entramados psicológicos detrás de este fenómeno.

Una cuestión generacional

La renuncia silenciosa está provocada por múltiples variables. Una de las más prominentes es un cambio de paradigma que se está dando a nivel generacional. La gran diferencia, observa la psicóloga Oceanía Martín, es que «venimos de unas generaciones que, mayoritariamente, han vivido para trabajar, y el trabajo era lo único prioritario en su vida, tenían que trabajar para poder comer. Y hemos pasado a trabajar para vivir. En ese paso ha habido una transición muy brusca. Queremos disfrutar más del tiempo libre, poder tener más vida fuera del trabajo, y lo que ocurre es que no tenemos un sistema que esté preparado para una buena conciliación entre la vida laboral y la personal».

«Cada cohorte de personas trabajadoras que se incorporan al mercado laboral lleva consigo una forma de interpretar su participación en ese mercado de trabajo. A lo largo de la historia, el concepto de trabajo y su construcción simbólica es completamente diferente», explica el psicólogo Carlos Montes Piñeiro, presidente de la Sección de Psicoloxía do Traballo e das Organizacións del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia (COPG). «De hecho, hay múltiples investigaciones que revelan que cada cohorte de personas trabajadoras que se incorporan al mundo de trabajo tiene distintos valores laborales», añade.

En este sentido, «una de las interpretaciones de la renuncia silenciosa podría ser que las nuevas generaciones le otorgan un significado al trabajo completamente distinto. Cuando hablamos de significado del trabajo, hablamos de ese conjunto de creencias, de valores o de actitudes hacia el trabajo que las personas aprendemos durante la socialización, pero que van a ser diferentes en función de de la situación del mercado y también de la propia experiencia subjetiva», explica Montes.

El trabajo, un medio o un fin

La experiencia subjetiva no tiene que ver solamente con el trabajo que haga cada persona, sino con cómo lo vea en relación con sus propias expectativas y ambiciones profesionales. No es lo mismo trabajar en algo que no necesariamente nos gusta, para ganarnos el sueldo, que dedicarnos a algo que es nuestra vocación. «En algunos casos, esta renuncia silenciosa realmente obedece a la forma en la que la gente está haciendo frente al desastre ocupacional o al burnout, al hecho de sentirse quemados en sus respectivos trabajos», apunta Montes.

Queda claro que este burnout o estos síntomas de estrés relacionados con el trabajo se potencian cuando nuestra actividad laboral es una que no nos gusta. «Hay una motivación intrínseca del trabajo que, en ese caso, es muy difícil que exista. Allí es mucho más probable que la persona caiga en una apatía, una baja eficacia, sobre todo si lo realiza durante un largo período de tiempo. Porque al final, está realizando una tarea que no le gusta, que no le resulta placentera. Suele haber mucha más implicación tanto a nivel tanto laboral como personal fuera del trabajo cuando es algo que uno ha elegido, sea un oficio o una carrera, para dedicarse a ello profesionalmente», señala Martín.

La mitad de tu vida

La renuncia silenciosa, que se vislumbra para muchos como la única alternativa para sobrevivir al mercado laboral, tiene claros detractores. Entre ellos, evidentemente, están las organizaciones y los centros de trabajo. «Los gestores de empresas lo que quieren son personas verdaderamente comprometidas, que vayan más allá del desempeño de tareas. Esto no significa que las personas que hacen esta renuncia silenciosa no trabajen bien, pero contribuyen a que la organización tenga mayores índices de rotación. Porque ante la posibilidad de una oferta de trabajo ligeramente más atractiva, abandonan su propia organización. Y eso genera un desajuste, tenemos que provisionarnos de nuevos trabajadores, formarlos, adaptarlos», explica Montes. «Desde la perspectiva de la organización, es un problema enorme, porque tenemos dificultades para atraer el talento, pero también para retenerlo», sintetiza.

Pero lo crucial es que, al mismo tiempo, esto es perjudicial para los propios individuos que «renuncian silenciosamente». Aunque podríamos pensar que la capacidad de estas personas de distanciarse emocionalmente de su trabajo les ayuda a desconectar, la realidad es que el coste de esta renuncia es alto.

«Indudablemente, para la persona trabajadora, puede ser un problema y puede tener un impacto en su salud, en la medida en la que, si pasamos el 50 % de nuestro tiempo de vigilia trabajando, estamos haciendo una actividad que no contribuye a nuestro bienestar durante la mitad del tiempo que estamos despiertos. Ese abandono silencioso no deja de ser un comportamiento, una actitud cínica con relación a la actividad laboral. Es decir, es la manera en la que afrontamos desajustadamente el estrés laboral», señala en este sentido Montes.

Aquí es justamente donde se produce el burnout y los sentimientos de estrés laboral y ansiedad se potencian. «Las nuevas generaciones están intentado evitar llegar a eso. Necesitamos que existan períodos de desconexión para que no tenga que haber una renuncia voluntaria. El cerebro necesita cambiar de actividad para desarrollar otros neurotransmisores y luego volver a funcionar», insiste Martín.

Cuidar la vida personal

En un mercado laboral en constante cambio, marcado por una crisis inflacionaria que está afectando a la economía mundial, muchas personas permanecen en puestos de trabajo con los que no están conformes por el miedo que genera la incertidumbre del desempleo. Este estrés se suma al que nos pueda generar el trabajo en sí. En esos momentos, cultivar nuestra vida personal es nuestro recurso más importante. Cuando estamos fuera del trabajo, practicar deportes, ir al cine, meditar, practicar yoga o tocar un instrumento pueden ser aficiones que nos ayuden a desconectar y darle al cerebro otra tarea. Cuidar la vida social, quedando con amigos, hablando por teléfono o haciendo videollamadas, es otra clave.

 

¿Cómo evitar la renuncia silenciosa?

Desde el punto de vista de una organización o empresa, la principal clave es mantener el diálogo con su personal para poder atender a las necesidades y los conflictos que puedan ir surgiendo. Llevar un registro de cómo están los empleados permitirá a la organización generar propuestas para retenerlos. Se trata de incluir mecanismos de compensación y beneficios que tienen que ver con el denominado salario emocional, «que puede ser un clúster de variables relacionadas con la flexibilidad, la posibilidad de teletrabajar o incluir otros acuerdos individuales que favorezcan la conciliación con la vida familiar, proporcionar oportunidades de formación de competencias y desarrollo de carrera, sea dentro del puesto o a nivel de perspectiva de ascensos», describe Montes.

En este sentido, la empresa tiene que ser capaz de generar un ambiente de confianza en el que los individuos no tengan temor a represalias por expresar problemas, dudas o necesidades. «Es muy difícil que alguien se atreva a exponerse a eso, pero sería algo tan sencillo como ver qué es lo que la persona quiere y necesita, y ver si como empleador se lo puedo dar. Y desde ahí, ser honestos. Así la persona se siente escuchada y vista. A lo mejor no se le puede dar todo lo que necesita, pero su calidad de trabajo no va a disminuir, porque va a ser tratado como una persona», explica Martín.

Un buen complemento para esto son las iniciativas que fomentan el trabajo en equipo y la conformación de grupos humanos, «siempre y cuando se tenga en cuenta a la persona a nivel individual. El error viene cuando se hacen actividades grupales obligatorias en los tiempos de descanso de las personas, con lo cual, muchos lo viven como una actividad obligatoria más del trabajo. Si eso se complementa con una escucha a nivel individual para saber qué necesitan las personas, es probable que el nivel de satisfacción suba. Si no, no deja de ser otra actividad a la que, si no voy, a lo mejor me da miedo que alguien pueda decir que no he ido o que pueda tener alguna represalia por no ir», señala Martín.

Pero la empresa o la organización no es la única que puede evitar nuestra renuncia silenciosa. También hay una parte personal de responsabilidad en esto. Si estamos trabajando en un ambiente que no nos gusta y sentimos que no nos queda otra opción porque necesitamos ganarnos el sueldo, podemos intentar verlo, al menos, como una situación temporal, e ir pensando en alternativas que nos ayuden a entrar en el sector en el que realmente nos gustaría desempeñarnos. Optar a una formación en esa área o intentar contactar con personas que trabajen en ella. Hay que recordar que el mercado laboral es, en realidad, bastante dinámico, y ampliar la búsqueda puede ayudarnos a no permanecer estancados en algo que no nos gusta por tiempo indefinido. 

En cuanto al derecho a la desconexión, siempre que sea posible, comentarlo con la organización puede posibilitar el diálogo para llegar a un acuerdo. «La verdad es que sonará a utopía, pero los sindicatos, las empresas, los sectores se podrían sentar y escuchar qué cosas necesitan tanto las empresas como los trabajadores. Y desde ahí ver qué puntos de encuentro hay. Por ejemplo, se puede contratar a alguien que esté disponible para que otras personas no tengan que estar viendo mails fuera del horario de trabajo, o en períodos de estrés puede haber otros trabajadores que se encarguen de ciertas tareas, o se puede hacer una conciliación entre teletrabajo y trabajo presencial», propone Martín.

En cualquier caso, queda claro que resignarse a pasar, como señala Montes, la mitad de la vida trabajando en sufrimiento no es la mejor opción para nadie.


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