La Voz de la Salud

Diana Díaz, directora de las líneas de ayuda a menores ANAR: «Los adolescentes nos trasladan mucha soledad emocional en el día a día»

Salud mental

Laura Miyara La Voz de la Salud
Diana Díaz es psicóloga y dirige las líneas de ayuda a niños y adolescentes ANAR.

La psicóloga experta en infancia y adolescencia señala que el principal motivo de llamada es la violencia intrafamiliar

10 Apr 2023. Actualizado a las 19:21 h.

En los últimos años, la salud mental de los jóvenes en España ha entrado en una crisis. Los casos de depresión y ansiedad van en aumento y lo más alarmante de todo es el incremento de las conductas suicidas. La pandemia y las redes sociales han echado más leña al fuego de esta situación. Por eso, más que nunca, son cruciales las intervenciones efectuadas de manera oportuna por profesionales especializados y entrenados específicamente para atender a estos problemas.

Proporcionar recursos a los niños y jóvenes que están en crisis es la labor de la fundación ANAR que, a través de sus líneas de ayuda telefónica, cubre todo el territorio nacional y brinda apoyo a miles de personas vulnerables cada año. Como directora de las líneas ANAR, la psicóloga Diana Díaz está al frente de este servicio, que está disponible de manera gratuita y confidencial, las 24 horas, todos los días. La experta explica cuáles son los motivos que llevan a los jóvenes a pedir ayuda y cómo se les apoya en la búsqueda conjunta de una solución.

—¿Cuáles son los principales motivos de consulta en las llamadas que recibe ANAR?

—El principal motivo es la violencia ejercida hacia menores de edad, en cualquiera de sus formas. Casi el 50 % de las peticiones de ayuda son por situaciones de violencia. En el 2021, concretamente, el 41,5 % de las llamadas de menores han sido en relación con situaciones de violencia y el 32,5 % estuvieron vinculadas a situaciones que tienen que ver con salud mental. Dentro de la violencia hay hasta 12 tipologías, pero lo que más motiva consultas es la violencia intrafamiliar, el maltrato físico, el maltrato psicológico, el acoso escolar, la violencia de género, los casos de abuso sexual, agresiones sexuales, ciberacoso, grooming, y otras tipologías de violencia en menor porcentaje, como negligencias y abandonos. Lo que más ha aumentado, sin ningún lugar a dudas, son las consultas en relación con ideaciones e intentos de suicidio y las autolesiones. Hemos hecho un estudio longitudinal de la conducta suicida desde el año 2012 hasta los primeros meses del 2022 y comprobamos que han aumentado exponencialmente las consultas, pero no solo a raíz de la pandemia. Con la pandemia, por supuesto, han aumentado todavía más, pero desde el 2015 nosotros ya veníamos experimentando un alza.

—¿A qué factores se puede atribuir este aumento de la conducta suicida en los menores?

—Tenemos varios factores. Uno es la crisis que ha pasado la sociedad en cuanto a indefensión, miedo, situaciones novedosas que no hemos sabido cómo afrontar, un confinamiento en el que hemos estado recluidos y han aumentado las tensiones familiares. En entornos donde existía violencia, ahora hay más violencia. Y todo eso repercute siempre en la salud mental. También todos los fallecimientos que muchas familias hemos tenido que atravesar como consecuencia del covid. Ha sido un cóctel molotov. Luego, lo que también hemos detectado, es cómo la tecnología ha impactado en la difusión masiva de información perjudicial y muy nociva para los adolescentes, que se han empapado de procedimientos, de información en relación con la conducta suicida y con procedimientos nocivos de autorregulación emocional como lo son las autolesiones. Van a los foros y a los chats, y ahí tienen información e inspiración. Hay que tener muchísimo cuidado, porque al final se produce el efecto contagio: si otros lo hacen, me justifican las razones para llevar a cabo estos procedimientos y eso aumenta muchísimo la probabilidad de que lo haga.

—¿Cómo es una llamada típica desde el momento en que suena el teléfono ANAR?

—Cuando llama un menor de edad, siempre lo hace tras haberlo pensado. No es fácil dar ese primer paso de descolgar el teléfono y pedir ayuda. Hay que ser valiente, porque no saben qué se van a encontrar. Desde luego, del otro lado va a estar un psicólogo o una psicóloga experta en infancia, pero el menor de edad tiene un malestar que está detrás de la llamada. Y eso es lo que hay que saber identificar: cuáles son los problemas. Cuando nos llaman para contarnos su malestar, muchas veces, no saben ni identificar los motivos de la llamada y es el psicólogo el que le va llevando, tomándose el tiempo que sea necesario para que la persona que llama encuentre las respuestas a su problema. Los adultos del entorno son fundamentales, así que vamos a explorar las distintas áreas de la vida de este menor de edad, ya que en el entorno familiar es donde están los mayores recursos. Siempre que la familia sea protectora, nos vamos a apoyar en ella. También en el entorno escolar, el grupo de amigos, en sus hobbies y aficiones. Vamos a hacer una exploración muy completa y ofrecer orientación dependiendo del problema que tenga. La exploración es adaptada al ritmo del llamante, para que se sienta muy cómodo y pueda trasladar cuáles son los motivos. Estamos especialmente entrenados para transmitir esa confianza. A veces, se necesita más de una llamada para empezar a verbalizar el problema principal. Pero hacemos un trabajo de orientación para que la persona tenga esa toma de consciencia. Porque muchas veces, por ejemplo, la violencia está muy normalizada, o procede de las personas del entorno más cercano. Esto requiere también una elaboración personal. Pero nos encontramos con un menor de edad que tiene una situación problemática y la va verbalizando a medida que se va sintiendo cómodo. Si nosotros identificamos una situación donde, desde la propia familia del menor, no se puede resolver el problema, derivamos a profesionales y recursos del entorno. Tenemos una red que aglutina a más de 17.000 recursos de infancia de todas las comunidades autónomas, para poder derivar al menor a un profesional que le pueda atender de manera presencial. En situaciones de riesgo inminente o emergencia, que son muchas de las que atendemos, sin colgar la llamada, manteniendo al niño en línea, activamos inmediatamente el protocolo de colaboración o bien con fuerzas y cuerpos de seguridad, con equipos especializados en menores de edad, o bien con los equipos del 112.

—¿En qué casos se notifica a la familia o a los adultos del entorno?

—A nosotros nos llama el menor de edad y trabajamos desde el menor de edad. Le aportamos el teléfono de ANAR para la familia y los centros escolares. Pero nos tienen que llamar los usuarios. Si el entorno es protector, siempre va a tener estos teléfonos para llamarnos y desde ahí trabajamos también con la familia. Muchas de las llamadas que recibimos proceden de situaciones que suceden en las propias familias. Entonces, si exploramos y encontramos adultos protectores, les vamos a facilitar el teléfono para familias, para que nos llame su madre o su padre. Desde ahí, trabajamos. Hay ocasiones en las que la familia no es protectora y ahí es cuando hacemos la derivación a profesionales. En todo caso, nosotros no llamamos ni a los niños ni a las familias. El nuestro es un teléfono de recepción de peticiones de ayuda.

—¿Cómo se hace el seguimiento de los casos a partir de la llamada inicial?

—Los menores de edad y sus familias nos siguen llamando cuando lo necesitan y, en los casos de alto riesgo, hacemos un seguimiento con los organismos que han intervenido para saber si el menor de edad ha salido de la situación.

—¿Cuántas llamadas se atienden por año?

—En el año 2021, que son los últimos datos publicados, atendimos 251.118 peticiones de ayuda de toda España. Los motivos principales son violencia, problemas de salud mental, problemas escolares, problemas de relaciones, problemas sociales, problemas jurídicos en las familias, con temas de separación, custodia y régimen de visitas. Luego, también atendemos el teléfono ANAR para casos de menores de edad desaparecidos, que es el 116 000. Y todas nuestras líneas, además de ser telefónicas, reciben WhatsApps. Salvamos muchas vidas, sobre todo en casos de conducta suicida. Gracias a las líneas de ayuda podemos poner al menor de edad en contacto con los profesionales y podemos intervenir en situaciones de muchísima gravedad y urgencia.

—¿Qué hace falta para mejorar la situación actual en la que han aumentado tanto las conductas suicidas y los problemas de salud mental en los jóvenes?

—Nosotros, como línea de ayuda, estamos aquí todos los días del año y hacemos orientación psicológica, jurídica y social. Pero hay muchos actores que están implicados en todo el trabajo con los menores de edad. En temas de conducta suicida, los motivos que diariamente comunican los menores de edad son, al final, temas de gestión emocional. Trasladan mucha soledad emocional en el día a día, que es lo que llamamos soledad acompañada. Es muy importante que las familias seamos conscientes de que, aunque el día a día tiene muchos frentes, tenemos que abrir la vía de la comunicación, del diálogo, diariamente. No sentarnos a hablar solamente cuando hay un problema, sino sembrar la idea de que podemos hablar de todo, de que la familia se apoya siempre y en el día a día, para que los hijos tengan la confianza de contar lo que les pasa. Es importante también que el adulto detecte señales de riesgo, porque los menores de edad no van a contar las cosas que les suceden. Entonces, si vemos que hay un retraimiento, un cambio brusco en el comportamiento o el estado de ánimo, si vemos que se encuentra aislado, si el rendimiento escolar se ve afectado, si duerme mal, come mal o está muy refugiado en la tecnología, todo eso es muy peligroso y hay que estar muy pendientes. Es importantísima también la salud mental. En el estudio de la conducta suicida hemos visto que solo el 44 % de las personas que nos llamaron por ideación o intento de suicidio estaban recibiendo tratamiento psicológico o lo habían recibido. Necesitamos que el sistema de salud tenga más profesionales, cada vez más especializados y cualificados, y que no haya unas listas de espera tan largas. La especialización de los profesionales y su coordinación tiene que ser una prioridad.

—¿En qué etapas o edades están en mayor riesgo de suicidio los menores?

—El abanico de edades donde hemos detectado más llamadas de petición de ayuda es desde los 13 hasta los 17 años. En esta franja de edad hay un riesgo grande, pero los problemas probablemente se vengan gestando desde etapas anteriores. Hasta que el problema se identifica y la persona pide ayuda, suele haber períodos de gestación en torno a un año. Es un período en el que la persona llega a generar esa ideación suicida o esos intentos. Entonces, durante toda la preadolescencia y adolescencia hay que prestar especial atención, pero, como decimos, desde las primeras etapas, como padres y madres tenemos que tener una comunicación diaria con ellos. Desde que tienen la capacidad de comunicarse con nosotros ya tenemos que estar prestando atención, validando sus sentimientos, ayudándoles a gestionar sus emociones más desagradables y la frustración del día a día. No hay que esperar a la adolescencia para empezar a hablar de las situaciones más problemáticas, probablemente haya que sembrar la confianza desde mucho antes para que un hijo o hija entienda que, efectivamente, estamos ahí y va a poder contar con nosotros si tiene cualquier dificultad.

—¿Hay un perfil de riesgo en relación con la conducta suicida en menores?

—En el estudio longitudinal que hicimos desde el 2012 hasta el 2022 hay mucha información acerca de los problemas asociados y los perfiles de mayor riesgo. Entre los problemas asociados, son muy importantes la violencia y los problemas previos relacionados con salud mental. El 60,9 % de los casos analizados tienen que ver con este tipo de situaciones. Violencia intrafamiliar, acoso escolar, agresiones sexuales y violencia de género son los problemas más asociados, y luego, problemas de salud mental previos, como autolesiones, trastornos de la conducta alimentaria, ansiedad, trastornos depresivos y problemas de comportamiento. Hay muchos perfiles, porque este es un fenómeno multicausal. No todos los niños que sufren acoso escolar van a tener conducta suicida. Hay más factores que llevan a la persona a plantearse ese desenlace. El perfil más común que identificamos es el de una chica de entre 13 y 17 años, especialmente en la edad de 15, procedente de una familia migrante, que ha sido víctima de algún tipo de violencia, especialmente una agresión sexual, y que puede tener antecedentes de fuga y de autolesión. Pero esto no quiere decir que todas las familias migrantes estén en riesgo. Y luego, también hay otros perfiles, como los menores de colectivos LGTBI+ o los adolescentes con discapacidad.

Las líneas de ayuda de ANAR están disponibles las 24 horas, todos los días del año, de manera gratuita y confidencial.


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