La Voz de la Salud

Jaume Aymar, paciente con TOC: «Me duchaba 42 veces al día, me cambiaba de camiseta 3.600 veces y dormía en una silla»

Salud mental

Laura Miyara La Voz de la Salud
Jaume Aymar es músico y tiene TOC desde los 12 años.

El suyo es un trastorno obsesivo compulsivo de pensamiento mágico supersticioso, lo que significa, explica, «que te lleva a hacer actos repetitivos pensando que si no los haces, algún acontecimiento catastrófico va a suceder»

11 Jul 2024. Actualizado a las 17:33 h.

¿Cuántas veces al día te duchas? Jaume Aymar ha llegado a hacerlo 42 veces seguidas. Tiene 29 años y sufre de trastorno obsesivo compulsivo, o TOC, desde los 12. Su caso, que se hizo conocido por primera vez hace unos años a través del documental 4.000 manías, volvió a ser noticia estos días tras la aparición de Jaume en el pódcast Un propósito con Kiko Martin, en el que se abrió en canal a lo largo de dos horas y media de entrevista.

Aunque hoy se dedica a la música, su gran pasión y el ámbito en el que es reconocido internacionalmente bajo el nombre artístico Mind Sylenth, y pese a que ha alcanzado la estabilidad tras años de incomprensión y encierro, la suya es una historia marcada por el dolor y el estigma. En conversación con La Voz de la Salud, cuenta cómo salió de lo más oscuro de ese laberinto y da un mensaje de aceptación de los trastornos de salud mental.

El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es una condición de la salud mental. Las personas que lo padecen experimentan pensamientos involuntarios, irracionales y repetitivos, llamados obsesiones. Estas generan ansiedad, angustia y miedo en el paciente, quien se ve obligado a realizar acciones compulsivas (compulsiones o rituales), en su intento por neutralizar las sensaciones desagradables asociadas a las obsesiones. La persona puede ignorar o detener sus obsesiones, pero eso solo aumenta su sufrimiento emocional y ansiedad. Por eso, siente la necesidad de realizar actos compulsivos para tratar de aliviar el estrés. 

Según la guía de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), el TOC es una enfermedad neuropsiquiátrica que se acompaña de un importante deterioro en la funcionalidad y en la calidad de vida del paciente. Se estima que en España afecta al 3 % de la población. «Uno de los criterios para que sea TOC es que esas ideas sean bastante bizarras y que no están muy conectadas con preocupaciones normales de la vida real, porque si se tratase de estas últimas, en realidad estaríamos hablando de un trastorno de ansiedad generalizado y no de TOC», explica Nieves Álvarez, psicóloga colaboradora en la Asociación TOC Madrid.

«Lo que te persigue y no te deja en paz son las obsesiones, el pensamiento que está prácticamente 24 horas en tu cabeza. Eso es lo que hace que por momentos necesites compulsionar para quedarte más tranquilo, pero esa calma solo dura unos minutos y al rato vuelve otra vez. Realmente lo que la persona más sufre es el hecho de no poder deshacerse de ese pensamiento que prácticamente no les permite hacer nada», asegura Álvarez.

Los inicios del TOC

«A mí me brotó el TOC debido a una desestructuración familiar, la separación de mis padres. Una persona con un trastorno de estas características ya nace con la predisposición obsesiva, pero siempre surge cuando un acontecimiento traumático sucede. En cuestión de muy poco tiempo ya estaba haciendo tantas manías que el trastorno condicionaba mi día a día», cuenta Jaume.

El suyo es un trastorno obsesivo compulsivo de pensamiento mágico supersticioso, lo que significa, explica, «que te lleva a hacer actos repetitivos pensando que si no los haces, algún acontecimiento catastrófico va a suceder». «Era realmente un infierno. Yo empiezo a hacer actos repetitivos pensando que, así, algún día se va a juntar la familia o que no me va a pasar nada malo si los hago, que me protegen. Vas asociando esas repeticiones con diferentes cosas y al final cada vez haces más y más repeticiones. Por más que no tenga ningún sentido, tu mente te hace creer que sí», describe.

A nivel conductual, el hecho de repetir la misma acción una y otra vez hasta llegar a un número determinado se traducía, poco a poco, en una pérdida de control sobre distintos aspectos de su vida, como el académico o el social. «Dormía en una silla, mis pies no se podían despegar del suelo. Me duchaba 42 veces al día. Me cambiaba de camiseta 3.600 veces. Entre levantarme, ducharme y cambiarme para ir al cole, tardaba cuatro horas», recuerda.

Esta es la paradoja del TOC. El intento de controlar la propia vida acaba por provocar la incapacidad de controlarla. «Tenía que contar cada paso que daba y tenían que coincidir con unas horas. No podía haber números 13 ni números seis, porque es el número del diablo. Si yo me cambiaba o hacía alguna acción, miraba la hora y si el total sumaba un número impar, tenía que volver a repetirlo. Es complejo porque te condiciona la vida. Era estar llorando y contando las lágrimas, o contando a qué hora podía empezar a llorar. Tú sabes que no sirve de nada, pero te lo impone tu mente», cuenta Jaume.

Si no podía repetir esas acciones, la sensación de ansiedad se apoderaba de él. «Yo tenía que ir y volver siempre por el mismo camino. Si un día por alguna razón esa calle estaba cortada y no podía pasar por allí, tenía muchísima ansiedad. Iba cada día a comprobar si ese camino ya estaba abierto para volver a hacerlo», explica.

Un problema sin nombre

En esa época, la conciencia sobre las patologías de salud mental no estaba tan extendida como a día de hoy y esto significó que, durante años, su trastorno fue interpretado por la familia e incluso por las instituciones educativas y sanitarias como un mero intento de llamar la atención. Sobre todo, cuando el trastorno empezó a manifestarse en problemas a nivel escolar.

«En el colegio, tenía que contar todas las letras que escribía en bloques, entonces, no podía seguir el ritmo de la clase. En muchas ocasiones me portaba mal en el colegio para poder quedarme castigado en el recreo y usar ese tiempo para contar las letras que había escrito durante las clases. Como hacía cosas que llamaban mucho la atención, acabé recibiendo bullying porque era raro. Entonces, también me refugiaba mucho en el hecho de que me castigaran en el recreo, para que no me vieran hacer cosas y se rieran de mí», recuerda.

La situación cambió cuando el colegio informó a los padres de Jaume acerca de estos problemas. Hasta entonces, él había sido un buen estudiante. Quizás por esa razón, la familia atribuyó sus nuevas conductas a una rebeldía propia de su edad o a los cambios en la estructura familiar. «Me metieron en un internado reformatorio, porque enfocaron el tema desde el lado de la conducta. La gente pensaba que lo hacía para llamar la atención o hacerme notar», lamenta.

En este contexto, el trastorno de Jaume empeoró y el desconocimiento de su entorno y de las instituciones acerca del tema contribuyeron a que el problema se agravara. «No me dieron un diagnóstico, estuve unos meses allí y se dieron cuenta de que ese no era mi sitio. Volví a Barcelona, donde vivía antes, y estuve un curso allí. Seguía llamando la atención con las cosas que hacía. En mitad del curso me ingresaron», cuenta.

El ingreso tampoco supuso un alivio. «Fue una locura, a las personas que teníamos problemas nos trataban como locos, no había mecanismos de terapia como los hay ahora, todo era muy arcaico, si te portabas mal te ataban a una cama. Te dejaban salir solo una hora al día. No había manera de salir mejor de allí», recuerda.

El punto de inflexión

El momento en el que las cosas empezaron a cambiar para bien en la vida de Jaume llegó a partir de la música, una pasión que se despertó en él y que le motivó a salir adelante. «La descubrí gracias a mi tío. Yo iba siempre a un estudio que él tenía. Me ponía a tocar los vinilos y me gustaba. Se me daba bien. Al cabo de un tiempo, me di cuenta de que hacer música me aliviaba mucho el TOC, porque me mantenía siempre el foco en algo y tenía que estar muy concentrado», explica.

«Hice estudios de producción musical y de ingeniería de sonido. También me dediqué a ser DJ. Me mantenía muy enfocado en eso, entonces, dejaba durante gran parte del día de repetir manías porque estaba frente al ordenador creando música, pero lo cierto es que cuando salía de ese mundo, volvía a tener muchísimas compulsiones», recuerda.

Al final, la música absorbió toda su vida. «Dejé de salir de casa para dedicar todo mi día a la música y no hacer manías. Era contraproducente, no había equilibrio. Empecé a coger agorafobia, no quería salir porque solo quería hacer música, y hubo un momento en el que dije "Basta"», cuenta.

El documental que lo catapultó al reconocimiento público también lo puso en contacto con otras personas que estaban pasando por lo mismo y con terapeutas que pudieron ayudarle. «Siempre había tenido malas experiencias con el sistema para tratar el TOC. Cada vez que entraba en un hospital, acababa peor. Entonces, tenía un rechazo muy grande. Iba a psicólogos pero ninguno me ayudaba a lograr un avance. Estuve mucho tiempo estudiando cosas de autoayuda, miraba qué podía aplicar por mí mismo. Pero a partir del documental, se abrieron otras opciones y empecé a tratarme de manera menos reacia, con terapia cognitivo conductual», dice Jaume.

Resignificar el dolor

En el 2020, Jaume sufrió un accidente que le llevó a revivir los peores momentos de su trastorno. «Me tiró un jabalí de la moto y me fracturé muchos huesos. Cadera, pelvis, coxis, fémur, parte de la médula, vena cava abierta. En ese instante, mi vida cambió. Me dijeron que no iba a volver a andar. Tenía 25 años. Lo perdí todo», cuenta.

«A partir del accidente, volví a tener un TOC severo y depresión, además, hace dos años murió mi padre. Me hundió totalmente. Venía de haber estado prácticamente dos años en silla de ruedas, pensando que no iba a poder volver a andar. Hubo un momento en el que me intenté suicidar. Me sentía culpable por hacer sufrir a terceras personas que me tenían que cuidar. Yo ya no quería hacer sufrir más a mi entorno», recuerda.

Pero esta etapa oscura le llevó a valorar su vida de una manera distinta. Cuenta que dejó de preguntarse por el por qué y cambió su perspectiva ante la vida. «Cuando tuve el accidente, empecé a repasar las manías que había repetido ese día, para ver qué había fallado, y no había fallado en nada. Las había hecho todas. Ahí te das cuenta de que todo lo que intentas que no suceda con tu TOC, al final ocurre», explica.

«Me di cuenta de que lo que me estaba pasando me tenía que servir para aprender. Lo que más me ha ayudado fue el trabajo introspectivo conmigo mismo, la meditación, volver al origen de primero sanar mis problemas internos más que trabajar el propio TOC. Porque, cuando tú estás bien, estás mucho más receptivo y preparado para afrontarlo», señala.

«Si tú no estás bien contigo mismo y te machacas constantemente, quizás es mejor primero trabajar en eso y después afrontar el TOC. Siempre empezamos la casa por el tejado queriendo tratar el TOC cuando realmente estamos hechos polvo en cuanto a la autoestima tras tantos años con ese problema que ocultamos a los demás y que nos avergüenza. Así fue como empecé a ver el valor en mí y en mi vida», concluye.

 


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