La Voz de la Salud

Paloma Marí-Beffa, psicóloga e investigadora: «Exigir silencio durante un examen de matemáticas es absurdo»

Salud mental

Lois Balado La Voz de la Salud
La doctora Paloma Marí-Beffa trabaja en la universidad de Banglor (Galés).

Pese a que hablar solo se ha considerado tradicionalmente como signo de locura, la experta en neurociencia cognitiva destaca el potencial que tiene vocalizar para la realización de determinadas tareas

04 Sep 2024. Actualizado a las 05:00 h.

«Sí, estoy en Galés. Aquí es donde vivo, trabajo, paso frío y todas esas cosas», dice la malagueña Paloma Marí-Beffa. Ella es, en la universidad de Banglor, doctora, investigadora y senior lecturer de Psicología —un puesto que no existe en España, a caballo entre profesor titular y catedrática—. Cabría preguntarse cómo ha acabado allí, pero no es recomendable preguntárselo porque lo que responderá se ajustará de manera poco fiel a cómo se fueron sucediendo en realidad los hechos. Ella misma lo dice: «Cuando me dicen qué hago aquí siempre cuento la misma historia a todo el mundo que me he acabado inventando, pero la realidad es que no lo sé».

Ha explicado tantas veces cómo acabó en el Reino Unido que le cuesta diferenciar qué fue real y qué partes ha ido añadiendo su cerebro. Porque, ella explica, así es como funciona el olvido; manoseando recuerdos con palabras hasta que quedan irreconocibles. A eso es, en parte, a lo que se dedica. A entender cómo nuestro cerebro, gracias a dios, utiliza el lenguaje para actuar. «La palabra es muy poderosa para entorpecer esas memorias. Las disuelve y las corrompe. Eso, que puede ser malo si eres un policía que tiene que entrevistar al testigo de un crimen, si tienes estrés postraumático es buenísimo», explica sobre este sistema adaptativo del ser humano. Una conversación que comienza con la pregunta de por qué unas personas hablan solas en alto y otras no, acaba en un viaje por las complejas redes que conectan nuestro cerebro. 

—¿Todos hablamos con nosotros mismos?

—Yo creo que sí, pero hay gente que dice que no. No está demostrado, pero creo que sí porque tiene sentido y porque así debería ser. Pero es cierto que hay gente que dice no hablar nunca con ellos mismos; que no tienen esa vocecita interna. A mí me cuesta trabajo creerlo, sinceramente. Lo que creo quizás es que hay una falta de conciencia sobre ello.

—Claro, es que depende de qué entendamos como diálogo interno. Transcrito, se parecería más a un libro de Joyce que a una entrevista. 

—Exactamente. Porque además está relacionado con la conciencia. Creo que, para entender esto, habría que empezar hablando de cómo trabaja nuestro cerebro. No es que haya unas zonas que se encarguen de una cosa o de la otra, no es así, sino que funciona por redes. Cuando se activa una red, también lo hacen de manera conjunta diferentes zonas del cerebro. Existe una red muy importante llamada 'red de activación por defecto'. Se llama así porque en estudios de resonancia magnética funcional, tratando de observar cómo las personas usan su cerebro, cuando se les daba la orden de que no pensasen en nada, que dejasen la mente en blanco, se vio que era imposible. Que te pidan que no pienses en nada es casi una provocación para que empieces a pensar en todo. Parar la cabeza es imposible y eso se demuestra con el hecho de que por la noche soñamos. Cuando duermes, incluso eres consciente del paso del tiempo. Sabemos que esa llamada red por defecto está siempre activa. Siempre. Es lo que hace que, a las tres de la mañana, cuando te despiertas, la cabeza se te vaya a las facturas que no has pagado. Esa mente que divaga de un lado al otro es el contenido de esa red por defecto. Ahí hay de todo, pero está compuesta por experiencias.

—¿Experiencias de qué tipo?

—Puede ser sonidos, imágenes, sensaciones o emociones. Y entre todo eso, también las palabras. Esta red es semántica, los contenidos que están más o menos relacionados se activan unos a otros; van siguiendo cierta lógica, aunque parezca caótico. Siempre existe una coherencia de algún tipo. Esta red es la responsable de que tú estés hablando contigo mismo quieras o no quieras. Ahora, cuando te pones a hacer algo que es complicado, pongamos el ejemplo de un problema de matemáticas o la declaración de la renta, donde tienes que cuadrar todos los números, en ese momento se activa otra red llamada 'de funciones ejecutivas'. Cuando esta red se activa, ocupa el mismo espacio, con lo cual suprime la red por defecto, porque no podemos tener dos conciencias a la vez. Si estás pendiente de los impuestos, no puedes estar pendiente de divagar. Son dos cosas incompatibles. Ese es el juego que hay en nuestro cerebro.

—Le diría que en el año 2024 estar concentrado en algo es cada vez más difícil y tendemos más a divagar que a los impuestos.

—Esto nos ocurre por varios motivos, pero tenemos que introducir una tercera red, que es importante. Cuando ves a las tres funcionando juntas es cuando entiendes lo que está pasando. La tercera red es la emocional, que básicamente forma parte de nuestro cerebro más animal. Cuando aparece nuestro cerebro animal, se suprime la red ejecutiva y aumenta la actividad de la red por defecto. Por eso cuando tu pareja se va con tu mejor amigo, se te va la cabeza, no te puedes concentrar, es imposible. Ahí lo que tenemos es nuestra red por defecto funcionando a todo motor, llevando nuestra mente por unos derroteros que malamente puedes controlar. 

—Entonces, ¿hablar con uno mismo es un signo de enfermedad mental? Porque siempre se ha tachado como un signo típico de la locura.

—Pues depende de cómo se estén usando esas redes, de si esa verbalización viene de funciones que están más o menos bajo control o de una desregulación completa.

—Pero sucede con los pensamientos intrusivos que a veces pensando cosas inapropiadas uno dice, ¿lo habré dicho en alto?

—Esto es común. De hecho hay veces que incluso puedes llegar a escuchar las palabras. Las alucinaciones auditivas relacionadas con las palabras son muy frecuentes, lo que pasa es que la gente no las comenta, pero echa un vistazo en Google y lo verás. Hay un síndrome que no tiene psicopatología alguna, que es propio de un cerebro normal, y que produce alucinaciones auditivas continuas. Escuchan sus propias palabras en su cabeza con una claridad tremenda, aunque ellos saben que no es verdad. Esa es la diferencia, saber que no viene de fuera. Dentro de la distribución normal de la población hay quienes no son conscientes de que hablan consigo mismos y gente que es súper consciente. 

—Habla de la conciencia, ser conscientes durante el sueño, pero es un campo complejo sobre el que tenemos varias teorías.

—¿La conciencia es un misterio?, depende de cómo lo mires. Si lo ves desde el punto de vista de la identidad, de quién soy yo, de cuál es mi papel en el mundo o de nuestra espiritualidad está claro que sí. Desde esa perspectiva es súper misterioso, pero me parece un terreno mucho más filosófico. Desde el punto de vista psicológico no es tan complicado. Hay una cosa que se llama memoria de trabajo que es un circuito cerrado. Si lo ves trabajar, es precioso. Está demostrado, a través de estudios unicelulares en animales, cómo la información que se recibe viaja de una determinada neurona a otra; y de esa otra pasa a la neurona inicial. Se ocupa de reverberar la información y mantenerla activa el tiempo suficiente para que tu puedas ejecutar una tarea. Para este tipo de acciones necesitamos un loop, un circuito cerrado que mantenga ahí los datos. Y ese circuito cerrado sincroniza a la vez un montón de información y constituye lo que es tu experiencia consciente, que para los ateos es un efecto secundario de mantener esa información durante más tiempo.

—Cuando te dicen un número de teléfono, mucha gente lo repite en alto de manera repetida para que no se le escape, ¿hablamos de esto?

—Exacto. Y esa es la utilidad primaria de lo que se llama la memoria de trabajo verbal, que es el habla interna. La memoria de trabajo verbal es un trigger que te permite realizar patrones de acción completos. Las palabras son alucinantes, de verdad, son increíbles. Que una simple palabra como 'gato' te permita acceder a todo lo que tú sabes por tu experiencia sobre los gatos es brutal. Sin esa palabra, sería todo estímulos y respuestas. No tendrías capacidad para organizar toda esa información. Solo esa palabra te permite organizar todo y es algo muy potente. Eso es lo que se ha encontrado, que la gente puede trabajar con memoria de trabajo visual, auditiva, táctil, sensorial, pero las palabras... Las palabras son potentísimas a nivel computacional. Una palabra contiene un nivel de información que una imagen no contiene. 

—¿Entonces esa charla interna y silenciosa que todos mantenemos y hablar en alto, llegando a mover la boca, forman parte del mismo proceso?

—Hasta cierto punto. Algunas personas tienen una conexión con la boca mucho más fuerte que otras personas. Esas diferencias individuales están ahí, gente a la que le sale por la boca todo lo que le pasa por la cabeza. En algunas personas ves que la boca se les está moviendo todo el día. Hay gente en la que esa conexión motora es muy fuerte y se manifiesta más. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que podemos servirnos de las palabras para realizar funciones ejecutivas y ejecutar tareas con alta precisión. Esa precisión que necesitas para hacer la renta, que es el típico contexto en el que el habla bajo control es muy beneficiosa y sería ridículo no usarla. 

—Es decir, que mientras haces cuentas es útil hacerlas en alto, sin embargo se exige un silencio sepulcral en, por ejemplo, un examen de matemáticas. 

—Exigir silencio durante un examen de matemáticas es absurdo. En la universidad, no se enseñan las matemáticas en silencio. Se hacen pequeños grupos en los que se habla constantemente. Pero luego en los colegios sí, porque tenemos una veneración al silencio absurda. Si intentas resolver un problema en silencio, la posibilidad de distraerte, divagar y cometer errores es muchísimo más alta. Hacerlo en alto implica la imposibilidad de decir dos palabras a la vez; tu cerebro tiene que seleccionar una. Ese nivel de selección continua al que te obliga el hablar en alto no lo tienes en silencio. 

—También cuando estudiamos, mucha veces declamamos la lección.

—Todas esas son funciones ejecutivas que te permiten priorizar cosas a largo plazo por encima del corto plazo. Está el ejemplo de la adicción. Si tú sabes que no deberías beber, pero te ponen una copa delante, la habilidad de suprimir eso y priorizar la salud o las obligaciones sociales se beneficia mucho de cualquier instrumento de funciones ejecutivas que tengas, entre ellas el habla. Si puedes hablar contigo mismo y decir «ya está, me apetece pero lo mejor que puedo hacer es irme a casa», tienes más probabilidades de lograrlo. Es más, si eso se lo dices a un amigo, también funciona. 

—Usted investiga, por ejemplo, cuánto más nos equivocamos haciendo tareas al mismo tiempo que tenemos a otra persona dándonos la matraca; interfiriendo, en definitiva.

—Sí, y ahora tenemos muchos más datos. Siempre partimos de una tarea que no sea posible realizar automáticamente, esto es lo fundamental. Cuando de verdad es útil el habla interna es cuando nos enfrentamos a una misión que no podemos realizar de manera automática. Si uno está jugando con un videojuego y alguien le habla, puede seguir jugando. Tal vez esa persona podría pensar que se concentra muy bien, pero es que eso es automático. Eso no es concentrarte. Concentrarte implica poner todo lo que tienes dentro para hacer algo. Nosotros planteamos tareas en las que, cada dos ensayos, cambia el objetivo. Esto impide que la tarea se automatice, que se pueda aprender.

—¿De qué tipo de tareas hablamos?

—Pues muy sencillas, para no complicarlo. Por ejemplo, mostramos una figura que puede ser azul o roja; un círculo o un cuadrado. El individuo tiene que decir si es azul o roja y luego si es un círculo o un cuadrado. Pero como la figura cambia cada dos ensayos, cuanto más práctica tienes, más interferencias hay. Acabas sin saber si tienes que identificar el color o la forma, no sabes que responder. Eso son tareas ejecutivas. Lo que define a una tarea ejecutiva es que con la práctica las haces peor, te obligan a estar muy pendiente de no cometer errores. En tareas de esa naturaleza, si hablas y dices en alto «azul y rojo», «círculo cuadrado» y luego otra vez «azul y rojo; círculo cuadrado» obtienes una letanía, un ritmo verbal, que te ayuda a cambiar esas tareas. Así, no te equivocas. Si no lo dices en voz alta se te va el santo al cielo y empezarás a cometer errores. Y si te lo repites en silencio, tampoco funcionará. 

—Vamos, que tiene que ser en alto, pero ¿esto cómo lo podríamos aplicar en nuestro día a día?

—En muchas cosas decir las cosas en voz alta nos hará todo más fácil. Por la noche, todo el mundo quiere parar la cabeza antes de acostarse e, instintivamente, la gente coge un libro y se pone a leer, porque cuando lees estás suprimiendo. Inconscientemente, lo buscan. Fíjate que esto es lo que hace, en esencia, la terapia cognitivo-conductual, trabajar ese habla interna para cambiar lo que tú te dices a ti mismo. Busca cambiar esa percepción, que dejes de pensar en que eres estúpido por haber hecho algo mal para decir: «vVenga, salió mal pero va a salir mejor la próxima vez». Toda esta reasignación típica de la terapia cognitiva-conductual es una manera de entrenar el habla interna. Y cuando se hace con el terapeuta, se hace en voz alta, para machacarlo bien porque funciona mucho mejor. La regulación emocional, cuando la haces en voz alta, contándosela a un amigo, ¿a que funciona mucho mejor? Cualquier especialista en trastorno de estrés postraumático te lo podrá decir. Esto es muy bonito.

—¿Bonito por qué?

—Pues porque cuando uno tiene un trauma, la memoria episódica no funciona como la mayoría de la gente piensa. No es una foto de tu vida. Es más bien como una película, pequeñas producciones en vídeo. Todos vivimos el trauma de las Torres Gemelas. Si estabas delante de la tele, no se puede olvidar. De aquel día, hay ciertas escenas a las que tú no quieres volver en tu vida y eso es el trauma. Hay una evitación de ese contenido. Cosas que vimos en pantalla, que aparecieron porque era el directo y que luego las suprimieron. Pero las vimos y eran horribles. Prefieres ni volver a pensarlas. Eso es el trauma, esa peliculilla que guardas en la memoria, que no se va y que además está intacta. Una víctima de una violación guarda el recuerdo intacto porque lo evita, porque no lo vuelve a pensar y no lo vuelve a recordar. Lo que ocurre es que cuando tú recuerdas algo que te ha pasado estás creando un nuevo episodio en el que te ves a ti mismo recordándolo. El evento actual lo mezclas con el anterior y, al tener esos dos juntos, es menos crudo, porque también es menos auténtico. Cuando hablas de tus problemas con un amigo o un terapeuta, estás trayendo de vuelta esos episodios y los estás digiriendo. Y las palabras ayudan a hacer la digestión. A través de la palabra creas activamente episodios nuevos que son una mezcla de estos que estás creando ahora y los anteriores. Así cuando recuperas el episodio anterior, ya no es tan duro, aunque tampoco es tan puro; está corrompido. Tú puedes crear memorias que ni siquiera han existido y eso es cómo funciona, en parte, el mecanismo del olvido en los humanos. La palabra es muy poderosa para entorpecer esas memorias. Las disuelve y las corrompe. Esto puede ser malo si eres un policía que tiene que entrevistar al testigo de un crimen, pero si tienes estrés postraumático es buenísimo. Esa capacidad que tiene el cerebro para cambiar los contenidos de los recuerdos es maravillosa. Y esto es justo lo que hace la terapia cognitivo-conductual, usar la palabra para cambiar esas memorias. 


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