Pol Turró sufre trastorno bipolar: «En la fase maníaca duermes dos horas al día, estás inyectado de dopamina; ardes por dentro»
Salud mental
Después de haber intentado suicidarse en tres ocasiones, narra cómo fue el inicio de sus «tinieblas»: «Corría durante horas, nadaba por las noches y fumaba porros sin parar»
16 Oct 2024. Actualizado a las 10:14 h.
Pol Turró abandonó sus estudios universitarios para fundar con un socio una de las primeras empresas de restauración de comida japonesa a domicilio del país. Llegó a contar con cinco restaurantes y una plantilla de ochenta personas. Llegaron a facturar millones de euros. Él se sentía eufórico, imparable, pero todo empezó a truncarse. En el 2014, «un médico, después de encerrarme contra mi voluntad, me dice: “Es usted bipolar y tendrá que medicarse toda la vida"». A día de hoy lo recuerda como un momento muy frío y falto de tacto que marcó su vida, pero, en ese instante, estaba viviendo su propio sueño americano. «Montar mi empresa con veintipocos años. Estábamos creciendo, tenía éxito, y lo que pensé fue: "Voy a hacer todo lo posible por salir de aquí y, cuando lo consiga, otro gallo cantará"».
Él mismo recalca que cuando la propia mente engaña, «es muy difícil darte cuenta»: «Tenía 25 años, una empresa que no paraba de facturar dinero y una energía que no se acababa nunca. Corría durante horas, nadaba por las noches y fumaba porros sin parar. Ese fue el inicio de mis tinieblas». Así se titula su primer libro Escapa de las tinieblas (Alt Autores, 2024), donde describe las luces y sombras de una vida marcada por el trastorno bipolar.
En ese momento, Pol se encontraba en la fase maníaca del trastorno. La más incomprendida por el ojo ajeno. «Diría que, para que se pueda entender, es como tener cocaína gratuita y en vena durante meses. Una energía infinita, no paras de hablar y tienes unas ideas brillantes, o por lo menos, tú lo crees así». Él mismo explica que dentro de esta etapa, hay varias fases. Por un lado, la hipomanía: «La menos fuerte. Estás más enérgico, te levantas más pronto y tienes más ideas. Vas a trabajar con más ganas y quieres hacer planes. Incluso ligas más porque tienes más ocurrencia y menos vergüenza». La manía es un paso más allá: «Diría que es lo mismo, pero multiplicado por diez. Vas a trabajar y haces mil tareas. Vas a una discoteca y le entras a todo. Duermes dos horas al día. Estás inyectado de dopamina. Ardes por dentro. Te quema a ti y a tu entorno».
Sin embargo, el «engaño» de su mente fue un paso más allá y empezó a sufrir psicosis. «Tus neurotransmisores funcionan distinto. Me sentía el elegido, el amo». Además, considera que su consumo de cannabis potenció «todo lo malo de la bipolaridad». Pol consumía grandes cantidades y, aunque no lo puede confirmar, «creo que lo que le dio al start a mi trastorno bipolar fue esta droga».
El 21 de julio de 2017
«A los seis meses de sentirme 'el elegido', es cuando me adentro en las tinieblas». El 21 de julio de 2017, Pol intentó quitarse la vida. En el libro, dedica un capítulo entero a ese momento, «y me ha costado escribirlo Dios y ayuda». Sin embargo, lleva incluso peor el siguiente, que escribió su madre, describiendo cómo vivió ella ese momento. «No he sido capaz de leerlo y eso que han pasado muchos años desde que sucedió. Pero cuando empiezo a hacerlo, caigo en un llanto absoluto», confiesa.
Se deshace en palabras bonitas para su entorno. Su madre, su padre, sus tíos y su hermana, que decidió dedicarse a la psiquiatría a raíz de vivir lo que es el trastorno bipolar conviviendo con él. «Cuando intenté suicidarme, mi padre estaba navegando. Le llamaron para contarle lo que había ocurrido. Pegó un grito que lo oyeron en la playa. Mi hermana estaba haciendo el Camino de Santiago y ella, en cambio, dijo: "Por fin". Porque confiaba en que iba a vivir y que me iba a acabar dando cuenta, después de tocar fondo, que no podía seguir así».
Sin embargo, Pol lo volvió a intentar dos veces más. «Y la segunda estuve bastante cerca a conseguirlo», afirma. «Ahí sí, me quedé hecho polvo. Tuvieron que operarme de un montón de fracturas, sufrí un coágulo cerebral y perdí la memoria a corto plazo».
Sabe identificar por qué no fue capaz de dejar de intentarlo: el sistema no le proporcionaba la suficiente ayuda psicológica. «Estuve ingresado, sí, y alrededor tuve mucha ayuda de profesional sanitario, pero de traumatólogos. Para los que por cierto, solo tengo palabras de agradecimiento porque me han salvado la vida en esas doce operaciones que me hicieron. Pero mentalmente, más allá de la familiar, ayuda prácticamente ninguna».
Las dos perspectivas de los ingresos hospitalarios
Pol divide sus ingresos psiquiátricos entre los que se llevaron a cabo en la sanidad pública y en la privada. «Para mí, los ingresos en centros públicos fueron un infierno, una pesadilla. Tienen tal ratio de pacientes que les resulta imposible atenderte. No existe la ayuda terapéutica, la principal es la farmacológica. Ingresarás, te darán una serie de pastillas y te marcharás», asegura.
Su recorrido por hospitales e instituciones dedicadas a la rehabilitación le ha permitido trazar una radiografía bastante crítica sobre la situación de la salud mental en nuestro país. «Es difícil de entender, pero he hecho un ingreso de dos años en uno de los mejores centros de España y porque mi familia ha podido pagarlo. Es uno de los problemas, es impagable, solo puede hacerlo un porcentaje muy pequeño de la población. ¿Y el que no puede, qué? Que un chico de 25 años se intente matar varias veces no se soluciona solo con pastillas, que es el protocolo a seguir en los quince días que suele durar un ingreso en la pública. No debe ser de un tiempo limitado, sino del tiempo que haga falta», remarca.
El presente
Han pasado diez años desde que Pol recibió el diagnóstico en aquella consulta y, después de un ingreso de dos años en un centro de salud mental, a día de hoy se siente «agradecido y afortunado, cuando antes me consideraba el más incomprendido del mundo».
Dice que ha recuperado las ganas de vivir gracias a su familia y amigos. «Mi hermana es la persona que mejor y más me ha escuchado, la que menos me ha juzgado y la que más me ha dado ganas de vivir en esta historia. Mi padre y mi madre, que es mi ángel de la guarda. Ella estaba todos los días conmigo en el hospital, aunque estuviese hecho un cromo, con una sonrisa de oreja a oreja. Después de haber trabajado durante horas, porque tenía una empresa. Incluso celebramos fin de año en la uci. Para mí es un ángel», expresa emocionado.
«Estoy en un gran momento de mi vida», confirma Pol. Entre sus planes presentes, montar una asociación con una socia con la que hacer grupos de terapia y ayuda mutua, como los que tanto le ayudaron a él; reformar una mallorquina con su padre, «que es un hombre de mar»; y volver a los fogones para cocinar de vez en cuando, esa práctica que le llevó al éxito hace años. «Paso por malos momentos y me tengo que medicar, pero soy feliz. Estoy donde quiero estar».