Así es la depresión sonriente: «Intentar solucionar tus problemas forzándote a estar alegre no funciona»
Salud mental
Muchas personas disimulan o enmascaran los síntomas de su depresión para no cargar a los demás o bien para evitar enfrentarse al problema de manera directa, lo que puede prolongar el sufrimiento de forma innecesaria
19 Nov 2024. Actualizado a las 18:40 h.
¿Cuántas veces ignoramos nuestras emociones negativas intentando suprimirlas y forzarnos a estar mejor? Este mecanismo es relativamente frecuente y, en el día a día, puede que caigamos en él sin siquiera darnos cuenta. Ya sea por no molestar a los demás en nuestra vida personal o para mantener una actitud profesional en el trabajo, controlar las emociones es parte de la vida de todas las personas.
Pero cuando lo que intentamos tapar es más que un estado de ánimo, cuando el problema de fondo es una patología de salud mental como la depresión, reprimir sus signos es contraproducente. Esto es lo que se conoce con el término de «depresión sonriente» o «depresión alegre», una manifestación de esta enfermedad que permanece oculta de cara a los demás porque el individuo se fuerza a aparentar que todo va bien, lo que, para los expertos, es un reflejo de una sociedad que no tiene lugar para el malestar. Cuando esto ocurre, la búsqueda de un tratamiento para ponerle solución se posterga y, como consecuencia, los síntomas pueden cronificarse o agravarse.
Por qué algunas personas ocultan su depresión
Puede haber diferentes motivos que lleven a alguien a no mostrar sus síntomas pero, de manera general, todos se agrupan en dos vertientes. Por un lado, señala la psiquiatra Marina Díaz Marsá, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, «puede que la persona tenga un estado de disociación, que de alguna manera no pueda conectar con sus sentimientos y esté anestesiado. Entonces, se presenta como alguien sonriente y habla de emociones negativas y dolorosas sin una respuesta emocional que sea ajustada a lo que relata». En otros casos, es posible que la persona se muestre alegre en público «por el miedo a que le juzguen como débil, a pesar de que en su intimidad tiene esa tristeza, esa sensación de no poder con las actividades habituales y otras dificultades», observa Díaz.
Dentro de estas categorías, los perfiles que más frecuentemente pueden entrar en estos patrones son aquellas que corresponden a personas que tienen a cargo familiares o que están sobrecargadas a nivel laboral. En estos casos, las personas pueden estar tan abocadas al cuidado de los demás que no tienen espacio en su vida para sus propias emociones.
Detrás de las emociones negativas hay una necesidad de ayuda que se manifiesta con tristeza o con ese bajo estado anímico característico de los cuadros depresivos. Esto es importante porque, cuando una persona evita mostrar lo que le ocurre, está «retirando esa invitación a que los demás le ayuden, a veces por no molestar y, a veces, por no querer que los demás se metan en su vida, o porque no se fía de los demás para pedirles esa ayuda», señala el psicólogo Xacobe Fernández, del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia.
En otros casos, es posible que la demanda de ayuda haya existido previamente, pero que no haya logrado la respuesta deseada. «Si dices que estás mal, en algunos ámbitos puedes tener una experiencia bastante invalidante. La forma de adaptarte a eso puede ser no mostrarte vulnerable, no pedir ayuda, porque ya sabes que sale mal. Vas a evitar interactuar con los demás desde esta vulnerabilidad y vas a intentar solucionar tus problemas forzándote a estar alegre, a decir que estás bien y mostrarte feliz con la esperanza de que eso solucione tu depresión», ilustra Fernández.
También puede suceder cuando el origen de la depresión está en un evento traumático. «En estos casos, la persona no quiere afrontar la situación, aunque sea a nivel inconsciente», observa Díaz.
Incluso, puede darse en personas que no tienen motivos aparentes para este malestar, individuos que tienen un trabajo, una casa, familia, amigos y estabilidad, porque la depresión no hace diferencias. En estos casos, el individuo puede sentirse obligado a continuar como si no le pasara nada porque no encuentra una explicación a sus problemas, cuando en realidad, esta respuesta «podría explorarse en psicoterapia», señala el experto.
El riesgo de disimular los síntomas
Lo primero que los especialistas remarcan es que los síntomas no desaparecen por sí solos en la ausencia de una intervención, sino que tienden a agravarse o pueden volverse crónicos. «Si uno no acepta lo que tiene, eso puede ir en detrimento de un pedido de ayuda profesional y por lo tanto de instaurar un tratamiento cuando el cuadro ya lleva más tiempo. Esto supone ciertos riesgos. A veces, podemos llegar a vernos en situaciones más impulsivas o de acción de muerte que en un momento dado puede aparecer y llegar a constituir una conducta suicida cuando en el entorno no habían identificado esa situación», advierte la doctora Díaz.
Al mismo tiempo, tampoco es útil compartir el malestar con todo el mundo o mantener una actitud victimista con respecto a lo que está pasando. «No hay que abandonarse y dejar que las emociones tomen las decisiones por nosotros. Pensar en que estoy mal todo el rato y hablar de esto con todas las personas que se cruzan en mi camino me autolimita y tampoco funciona», sostiene Fernández.
Se trata, en definitiva, de encontrar un equilibrio en el que prioricemos nuestra salud mental y enfoquemos el esfuerzo en volver a encontrar el bienestar dentro de nuestras circunstancias. «Funciona admitir y trabajar en el problema, seguir manteniendo un mínimo de actividad a pesar de la falta de motivación. Pero no hay que intentar mantenerlo todo a costa de un esfuerzo inasumible, porque el resultado de hacerlo es una sensación de impotencia y desesperanza: he intentado no cargarle a los demás, he intentado que no se me note, he intentado ponerme bien por mí mismo y no lo he logrado», recomienda Fernández.
Cómo actuar ante los signos de la depresión
Lo primero es saber reconocer este trastorno y ponerle nombre a lo que está pasando. En este sentido, los síntomas más frecuentes de la depresión incluyen la sensación persistente de tristeza, la pérdida de interés y de la capacidad de disfrutar y una disminución de la vitalidad que limita el nivel de actividad y produce un cansancio exagerado, desproporcionado en relación con los esfuerzos de la vida diaria.
También pueden aparecer sentimientos de culpa o incapacidad, irritabilidad, pesimismo ante el futuro, pérdida de deseo sexual, cambios en el apetito, ideas suicidas o pérdida de confianza en uno mismo, así como una disminución en la capacidad de concentración y de memoria.
Si aparecen estos síntomas, es importante saber que la clave no va a estar en suprimirlos, sino —como señala Fernández—, en modificar las circunstancias para que las emociones cambien. «La depresión tiene tratamiento y es eficaz. Pero, cuanto más tardemos en buscar ayuda, más se puede cronificar el trastorno y más riesgos puede asociar esta situación. No podemos olvidar que es un trastorno mental que tiene un origen biopsicosocial, es decir que hay diferentes aspectos que pueden hacer que aparezca y ninguno de ellos tiene que ver con la debilidad de carácter», subraya Díaz.
«Las cosas no ocurren en el vacío, sino que tienen causas. Y a veces no valoramos las causas como dignas de sus consecuencias. Tendemos a negar, a minimizar las causas de lo que nos pasa y a pensar que no es eso. En el momento en que uno minimiza lo que le pasa, deja de escucharse y de darle espacio a sus emociones. Para alguien, la muerte de un animal de la familia o el perder una relación de unos pocos meses puede ser suficiente para estar muy mal. No hay que restarle importancia a estas cosas», sostiene Fernández.
Sobre todo, hay que saber pedir ayuda cuando la situación no cambia. «Me parece legítimo que alguien intente solucionarlo con sus propios medios en un primer momento. Si hace un tiempo que alguien se está sintiendo mal, también se puede intentar hablar con el entorno, para recibir el calor de la comunidad. Una persona que no puede hablar de sus sentimientos, difícilmente podrá modificarlos. Ahora, los profesionales estamos para prestar ayuda cuando la persona ha intentado solucionar algo y no lo consigue», dice el psicólogo.
Si el paciente es otro
Cuando percibimos que una persona de nuestro entorno ha cambiado, que no le apetece hacer sus actividades favoritas o que su discurso se ha vuelto pesimista, puede que nuestro primer impulso sea preguntarle si está bien e intentar ayudarle. Pero, si la persona no está abierta a recibir esta ayuda, forzarlo no suele dar buenos resultados. En cambio, lo que los expertos recomiendan es mantener abierto el diálogo para que nuestro ser querido sepa que puede acudir a nosotros cuando decida hacerlo y que estaremos aquí para apoyarle en ese momento.
«Se trata de acompañar sin dar mensajes del tipo: "Tú puedes, anímate, no es para tanto". Sin invalidar los síntomas que tiene la persona en ese momento. Tampoco es necesariamente beneficioso animar a la persona a hacer cosas igual que siempre, como si el cuadro fuera a mejorar por sí solo. Lo que hay que hacer es apoyar y, desde luego, recomendarle que busque ayuda profesional», aconseja Díaz.