La Voz de la Salud

Becky Kennedy, psicóloga experta en crianza: «Los niños no van a aprender a tolerar sentimientos que los padres no les permiten sentir»

La Tribu

Laura Miyara La Voz de la Salud
La doctora Becky Kennedy es psicóloga clínica especializada en métodos de crianza. Acaba de publicar el libro Educar sin miedo.

La especialista estadounidense analiza los retos a los que se enfrentan los padres millennials

15 Oct 2022. Actualizado a las 13:43 h.

Cuando nos embarcamos en la ambiciosa y compleja tarea de ser padres, es mucho más lo que creemos saber que lo que realmente sabemos: nuestras expectativas sobre cómo es la crianza nunca llegan a abarcar todo lo que en verdad implica ser testigos y colaboradores del desarrollo de una persona. Y ser padres hoy es, quizás, una tarea aún más complicada que antes. La omnipresencia de Internet opera como un gran hermano que juzga todas nuestras decisiones. Y la consciencia que hoy tenemos acerca de la importancia de la salud mental hace que nos esforcemos por evitar infligirles traumas a nuestros hijos, una ansiedad que, quizás, no era tan prevalente en generaciones anteriores de padres.

Este complejo panorama es el que aborda la reconocida doctora Becky Kennedy en su nuevo libro, Educar sin miedo (Planeta). Como psicóloga especializada en métodos de crianza, la norteamericana ha desarrollado una teoría que se basa en una idea: todos somos buenos por dentro. Si la tomamos como una premisa y permitimos que guíe nuestras decisiones como padres, propone Kennedy, podremos entender los comportamientos de nuestros hijos desde una perspectiva más constructiva que el análisis simplista de saber si el niño se está portando bien o mal, si está respetando a los padres o no.

Pero Kennedy va aún más allá. Su propuesta implica una renuncia por parte de los padres: debemos sacrificar la idea de que la paternidad consiste en hacer felices a los hijos. Ella insiste en que debemos bajar del pedestal de los valores de la infancia a la felicidad porque, en realidad, esta etapa de la vida no va de ser felices. La niñez es, sobre todas las cosas, un período de aprendizaje. Y esto implica algo que incluso siendo adultos nos puede dar pereza: tolerar una enorme frustración. Del desarrollo de esa habilidad dependerá, en gran medida, la capacidad que tengamos a lo largo de toda la vida para ser felices. «Es una paradoja: cuantos más sentimientos podemos tolerar, más espacio hay para los sentimientos alegres», dice la psicóloga.

La obsesión de Occidente con la felicidad

«Creo que muchos padres dicen sin siquiera pensarlo: "Quiero que mi hijo sea feliz", "¿No quieres que tus hijos sean felices?". Y para mí, uno de los objetivos de la infancia, en términos de construir los cimientos para una vida adulta segura, es aprender a tolerar la más amplia variedad de sentimientos posible. Porque, como niño, vas a sentir todos los sentimientos. Sentirás felicidad a veces, pero otras te vas a sentir triste, frustrado, celoso, dejado de lado, inseguro. Y esos son todos los sentimientos que tendremos también en la vida adulta. La única diferencia es que, al crecer, hemos desarrollado estrategias y habilidades para afrontarlos. Y la única forma de cultivar la felicidad en la edad adulta es saber afrontar las emociones angustiosas que aparecen en nuestro camino», explica a La Voz de la Salud.

«Los niños no van a aprender a tolerar sentimientos que los padres no les permiten sentir»

Aunque sea difícil de llevar a la práctica, podemos encontrar un consuelo en estas palabras. «Lo que esto quiere decir es que, como padres, podríamos casi celebrar, casi nos podrían hacer ilusión los momentos en los que nuestros hijos están frustrados, o celosos, o tristes, porque esto nos da la oportunidad, si resistimos el impulso de hacerlos felices, de ayudarlos a construir esas habilidades de afrontamiento, poder enseñarles que esos sentimientos son normales, que nosotros podemos tolerarlos. Porque los niños no van a aprender a tolerar sentimientos que los padres no les permiten sentir. Los padres tenemos que tolerar sus sentimientos. Y así los preparamos para poder lidiar con un amplio abanico de sentimientos a medida que crecen, lo cual es una receta para cultivar la felicidad», señala.

Padres «millennials»

Uno de los puntos clave del libro, que está dirigido a padres de la generación millennial, es la idea de que los padres deben perder el miedo a ejercer su autoridad. Para eso, debemos replantearnos nuestra relación con la autoridad como concepto, yendo a buscar modelos nuevos que nos inspiren a ser líderes justos, pero firmes.

«Creo que hemos tenido modelos horribles de lo que significa ser un líder. Hemos aprendido que los líderes son severos, autoritarios, que excluyen a los demás, que no son receptivos. Y yo creo que los millennials valoran los sentimientos y entienden que ellos nos hacen más fuertes. Entonces, parece que hay un modelo en el que, o soy duro y no me importan los demás; o soy blando y mi autoridad se diluye, es débil. Hace falta un modelo de liderazgo robusto. Pero es difícil para los padres enfocar el tema apropiadamente y ejercer la autoridad porque no han tenido modelos de personas que puedan ejercerla con calidez y fuerza al mismo tiempo», señala.

En este sentido, tenemos que entender que la paternidad no se trata de ser perfectos. Es inevitable cometer errores; lo importante es saber reconocerlos para poder enmendarlos. «Creo que ese es el problema de vivir en la era de la información. No solo para los padres, sino para todo. En Internet, parece que hubiera una respuesta perfecta para cada pregunta. Que si sigues buscando, leyendo, aprendiendo, haciendo scroll, vas a encontrarla. Es importante hacer una pausa cuando buscas una guía, y preguntarte: ¿esto me está ayudando? ¿Me está haciendo sentir más empoderada, o más ansiosa? Eso es lo primero. Lo otro que diría es que no existe tal cosa como un padre perfecto o una madre perfecta. Si vas a tratar de mejorar en algo, que sea en reparar, enmendar. Y hay que establecer que la perfección no es un buen enfoque», sostiene Kennedy.

La buena noticia, dice la psicóloga, es que «los milennials son de mente muy abierta, receptivos ante nuevas ideas y están muy comprometidos con su propia salud mental. Entonces, cuando quieres ser un padre que se preocupa también por su propia salud mental, necesitas un enfoque distinto, uno que respete a tus hijos pero también te respete a ti. Y eso lleva a más millennials a buscar ayuda, lo cual es apropiado, porque criar hijos y volver a criarse a uno mismo en el proceso es algo difícil».

Castigos

Está claro que los castigos, como herramienta para la crianza, ya no funcionan. Esto incluye uno de los más utilizados, que consiste en enviar al niño a su habitación a pensar. «Solo puedo hablar de esto en el contexto del hogar familiar. No me gusta tampoco que se use en el colegio, pero soy reticente a criticar las intervenciones en un contexto en el que los profesores están trabajando con escasez de recursos, y sé que todos hacen las cosas lo mejor que pueden», aclara Kennedy.

«El castigo de mandar a un rincón a pensar habla de que necesitamos unos métodos de educación más efectivos y humanos. El castigo aísla al niño en el momento en el que más necesita ayuda. Punto. Los niños operan en base al temor al abandono. Siempre están prestando atención a qué partes de ellos son bien recibidas por los padres y, por tanto, son permitidas y seguras, y cuáles no lo son, y los ponen en riesgo de ser vistos como malos. Los niños se vuelven temerosos cuando están distanciados de sus padres, porque esa es la naturaleza del apego. Este tipo de castigos se aprovechan de ese temor. Y no se qué piensa la gente que los niños van a hacer en ese tiempo de castigo que los haga cambiar. No conozco un solo niño de cinco años que, cuando lo castigan, busque en YouTube "Cómo respirar profundamente y calmarme en lugar de golpear". Lo único que hacen cuando están solos es sentirse desregulados, solos, avergonzados, y mal consigo mismos. Y así construyen su identidad como niños malos que la gente no quiere cerca. Irónicamente, eso solo hace que los niños se porten peor», explica la experta.

De hecho, este tipo de castigos «solo funciona con niños que son muy complacientes, que tienen tanto temor a decepcionar a los adultos, que quizás tengan la capacidad de cambiar su comportamiento por temor. Pero hay grandes implicancias para ellos también. Estás haciendo que asocien el amor al temor. Y a largo plazo, van a sentir atracción por parejas románticas que ejerzan control y usen el temor para manipularlos, porque eso es lo que han aprendido a asociar con el amor y la seguridad. Y no conozco a ningún padre que quiera que sus hijos tengan parejas que les controlen y manipulen».

«Olvidamos que los niños son buenos por dentro y están haciendo lo mejor que pueden con las herramientas que tienen. Y si están reaccionando, necesitan un límite firme, no duro, sino firme. Y una vez que pasa el momento, necesitan aprender las habilidades de afrontamiento. No aprendemos si no conseguimos adquirir habilidades nuevas. Y no sé por qué la gente piensa que el niño va a hacer algo distinto la siguiente vez, si no ha aprendido. Necesitamos padres que eduquen», insiste.

¿Cuándo pedir ayuda?

Ante esta pregunta, Kennedy plantea un cambio de perspectiva. «Me preguntan mucho: "¿Cuándo está la situación lo suficientemente mal como para que tengamos que pedir ayuda?" Y me gustaría actualizar esa pregunta. Hay una mucho mejor, que es: "¿Necesito otro miembro en el equipo para tener el apoyo que necesito como padre?". La paternidad es el trabajo más difícil y más importante del mundo. Y hay muchos trabajos en los que se requiere de apoyo, de entrenamiento. Yo nunca iría a un cirujano que no hubiese pasado por un entrenamiento en cirugía. Y no pensaría que haber pasado por ese entrenamiento es algo malo o vergonzoso. En cambio, para la paternidad, existe un mito de que hay un instinto maternal, de que simplemente sabemos cómo hacerlo de manera natural. Pero, sin intervención, seremos los padres que hemos tenido. Y poco a poco, la gente está dejando de pensar "¿Qué pasa conmigo que necesito ayuda?" y está empezando a pensar "¿Qué estoy haciendo bien y en qué necesito apoyo?". Diría que el momento de buscar ayuda es cuando decimos, como padres: "Me vendría bien un apoyo, un miembro más en el equipo. O le vendría bien a mi hijo". Buscar ayuda es una señal de que una familia está intentando hacer las cosas bien, no de que hay algo que va mal», dice.


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