Etiqueta nutricional de las bebidas alcohólicas: «Con dos cervezas o copas de vino estamos tomando unas 240 calorías»
Vida saludable
Más allá del contenido y los ingredientes de estos productos, el alcohol envía señales al cerebro que aumentan la sensación de hambre y provoca un desequilibrio hormonal que favorece el sobrepeso
21 May 2024. Actualizado a las 15:11 h.
Un vaso de vino en la cena, una cerveza fría en una tarde calurosa o un vermú antes de comer. El consumo de alcohol es una parte tan arraigada de la cultura social en España, que muchas veces ni siquiera nos lo cuestionamos. Pero ¿qué sabemos realmente sobre lo que estamos bebiendo?
Como consumidores, estamos cada vez más informados e interesados acerca de los alimentos que comemos y compramos. Sabemos qué mirar en una etiqueta para saber si un producto puede ser saludable y cómo detectar los signos inequívocos de un ultraprocesado, el tipo de alimento que deberíamos intentar evitar. En el caso de las bebidas alcohólicas, esto no ha sido posible debido a la falta de esa etiqueta informativa. Son productos que, mayoritariamente, carecen de ese etiquetado visible; desde las calorías que contiene un vaso hasta los ingredientes usados en su proceso de producción. Una presentación que, por normativa de la Unión Europea, tendrá que cambiar de manera inminente para algunas bebidas.
El etiquetado nutricional obligatorio se ha introducido recientemente en los vinos y otros productos vitivinícolas aromatizados, con la entrada del reglamento europeo 2021/2117, publicado en el Diario Oficial de la Unión Europea (DOUE) el 6 de diciembre de 2021. Esta normativa establece que la información nutricional de esos productos, así como su lista de ingredientes, deberá figurar en una etiqueta. Sin embargo, esta etiqueta con los datos completos podrá ser electrónica y no necesariamente tendrá que estar ubicada en el envase. Solamente será obligatorio que estén indicadas en el propio producto las sustancias incluidas en su elaboración susceptibles de causar alergias o intolerancias, así como su valor energético. También se especifíca en la modificación reglamentaria que las botellas producidas antes de la modificación, muchas de ellas disponibles actualmente en el mercado, carecen de esa etiqueta.
Tipos de etiquetas
Cuando hablamos de etiquetado de los alimentos y bebidas, nos referimos a dos clasificaciones. Está, por un lado, la etiqueta de información nutricional, la reconocida tabla que desglosa la cantidad de macronutrientes y micronutrientes presentes en un producto, así como la lista de ingredientes que son parte de su fórmula.
Este etiquetado nutricional «es obligatorio, a nivel europeo y en España, en todos los alimentos envasados que se pueden adquirir en el supermercado, incluidos los refrescos y aquellas bebidas que tienen hasta 1,2 grados de alcohol. Sin embargo, en muchas bebidas alcohólicas, no lo es. Si tienen una etiqueta nutricional, es debido a una decisión voluntaria del fabricante», señala el doctor Iñaki Galán Labaca, profesor de Epidemiología de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador científico en el Instituto de Salud Carlos III.
Por otro lado, están las advertencias sanitarias: todos aquellos mensajes que forman parte del etiquetado de un producto y que alertan sobre los riesgos que las personas están asumiendo al consumirlo. El caso paradigmático en este sentido es el del tabaco, pero las bebidas alcohólicas incluyen este tipo de etiquetas cada vez en más países. «Los más frecuentes son los pictogramas que indican evitar el consumo en el embarazo, la conducción o en menores de 18 años. Lo que se intenta es que en un futuro sea obligatorio», explica Galán.
Así, por ejemplo, «en Irlanda va a haber una regulación importante y para el 2026 las advertencias serán obligatorias. Estará entre los primeros países a nivel europeo que las va a introducir. Entre las advertencias, se va a incluir un mensaje en texto grande que diga que el consumo de alcohol en cualquier cantidad puede incrementar el riesgo de cáncer. En Francia desde el 2007 es obligatorio poner un mensaje sobre evitar el consumo en el embarazo y hubo una oposición tremenda en su momento por parte de la industria», dice el experto.
Contenido nutricional del alcohol
¿Cuántas calorías tiene una cerveza? ¿Y una copa de vino? ¿Y un chupito de licor? «Cuanto mayor es la graduación alcohólica de una bebida, más calorías ingieres. Con dos cervezas o copas de vino estamos tomando unas 240 calorías, que es como comer dos yogures o dos manzanas», asegura Galán.
«Normalmente, el aporte calórico está relacionado con la cantidad de alcohol que contiene la bebida. Si sabemos que hay 7 calorías en un gramo de alcohol, basta con saber cuántos gramos de alcohol tiene una bebida y multiplicarlo por 7», explica el dietista-nutricionista Santiago Groba, del Colegio de Dietistas y Nutricionistas de Galicia (Codinugal). En este sentido, señala Groba, «se suele hablar de calorías vacías, porque el alcohol no aporta ningún nutriente. El vino y la cerveza puede que contengan nutrientes, pero es mucho más interesante incorporarlos a través de alimentos que no tengan alcohol».
En el caso de los cócteles preparados con varias bebidas, hay que tener en cuenta también el efecto sumatorio de todas ellas, incluido su posible contenido en azúcar. «Un licor tiene más graduación por cada 100 mililitros que una cerveza. Si, además, lo acompañamos de un refresco azucarado, la ingesta calórica es tremendamente grande. Dos cubatas con refresco azucarado pueden llegar a las 600 o 700 calorías», advierte Galán.
En líneas generales, una lata de cerveza de 330 mililitros puede contener aproximadamente 150 calorías, mientras que una copa de vino (150 mililitros) tiene unas 130 calorías. Los destilados, al ser de mayor graduación alcohólica, tienen también un mayor valor energético. Así, un chupito de ginebra (45 mililitros) contiene unas 100 calorías, lo mismo que uno de ron, whisky o vodka. El licor de café, al contener azúcar, aporta más calorías (160 por chupito), mientras que un cóctel como el mojito (177 mililitros) tiene unas 145 calorías.
Alcohol y sobrepeso
El aporte calórico es apenas una fracción del impacto negativo que tiene una caña en la composición de nuestro cuerpo. «El alcohol tiene un efecto hipoglucemiante, es decir, reduce la glucosa en sangre y esa es una de las señales que el cerebro interpreta como si no hubiésemos comido, lo que desencadena un hambre atroz», explica Groba.
«Las personas que beben alcohol de manera habitual tienen un aumento del apetito por encima de lo que indica la autorregulación de su cuerpo. El cuerpo tiene un sistema muy preciso de regulación que hace que si comes hasta cierto nivel, te sientas lleno y eso te frena. El alcohol altera ese sistema. Por eso muchas personas toman un vermú antes de comer para abrir el apetito. Esto se llama efecto orexigénico», detalla el nutricionista.
Además, este tipo de bebidas ejercen un efecto de desregulación hormonal que contribuye al aumento de peso. «Disminuye los niveles de testosterona y aumenta el cortisol. Esa modificación del perfil hormonal conduce a una tendencia a acumular grasa y perder tejido muscular, lo que desemboca en sobrepeso u obesidad. Por eso, aunque una persona que bebe alcohol no tomase calorías suficientes para cubrir el gasto energético diario, tendría un cambio en su composición corporal, con degradación muscular y ganancia de tejido adiposo», señala Groba.
Y eso no es todo. «También hay que tener en cuenta que el alcohol dificulta la entrada de la fase REM del sueño y el tener un sueño de baja calidad repercute en las decisiones alimentarias», añade.
La fórmula secreta del alcohol
Dado que muchas bebidas alcohólicas no están obligadas a llevar etiquetado, en muchos casos es posible que contengan ingredientes en su fórmula de los que no somos conscientes. «En la producción del vino, por ejemplo, se utilizan de forma secundaria ciertos elementos como proteínas animales, que se pueden introducir en las barricas para que quede más transparente el producto final. Es por eso que muchos vinos vienen con una etiqueta de apto para veganos; estos son los que no las contienen», explica Galán.
Los únicos añadidos de declaración obligatoria en bebidas como el vino, incluso antes de la nueva regulación, eran los sulfitos, que se incorporan para evitar la degradación del producto. Más allá de eso, señala Galán, «en los licores, no sabemos si les echan ingredientes saborizantes o no, ni cuáles». Si bien todos los conservantes y aditivos alimentarios cumplen una legislación estricta y están bajo los límites establecidos por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, lo cierto es que un consumidor no tiene forma de saber cuáles son las sustancias presentes en una bebida al momento de adquirirla.