Olivos medievales y judeoconversos que comerciaban aceite en Monforte
Monforte de Lemos
La calle de las Flores era uno de los lugares donde proliferaba este cultivo
28 Jan 2024. Actualizado a las 05:00 h.
En Galicia existieron plantaciones de olivos, en algunos casos, de grandes dimensiones, que si seguimos algunas fuentes habrían sido posibles gracias a la introducción de este cultivo en nuestra tierra por los romanos. En tiempos de los Reyes Católicos tuvo lugar un arranque generalizado de las oliveiras gallegas, dejando solamente algunas para uso de las lámparas de aceite. Los monarcas sometieron a fuertes impuestos a estas plantaciones, lo que conllevó su tala al ser inviable económicamente su mantenimiento. Solo se salvaron olivos que se situaban en las sierras y lugares apartados y que por ello esquivaban el control de las autoridades de la época.
Los judíos y los judeoconversos emplearon en la gastronomía el aceite de oliva, práctica que entre los llamados cristianos viejos no era habitual. No obstante, en las propiedades del clero se mantuvieron algunos olivos, pues a los religiosos se les exoneró del pago de impuestos por utilizar el aceite para la elaboración de los santos óleos y administrar la unción de enfermos. Ya en el siglo XVII, el conde duque de Olivares sometió a nuevas cargas impositivas a los olivos que habían resistido la presión fiscal antes expuesta. El todopoderoso noble buscaba así, en realidad, beneficiar su propia producción de aceite.
En Monforte había olivos desde antiguo y, aunque escasa, existe documentación histórica que dejó crónica de su existencia. En el año 1449, siguiendo a fray Mancio de Torres y su libro de registro de escrituras del monasterio de San Vicente del Pino y su priorato de Doade, un documento detalla: «Casa de Teresa Núñez, y otros de los bienes de Joan Pérez y los terrenos das oliveiras». El documento en cuestión es transcrito por Carlos Rodríguez Fernández en su tesis doctoral Colección diplomática de San Vicente del Pino.
Foro del año 1449
Con fecha 26 de agosto de 1449 se indica, por otro lado, que el abad de San Vicente, don Pedro, afora a fray Juan de Lobios dos casas y dos terrenos en Monforte. Los inmuebles se encontraban «na rua da Ferraría», siendo uno de ellos la casa de Teresa Núñez, propiedad que su padre había mandado al monasterio.
El otro casarello lo ubica el foro al lado de unos bienes que fueran de Juan Paris y otra construcción que pertenecía a la «capela de Santa María Madre, o cual vos tedes de foro do conçello de Monforte», añadiendo que también se afora el terreno «que está a çima do casarello que foi de Teresa Nunes, con súas oliveiras». El pago de este terreno destinado a olivos era de «dos blancas» en cada año.
La calle de la Herrería —de los herreros, no confundamos con herradores— se encontraba en la parte alta de la actualmente denominada plaza de España, extramuros de la villa, en el ámbito de la conocida como puerta de la Zapatería, en tiempos recientes llamada puerta de la Cárcel Vieja. Recibe este nombre por haber sido sede de la cárcel del partido judicial monfortino uno de los antiguos torreones medievales anexos a dicha puerta. La prisión permaneció allí hasta construirse la nueva, durante la década de los años veinte del siglo pasado, en la zona de A Pinguela.
Por su parte, la calle de los Herradores también tuvo su lugar en el callejero, situándose en el tramo inicial de la actual Doctor Casares. Incluso una pequeña plazuela a la altura del edificio que fue Liceo Artístico se denominó de manera oficial en su día plazuela de los Herradores. Las calles de los Herradores y de los Herreros perduraron en el tiempo, pudiendo encontrar citas de ellas en documentación de finales del siglo XIX.
Los terrenos donde se encontraban los casarellos y la finca de las oliveiras estaban próximos a otra de las zonas en las que también tenemos constancia de la existencia de este cultivo. Nos referimos a la calle de los Cereixás, hoy calle de las Flores, una vía medieval que debía su nombre a la existencia en ella de una gran cantidad de árboles de esa especie. Si paseamos por el lugar, todavía se pueden observar algunas cerdeiras, dada lo privilegiada zona para dicho fruto.
En el archivo parroquial de Santa María de A Régoa, libro primero de fábrica, folio 15, se dice en un testamento del año 1598: «Dominga Rodríguez hipoteca una casa propia en la calle de los Zereixas, y una viña que llaman de los Oliveiros». En alguna otra ocasión leemos que antiguos terrenos que parecen indicar su pasado como plantaciones de olivos, están destinados a viñas. En la parroquia de Ribas Altas, lugar de Santa Eufemia, tenemos noticias sobre «una viña en Santa Eufemia que llaman as oliveras», en el año 1612.
De olivares a viñas
Fray Mancio en su registro de escrituras añade una «executoria contra los hijos de Sebastián Fernández sobre la viña de las Oliveras en Ribasaltas y casa a la Zapatería en 8 de octubre, ante Maseda, en 35 hojas». En otro asiento, que pensamos se refiere a la misma viña de las oliveras, se añade que fuera de Juan Rodríguez das Carballeiras, y la llevaba Gregorio Salgado, rentando tres canados de vino.
No sabemos si la cantidad de aceite de los olivos medievales monfortinos era suficiente para una pequeña comercialización local. Lo que podemos afirmar es que alguna de las familias judeoconversas locales más notables, se dedicaban al comercio del aceite en nuestra localidad.
Un ejemplo lo tenemos en un documento que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, en el que se mencionan a los vecinos Antonio Fernández y su hijo Francisco Fernández. Al padre le confisca los bienes la Inquisición en el año 1625.
Tres proveedores habituales en el punto de mira de la Inquisición en el siglo XVII
Antonio Fernández es objeto de persecución por el Santo Oficio. El mercader, previamente, le había entregado 32 potes de aceite a Juan de Meira y Ana Fernández, a razón de 16 potes a cada uno, para que lo «vendiesen a basso». Negociado el producto por los vendedores, la Inquisición apresa a Antonio y confisca sus bienes. Su hijo concierta con los inquisidores, a cambio de cierta cifra de maravedíes, el poder gestionar el cobro del dinero conseguido con la venta de los treinta y dos potes de aceite, presentándose en casa de Ana Fernández y Juan Meira.
Según relata el documento conservado en el Archivo Histórico Nacional, durante este tiempo, Juan Vázquez, platero monfortino y compañero de los anteriores en las ventas de aceite, es quien va a cobrar finalmente el importe de lo vendido. Francisco Fernández, su padre Antonio, y Juan Vázquez tenían la obligación de abastecer de aceite a la villa monfortina.
Avanzando en el expediente inquisitorial estudiado, nos encontramos que otro monfortino descendiente de judíos y acusado asimismo de judaizante, Pedro Marce Calderón, declara en 1633 que por aquel tiempo —año 1625— le había entregado Francisco Rodríguez, en nombre de su padre Antonio, potes de aceite para vender por la población. Pedro alega que, después de ocho años, «no recuerda» la cantidad de potes de aceite que le facilitaron para la mentada venta.
La tradición en Quiroga
Avanzando en el tiempo, y ya a finales del siglo XIX, en exposiciones celebradas en Galicia se premia a varios cosecheros del valle del Sil por sus «aceites vegetales», como es el caso de Vicente Quiroga Vázquez, con olivares situados en Lamela, en Quiroga o el conde de Torre Novais con plantaciones de olivos en ese mismo municipio.
Por estos años se informa de las comunicaciones remitidas por las autoridades competentes para que se obligue a los propietarios de olivos a la destrucción, por medio de fuego, del ramaje procedente de la poda, o retirar y colocar estos restos en almacenes o lugares cerrados privados del contacto con el aire a fin de evitar el desarrollo de la «palomilla» y otras enfermedades. La palomilla del olivo, o barrenillo, es un pequeño escarabajo en su fase adulta que tiene predilección por las ramas de estos árboles que se encuentran cortadas tras la poda.