El pabellón de la OJE: la pista en la que se jugaba desde la liga interbancaria al Franciscanos-Seminario
Lugo

Comenzó siendo un campo embarrado en el que azotaba el viento y acabó como el pabellón de referencia del centro, en el que, además de partidos, se vivía el Lugo más social
02 May 2021. Actualizado a las 05:00 h.
Recomponer la historia del que fue pabellón de la OJE en Lugo es como ir ensamblando piezas de un rompecabezas construido durante más de siete décadas que arrancan en plena posguerra. «Recuerdo, siendo pequeñito, que mi padre trabajaba en la Diputación y alguna vez me llevaba con él. Me sentaba en un taburete y desde allí veía a los niños jugar en el campo de tierra que años más tarde se convertiría en el pabellón de la OJE», cuenta Antonio Feás, nombre propio del baloncesto lucense y poseedor de una memoria privilegiada.
En aquella improvisada pista (situada junto a los locales de la OJE) sobre la que azotaban las ráfagas de viento y que se embarraba con facilidad comenzó la afición de Lugo por el baloncesto. «En los años 40 se había asentado en la ciudad un destacamento de infantería catalán que jugaba en aquel campo de tierra y que fue el que trajo el básket a la ciudad. Ellos fueron los que plantaron la semilla», abunda Feás. De jovencito, él también jugó en aquel campo que más tarde sería pista y luego pabellón. «El balón se embarraba, tenías que hacer verdaderas filigranas», recuerda. Los primeros equipos del Instituto Nacional de Previsión fueron asentándose y sacando adelante camadas de jugadores, y las décadas fueron transcurriendo.

Resulta difícil encontrar a alguien que ponga fecha a la construcción del céntrico pabellón. Hay quien apunta que ya se habrán cumplido unos 50 años, pero nadie es capaz de asegurarlo. Lo que abundan son los recuerdos de las tardes vividas allí. «Medio Lugo terá xogado nel», dice Juan Villar, que lleva toda su vida vinculado al voleibol. «Lembro de pequeno aquel pavillón sempre cheo, como entraba o frío polos cristais, e ata que alí se disputaba a chamada liga interbancaria. Daquelas cada banco da cidade tiña un equipo de fútbol no que xogaban os seus traballadores, e eu ía ver xogar a meu pai», cuenta.
Gominolas y partidos
Las tardes de los sábados, explica Villar, buena parte de los chavales de la ciudad seguían el mismo guion. «Pola mañá xogábanse os partidos da liga escolar, e pola tarde os demais. Lembro que iamos a Ray ou á Queta a mercar gominolas e despois a ver os partidos e tentar ligar», recuerda entre risas.
Durante la temporada había algunas fechas señaladas en el calendario. «Sobre todo os duelos de volei entre os Franciscanos e o Seminario, eran tremendos, o pavillón estaba sempre cheo e con moitos curas», abunda.
También Tito Díaz, hombre de baloncesto, tiene en la retina la foto fija del viejo pabellón a reventar. «Tiña cinco filas de gradas dun lado, banquillos, vestiarios e dúas portas de acceso. As canastras e o chan eran antigos, pero era un pavillón moi cómodo para adestrar. Xuntábase moito público durante os partidos e vías bo baloncesto», describe.
Una cancha única en España
El hilo conductor de los testimonios que recuerdan el viejo pabellón que languidece en el corazón de la Muralla es el cariño. Es como si todos los chavales, hoy adultos, que pasaron por allí compartiesen la misma sensación. «Era o pavillón perfecto para volei, pequeno, agarimoso, cunha grada reducida. Enchíase sempre e era desas pistas nas que notas o calor do público», relata Bibi Bouza, hoy presidenta del Emevé.
La imagen que hoy presenta el pabellón, con un trozo pintado de blanco y el otro no (por sentencia judicial para diferenciar las propiedades), con las malas hierbas al acecho, el acceso tapiado, algún que otro grafiti y las ventanas rotas proyecta una sensación de abandono que dista de lo que fue en tiempos. «Lembro que tiña un chan de madeira como non había en toda España naquel momento», sentencia Bibi. De jovencita, recuerda cómo aquella pista era única en la ciudad. «Estaba tan céntrica que os pais deixaban ir soas ás nenas pequenas adestrar porque estaba no centro».
Un lugar para socializar
El pabellón de la OJE era un punto de referencia deportivo, pero también social. «Allí se jugaba al baloncesto, al volei y al fútbol sala y el deporte se vivía distinto. Pero incluso al margen de jugar, se cultivaba la relación social, era un punto de encuentro», describe Quique Rozas, que vivió allí un buen puñado de partidos como árbitro.
«Tenía una pista polideportiva, dos vestuarios para equipos y uno para árbitros. Era un pabellón sencillo, de los de una sola pista, pero cumplía con creces con la demanda que había», añade el exárbitro. «Guardo un gran recuerdo de aquel pabellón, tan céntrico y que facilitaba la participación. Allí se concentraba el Lugo social y allí nació el baloncesto».