La Voz de Galicia

La vuelta de la economía política

Mercados

Luis Caramés Viéitez Miembro de la Real Academia Galega de Ciencias. Grupo Colmeiro

La creciente multiplicación de problemas derivados de incertidumbres como la guerra comercial, las tensiones de los emergentes o el «brexit» han puesto de manifiesto la necesidad de dar una vuelta de tuerca más a la vía del multilateralismo. Ocurre que esa nueva perspectiva vinculada a la cooperación internacional está colisionando con la desconfianza que muestran actores protagonistas como Estados Unidos y China, un palo en la rueda de esa visión global que demanda el escenario actual

08 Sep 2019. Actualizado a las 05:12 h.

Cuando la economía daba sus balbuceos como meritoria del conocimiento científico, apostaba por la existencia de ciertas leyes de comportamiento en el seno de las sociedades. Con el tiempo llegarían los modelos, acosados por juicios de valor y prejuicios, luchando con las dificultades de observación y verificación. Los experimentos controlados se resisten, pero los avances han sido significativos, explorándose hoy los mecanismos psicológicos, más allá del acartonado hombre económico. Pero siempre, desde los momentos seminales, quien quiera que la economía como ciencia tenga sentido, ha de reconocer los condicionamientos de las instituciones y de la política. Bien está la modelización, imprescindibles son números y series, no digamos ya los requisitos de competencia en el mercado, pero la realidad y su percepción por los agentes no se encierra en una burbuja aislada, en donde rigen la benevolencia y la anarquía feliz. Existen normas y poderes encargados de producirlas y hacerlas cumplir. La economía es en gran parte, guste más o guste menos, economía política.

En el momento actual, sin embargo, ese enfoque ha de enriquecerse con una visión mundializada, ya que la economía se ha escapado de los espacios tradicionales, ya sea por procesos de integración supranacional o por el impulso a grandes bloques comerciales, mediado todo ello por una tecnología que avanza a un ritmo desconocido hasta ahora. Y así, en una rápida mirada transversal, nos encontramos con los rifirrafes arancelarios entre Estados Unidos y China, las tensiones macro en Turquía y Argentina, una Alemania preocupada con su industria automovilística y, por último, la incertidumbre del brexit, que se intensifica por momentos. En todo ello tiene su lugar la economía, la economía política.

Así, pues, el 2020 se nos presenta como muy delicado para la economía mundial, hasta tal punto que la Reserva Federal se vuelve más acomodaticia, aunque no tanto como hubiese querido Donald Trump, que se está luciendo como incendiario y bombero simultáneamente, no en su casa o en sus empresas, sino al mando del Estado, es decir, haciendo política, su política.

Y la inflación que ni está ni se la espera. La Fed busca ese 2 % que se resiste, abaratando el crédito, y no digamos ya el BCE, con un Draghi en retirada, pero que sigue inquieto por el bajo nivel general de precios, a lo que se suma el brexit. Una leve luz en el horizonte, entre tantos miedos: Italia parece volverse más razonable con la expectativa de un nuevo gobierno, menos beligerante con Bruselas. Fráncfort no tiene el margen de maniobra de la Reserva Federal para manejar tipos, pero probablemente habrá de ir a una nueva fase de expansión cuantitativa, es decir, compra de títulos de deuda pública y privada, para inyectar liquidez al mercado y recuperar así el crédito en la economía real. Por Japón se siguen recetas similares, a fin de conjurar la recesión.

Vemos, pues, que los poderes públicos juegan un papel nada secundario en la vida económica, aunque también es verdad que, al final, si las familias que pueden les creen poco y ahorran en vez de gastar, o el crédito vuelve a las andadas con fundamentos poco sólidos, o las empresas no se arriesgan y no invierten, tenemos un problema, mediado por expectativas de fuerte inestabilidad, alentada -conscientemente o no-, por populismos más o menos rampantes.

Todo ello me trae a la cabeza aquello de la moneda helicóptero, definida por vez primera por un economista muy conocido, llamado Milton Friedman, utilizando una metáfora: las autoridades monetarias imprimen billetes y los arrojan desde un helicóptero sobre las calles. Ello induciría un rebrote de la inflación. Seguro que Draghi también lo ha recordado cada vez que le dio una vuelta de tuerca a su política monetaria no convencional, iniciada en marzo del 2015. «Solo me falta lo del helicóptero», pensaría. Pero también saben en el BCE que ni las familias ni las empresas no financieras tienen cuenta con ellos, y que incluso a través de la banca comercial, los obstáculos serían grandes, con titulares múltiples y otros líos contables. En cualquier caso, nada garantizaría que este regalo fuese a aumentar la moneda en circulación, pues podría ahorrarse o ir debajo del colchón, con lo que el efecto sobre el consumo sería nulo o marginal. Y también podría dedicarse a adquirir productos importados fuera de la zona euro.

Podrá quien esto lea pensar que se nos ha ido la olla, pero puedo asegurarles que de todo se ha hablado en los santuarios de los bancos centrales, ante la severa dificultad de cebar la bomba de la demanda. Llegados a este punto, alguien preguntará por la evolución de los salarios, pero eso no toca hoy aquí, aunque diremos que incluso con salarios más altos, las expectativas pueden seguir siendo temerosas, ancladas en el miedo a que aquello que pasó cuando todo el mundo decía que la cosa iba bien, vuelva a ocurrir.

Más cooperación

No obstante, en los días que nos ha tocado vivir, resulta más que relevante la economía política internacional, que contempla y ha de interpretar la multiplicación de los problemas y el estallido de los grandes paradigmas y de los esquemas explicativos. El debilitamiento del Estado-centrismo exige otra perspectiva de la cooperación internacional. Todavía en la retina la crisis de las subprimes, se visibiliza cada vez más nítidamente la inadaptación creciente de los instrumentos clásicos de intervención. En la gobernanza global se ha de atender a los riesgos de la inestabilidad financiera, el cambio climático y las condiciones de trabajo, como elementos prioritarios, y en todos ellos ha de estar presente un enfoque de economía política internacional. Pero la irrupción de una pseudo ideología tipo Trump aboca al mundo a relaciones progresivamente conflictivas, poco propicias para alcanzar estos objetivos. Tanto Washington como Pekín comparten la misma desconfianza por el multilateralismo y eso pone palos en la rueda de esa visión global imprescindible. Condimentado todo con el gusto por el proteccionismo agresivo del presidente americano.

Claro que existe la economía de laboratorio, por supuesto que la formalización y la abstracción son herramientas preciosas del razonamiento económico, pero quien se olvide de los condicionantes de la política, sea en un sentido más clásico o en una perspectiva de public choice, no entenderá adecuadamente los problemas y, por lo tanto, sus propuestas de política económica tendrán los pies de barro.


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