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Mercedes Mora Redacción / La Voz

Kristalina Georgieva está a un paso de convertirse en la nueva directora del Fondo Monetario Internacional en sustitución de la francesa Christine Lagarde

15 Sep 2019. Actualizado a las 05:07 h.

Está un paso más cerca de ocupar en breve el sillón que deja Christine Lagarde en la planta noble del FMI. Y eso después de que el organismo haya eliminado el límite de edad para el cargo de director gerente. Eran 65. Uno menos de los que tiene. Mucho se tienen que torcer las cosas para que no acabe tomando las riendas de la institución. No hay otro candidato.

Salvo cataclismo, la búlgara Kristalina Georgieva (Sofía, 1953) se convertirá muy pronto en la segunda mujer que dirige el Fondo y en la primera persona de un país de Europa oriental que lo consigue. Será a partir del 4 de octubre. Esa es la fecha que se ha marcado como tope el FMI para dar por cerrada la sucesión de Lagarde, que el 1 de noviembre será quien marque el rumbo del Banco Central Europeo (BCE) en lugar de Mario Draghi.

Por el camino, Georgieva le ha ganado el pulso -por poco, todo hay que decirlo- al polémico ex ministro holandés de Finanzas y ex presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem -experto en meterse en charcos durante la crisis de deuda que asoló Europa-. Y al ex ministro de Hacienda británico George Osborne que, cómo no, el Reino Unido decidió promocionar por libre, rompiendo así la tradición de candidato único europeo.

Quienes han trabajado con ella y la conocen bien, podrían afirmar que la búlgara hace honor a su nombre. Directa y sin ambages. Incluso hasta algo intimidante. Por no decir borde.

Lo de la severidad le viene de lejos, de cuando daba clases de Economía en el entonces instituto universitario Karl Marx de Sofía. Allí estuvo trabajando hasta los 55 años. Tenía que haberse jubilado en ese momento. Es la edad oficial de retiro de los búlgaros. Pero para entonces ya llevaba quince años trabajando en el Banco Mundial. Comenzó como asesora en temas de medio ambiente. Y fue ascendiendo peldaños, hasta que en el 2008 se convirtió en la número dos de la institución.

Lo dejó de la noche a la mañana. Temporalmente, eso sí. En el 2011. Tan pronto como fue llamada a filas por su país para hacerse cargo de la cartera europea de Desarrollo. Después diría que aceptó el puesto en el Ejecutivo de Durão Barroso por patriotismo, atendiendo los ruegos del entonces primer ministro del país, Boiko Borisov. El puesto iba a ser para Rumiana Jeleva, ex ministra de Exteriores. Pero sus desastrosas respuestas en las audiencias del Parlamento Europeo hicieron que Borisov llamase a Georgieva para que acudiera al rescate.

Estaba en juego el prestigio de Bulgaria. Ni se lo pensó. Lo del todo por la patria le corre por las las venas. Basta con decir que es bisnieta de Ivan Karshovski, revolucionario del siglo XIX, considerado uno de los fundadores de Bulgaria. Ni siquiera avisó a su madre de que se iba para Bruselas. Se enteró en las noticias.

Allí amplió su currículo y, con Jean-Claude Juncker ya en la presidencia, llegó hasta la vicepresidencia de Presupuestos. En su poder, la llave de una caja de 160.000 millones. Su mano derecha entonces, la hoy ministra de Economía en funciones, Nadia Calviño, cuyo nombre, curiosamente, también sonaba con fuerza en las quinielas para dirigir el Fondo.

Pero no contenta con eso, se postuló para secretaria general de la ONU. Esa carrera no la ganó. Esta sí. Y eso que ha tenido que contar con el visto bueno deTrump, que hasta llegó a dejar caer que puede que, esta vez, Estados Unidos decidiera apoyar a un candidato no europeo para el puesto. Echando así por tierra un acuerdo tácito tan viejo como las propias instituciones. El FMI para Europa; el Banco Mundial para EE. UU. Era un farol. Uno más.


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