La Voz de Galicia

Mucho más que el PIB

Mercados

Xosé Carlos Arias Catedrático Universidade de Vigo

15 Aug 2021. Actualizado a las 05:00 h.

El crecimiento no da la felicidad. A veces incluso, la quita, si es que trae consigo efectos perversos, como lo que los economistas suelen llamar externalidades (es decir, consecuencias nocivas de una actividad sobre otros ámbitos y sujetos), cuyo ejemplo más famoso es el impacto ambiental. Sin embargo, si hay un dato que se ha consagrado como la medida del éxito o el fracaso de cualquier país es el PIB que haya conseguido alcanzar. Pues bien, en los últimos años esta es una de las cuestiones más discutidas y revisadas en el conversación pública sobre la economía en todos los planos (en el académico, pero también el más próximo a la política).

Estamos hablando de la famosa y compleja relación entre crecimiento económico y bienestar. Aunque hay que buscar bastante lejos sus raíces (quizá en los informes del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, y más en general, las discusiones sobre la relación entre crecimiento y desarrollo de hace casi medio siglo) es ahora cuando el asunto está cobrando gran notoriedad, de modo que cada vez extraña menos que dos palabras -economía y felicidad-, que durante mucho tiempo parecían el agua y el aceite, aparezcan con frecuencia unidas en textos de economistas y organismos internacionales. Acaso el más conocido es el informe World Happiness Report, dirigido por Jeffrey Sachs.

Sobre estos asuntos acaba de publicar un libro imprescindible Albino Prada, Riqueza nacional y bienestar social. Más desarrollo con menos crecimiento, que está en línea con trabajos anteriores del autor. Su argumento central es que el mayor reto económico y social de nuestro tiempo no es, como generalmente se dice, de escasez, sino todo lo contrario, es decir, que «tenemos serias dificultades para gestionar la abundancia». A partir de ahí se explica convincentemente que una parte de lo que llamamos crecimiento no es en realidad más que despilfarro.

Desde mi punto de vista, conviene hacer una acotación inmediata: si bien el dinamismo económico no es suficiente para impulsar el bienestar colectivo… sí es su condición necesaria: un entorno de estancamiento es uno de los peores enemigos posibles de la prosperidad social. La precisión es importante y oportuna, porque ahora mismo muchas economías desarrolladas -como las europeas- se enfrentan a una amenaza real de estancamiento a largo plazo; es decir, de algo parecido al crecimiento cero: no vayamos a pensar que de ahí va venir mejora alguna en el bienestar.

Lo que hay que hacer es pensar el crecimiento de otra manera; de hecho la UE parece estar readaptando su línea estratégica en esa dirección, al proclamar la necesidad de una reconstrucción económica más tecnológica, verde e inclusiva. Pero esa nueva política económica no será posible si no sabemos medir correctamente lo que tenemos y hacia donde vamos. Y aquí entra de una forma crucial la necesidad de establecer una nueva métrica para el PIB. Un impulso importante a esa nueva se produjo en el 2008 cuando Nicolas Sarkozy, por entonces presidente francés, encargó un informe sobre esa materia a un grupo de autores de primera línea, como Amartya Sen y Joseph Stigliz. Básicamente, la propuesta que de allí salió fue la de cambiar radicalmente la medición de algunas variables económicas clave, de forma que algo tan manifiestamente negativo como la huella ecológica de las actividades económicas sean tenidas efectivamente en cuenta. Y en sentido contrario, todo lo que contribuya a la sostenibilidad y el aumento de la calidad de vida debiera recogerse también de una forma clara.

Es esa visión de la economía y el crecimiento, más multidimensional y también más certera, lo que necesitamos.


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