Galicia pisa fuerte en Ginebra
Motor ON
19 Mar 2018. Actualizado a las 11:00 h.
Recuerdo que, cuando hace años llegaba uno al aeropuerto de Ginebra para asistir al salón del automóvil y tomaba un bus o un taxi hacia el centro, para hospedarse en los numerosos hoteles que flanquean el lago Leman, la primera impresión luminosa que recibías, ya en pleno centro, era un gigantesco rótulo luminoso, en una de las esquinas más vistosas de la ciudad, que decía Caixa Galicia. Después, si tenías un rato para pasear por sus calles, volvías a tener muestras de la galleguización suiza en numerosos bares de tapas y casas de comidas que, muchas veces con toponimia gallega, anunciaban que un camarero de los años sesenta había prosperado y se convertía en empresario de éxito. Con el paso de los años el gran rótulo luminoso pasó a otro más discreto de Abanca y poco a poco los camareros de los sesenta fueron dejando paso a los modernos gastrobares, porque la jubilación les hizo regresar al terruño.
Este año, ya sobre las moquetas del propio salón del automóvil, volvimos a vivir un episodio de ensalzamiento gallego que hace años no experimentábamos en Ginebra. Rodeados por rutilantes deportivos de preparadores, por berlinas de lujo o por carísimos SUV premium, en los expositores de Citroën y Peugeot lucían con descaro, en puestos de privilegio y rodeados por cámaras y presentadores de las televisiones de todo el mundo, dos gallegos de pro, el Citroën Berlingo y el Peugeot Rifter, con una planta con la que nadie se atreverá a llamarles ya con ese a veces despectivo nombre de furgonas, porque los jóvenes vehículos gallegos lucen planta de monovolumen, de crossover o sabe Dios de qué porque son auténticos cochazos para familias que gusten de la naturaleza, para jóvenes con aficiones de acción y deporte, o para profesionales que amen la versatilidad que solo estos dos productos gallegos pueden darles.
El salto cualitativo que han dado estos productos de Peugeot y Citroën -también de Opel, aunque esta marca no exponía en Ginebra- salidos de la fábrica de la Zona Franca de Vigo es tal que auguran un éxito comercial capaz de emular al de sus antecesores, como la C15, o los anteriores Berlingo y Partner, que se han extendido a millones por todo el mundo.
Hay que pensar que del éxito de estos vehículos, junto al de los productos textiles del otro gigante gallego, va a depender la balanza comercial de nuestra comunidad en los próximos años. Hay que valorar también que en Ginebra pudimos ver los últimos productos de marcas como Ferrari, Lamborghini, Rolls Royce, Jaguar, Porsche y otras muchas, con coches que sacan el hipo con precios por encima de las seis cifras.
Pero allí estaban el Citroën Berlingo y el Peugeot Rifter, luciendo su galleguidad de productos probados por las duras corredoiras gallegas, por las serpenteantes curvas de nuestras carreteras comarcales, a prueba de ciclogénesis y borrascas, hechos pieza a pieza por manos gallegas, esas manos que en los últimos sesenta años han demostrado, que en este curruncho también se saben hacer buenos coches, como en Detroit, en Munich o en Japón. Este año en el Salón de Ginebra retomamos el orgullo gallego como cuando veíamos aquel rótulo luminoso. Viendo la expectación que Berlingo y Rifter levantaron en Ginebra, tomamos nota de que, en el automóvil, ya somos potencia.