El Racing de Ferrol, de carros y carretas a carros de fuego en A Malata

De carros y carretas a Carros de fuego. Como en la mítica película de Hugh Hudson, que es un canto a la rivalidad y la lucha deportiva.  Un giro de guion labrado en base a la máxima del que la sigue la consigue por un Josu Dorrío (Bilbao, 1994), que ha pasado de ser cuestionado a figurar el once ideal de la jornada en Segunda gracias al partidazo que el extremo vasco se cascó en El Molinón —con gol y asistencia de las que sientan cátedra — y que este miércoles vuelve a ser pieza clave en el complicado reto de frenar a un Almería que recala imparable en A Malata (19.00 horas, LaLiga TV Hypermotion) para medirse al Racing Club Ferrol.

El fútbol son estados de ánimos y el extremo vasco, que puso rumbo a Gijón visiblemente tocado, con la voz quebrada y dejando patente que «palabras pocas, lo que hay que hacer son hechos», lo experimentó en sus propias carnes. Celebró con rabia y, a ritmo del gol, exorcizó todos sus demonios en El Molinón.

«He sentido una emoción terrible. Doy gracias a mi entorno, a mi familia, a mi mujer, a mi psicólogo por haberme mantenido firme», explicitaba el extremo que se enfrenta ahora, una vez abierta la veda, al reto de la continuidad.

Su figura será capital, además, para echar un cable a David Castro en las rápidas internadas de un veloz y directo Almería.

Y es que más allá de que al vasco —según él mismo apreciaba — nadie le ha regalado nada, su personalidad deja patente que es de esos jugadores testarudos, de esas hormigas tan necesarias en un vestuario que, para bien y para mal, se llevan el lastre de la tabla clasificatoria a casa.

El ex del Amorebieta, que fue objeto de bromas sanas en el vestuario por su confesión de que no había salido a cenar fuera desde su llegada a Ferrol por no haber sumado de tres, es el arquetipo de fútbol obrero que la escuadra verde necesita.

Energía contagiosa

Un futbolista que, tras el varapalo en forma de goleada que les endosó el Real Oviedo, aguantó estoicamente los gritos aislados de los aficionados congregados a la salida del estadio y que desprende una energía contagiosa muy necesaria.

Es en figuras como la de Dorrío, que asumió sin rechistar su cambio de flanco en el ataque; de un David Castro, que lejos de su mejor versión está ejerciendo de lateral y dejándose el alma; la del lateral navarro Aitor Buñuel, que se partió la cara por el equipo y que actúa de central sin arrugarse y que esta tarde se mide al equipo con el que ascendió a Primera, o de un Álvaro Giménez, que ante la falta de gol no duda en acercarse a la grada a conciliar y en Gijón demostró que sus descargas pueden ser tanto o más útiles que sus remates y que vuelve a cruzarse con un Almería con el que probó las mieles del pichichi, en las que debe sustentarse la recuperación del Racing en este arreón final antes del parón.

Esta tarde se juega la primera mitad de una final a 180 minutos en la que cerrar con dignidad una sombría primera vuelta. El rival, de talla Primera División, exigirá a los integrantes de la fragata verde una melodía coral y altamente acompasada.

Sin una nota desafinada en una propuesta que, en los más de 100 minutos de duelo ante el Sporting, demostró que no es necesario el solo virtuoso de ningún jugador para que la banda sonora cale en la grada y, sobre todo, para que sea eficaz y repercuta en el electrónico.

El Racing, que logró anotar en un único partido los mismos goles que en toda la primera vuelta a domicilio amasando menos del 30 % de la posesión del balón, tiene que refrendar sobre el verde el estribillo de su particular canto a la esperanza. Simplificar y tirar del carro todos a una para que la mecha de El Molinón prenda, en el momento, adecuado en el fortín de la ría.