LA CARTA
Opinión
SUSANA FORTES
09 Feb 2002. Actualizado a las 06:00 h.
Un día todo el planeta parecerá la osamenta agujereada de un animal fósil. Extensiones inmensas de selva llegarán a desaparecer como desapareció Troya y en su lugar quedarán sólo arrecifes asolados que desde la lejanía acaso sugieran la forma de aquella esfinge que vio Arthur Gordom Pym un instante antes de que lo cegase la locura. Pero hasta que la materia se desintegre en una pura tiniebla galáctica, los hombres continuarán dejando esculpidas sobre el barro las huellas de su paso. El escritor Ernesto Sábato y antes de él Poe o Nietzsche o Dostoievski se cuestionaron la relación del hombre con el mundo. Unos y otros, cada cual a su manera, plantearon que el drama del hombre moderno era la ruptura de un pacto con el Universo, la quiebra de una serie de fronteras, como la del concepto tiempo que supuso la pérdida del principio de contemporaneidad. «...entre la medianoche y el alba/ cuando el pasado es todo engaño/ y no tiene futuro el porvenir...». Algunos de los signos de ese porvenir en el que vivimos son: la cultura planetaria y digital, la contaminación de los mares y de los ríos, la guerra como fenómeno mediático, el desplazamiento del concepto filosófico de saber por el concepto pragmático de información... Pero por encima de todo, la identidad de nuestro tiempo viene marcada por la sentencia inapelable de uno de los padres de la ciencia moderna, el físico nuclear Niels Bohr: «Predecir es muy difícil. Sobre todo el futuro». En septiembre de 1941, en plena guerra mundial, el científico alemán Heisenberg viajó a Copenhague para visitar a Bohr e informarle sobre los planes nazis de desarrollo de una bomba atómica. Las verdaderas razones de la visita no están del todo claras. ¿Lo movía un principio de lealtad del discípulo hacia el maestro o buscaba la colaboración práctica de la mayor autoridad mundial en física cuántica? ¿Se sentía abrumado ante las consecuencias de la explotación de la energía atómica en general, o bien ante el peligro que representaba un arma tan mortífera en manos del Tercer Reich en particular? La incertidumbre ante tales preguntas ha dado magníficos frutos literarios, como la obra teatral de Michael Frayn Copenhagen o la novela del escritor Jorge Volpi En busca de Klingsor. La Historia habría sido muy diferente, o más exactamente, no habría sido, de haberse desarrollado la reunión de otro modo. Heisenberg siempre mantuvo que su intención era sabotear el programa nuclear de Hitler. Pero lo cierto es que aquella visita marcó una ruptura definitiva entre los dos amigos. Antes de morir, el premio Nobel danés escribió una carta que ahora los responsables de su archivo han decidido dar a conocer y que se publicará este mes en el Times. Puede que su contenido no ayude a esclarecer las intenciones a menudo brumosas del alma humana, pero estaría bien que sirviese, al menos, para plantear uno de los debates éticos más interesantes que la ciencia todavía tiene pendiente.