Sólo falta Michavila
Opinión
24 Mar 2004. Actualizado a las 06:00 h.
PERDIDA la batalla, e iniciada la normal dispersión de las huestes, el turuta del PP acaba de tocar a reunión, y todo indica que el cambio tranquilo, auspiciado por Rodríguez Zapatero, está a punto de terminar. La tarea prioritaria de Mariano Rajoy consiste en evitar la desbandada, y para eso se están plantando las bases de una reorganización que parece orientada a hacer una oposición a cara de perro y a montar la bronca parlamentaria y mediática desde el primer día. La primera consigna -apenas disimulada por el discurso correcto- consiste en deslegitimar el resultado, negar todos los errores, y aferrarse a la idea de que «algunos dirigentes del PSOE y un poder fáctico facilmente reconocible» se dedicaron a violentar el luto y la jornada de reflexión. En ayuda de tan descabellada tesis han llamado a capítulo a «su» Fiscal General del Estado y a sus fortalezas mediático-episcopales, que no tienen otra misión más importante que la de criminalizar -como siempre- todo lo que no favorece la gloria y fortuna del Partido Popular. La segunda línea de actuación fijada por la ejecutiva del martes tiene como objetivo cerrarle el paso a Ruiz-Gallardón y retrasar el debate sobre la crisis de liderazgo abierta por las elecciones. Y para eso diseñaron una nueva cúpula orgánica que, renunciando a cualquier autocrítica, reparte el poder entre los grandes derrotados del 14-M. Rajoy, a quien le toca representar los rescoldos del aznarismo, será presidente. Acebes, que encarna el desastre de gestión del atentado de Atocha, será secretario general. Zaplana, que batió todos los récords de cinismo político y de confusión mediática entre el Gobierno y el partido, será portavoz parlamentario. Y Mayor Oreja, cuya apuesta antinacionalista acabó en absoluto fiasco, será el candidato estrella al Parlamento Europeo. La verdad es que sólo faltan dos puntos filipinos para completar el cuadro: Ana Palacio, a quien deberían ecomendarle la sección de pedagogía social e imagen, y José María Michavila, a quien yo le encomendaría la tarea de reducir a simplezas todos los asuntos complejos. Y con eso tendríamos la plena garantía de una oposición nostálgica, radicalizada y arrogante, que puede hacernos suspirar por Rodríguez Zapatero. Lo bueno sería que el PP fuese capaz de explicar su derrota con inteligencia y gallardía, de restañar rapidamente las heridas del 14-M, y de desterrar los malos modos que el electorado liquidó de un solo plumazo. Pero todo apunta a que la lucha por el control del partido y el equilibrio de las taifas han ganado la partida, y que la derecha española ha entrado en una crisis amarga, bajo la sombra alargada del aznarismo doliente.