Un plan imposible
Opinión
01 Jul 2004. Actualizado a las 07:00 h.
YA LO HABÍA hecho el PP cuando en 1993 pretendieron conjurar la realidad de la derrota electoral, cuando casi tocaban el cielo con los dedos: denunciar el supuesto fraude, sugerir la existencia de un «pucherazo». Ahora, por increíble que parezca, es el PNV, un partido más que centenario y más que experimentado en duras contiendas electorales, quien comete el grave error de volver a utilizar esa palabra, imposible, que afirma la comisión de un delito solo imaginable en la mente de un loco. Y es que, salvo que se demostrara judicialmente lo contrario, resulta inconcebible que un responsable político pueda establecer, ni siquiera como hipótesis, que los mecanismos de control electoral, en los recientes comicios europeos, hayan saltado por los aires para favorecer, de forma espúrea, a una formación política sobre otra. El presidente del PNV, Josu Jon Imaz, ha hablado, claramente, de fraude electoral, pero el presidente del partido en Guipúzcoa, Joseba Eguíbar, se ha tirado a la piscina y ha utilizado la imposible palabra, llegando a precisar que se ha producido un trasvase, deliberado, a la hora de redactar actas de votos de formaciones falangistas al PP, presunto beneficiario de la que, de confirmarse, sería una monumental chapuza con resabios caciquiles. Es verdad que uno está ya curado de casi todos los espantos y que la política resulta ser a veces un oficio envenenado y envenenador. Pero también es cierto que la frustración es un sentimiento más peligroso que la estrictina y, por ello, el peor de los consejeros posibles. También es verdad que la pérdida del escaño que, inicialmente, se le atribuyó a Galeusca y que ha ido a parar al PP, es un duro golpe para la formación nacionalista en la que además del PNV y CIU estaba el Bloque que, últimamente, es que no levanta cabeza desde que los nacionalistas gallegos se «libraron» de Beiras... Pero todo esto no parece razón suficiente para que la imposible palabra, el «pucherazo», se utilice alegremente, como para darle color a un titular de prensa. El «trasvase», nada menos que de seis mil votos desde una formación falangista al PP, resulta inimaginable en esta democracia nuestra del siglo XXI, salvo que alguien en el ámbito del PP se haya vuelto rematadamente loco. Sobre todo porque sería una maniobra, además de delictiva, groseramente inútil, de corto recorrido, de pernicioso efecto «boomerang»... Así que, de momento, y mientras no se demuestra lo contrario, prefiero pensar (¡y mira que lo siento!) que, en el PNV, la frustración ha sustituido a la sensatez y a la cultura democrática de la que siempre han podido presumir los nacionalistas vascos, pese a sus detractores. O no. La verdad es que no quiero ni pensar que sus sospechas fueran fundadas. Porque, entonces, el agravio a los nacionalistas vascos abonaría, burdamente, el victimismo del que se les acusa tantas veces. Sobre todo desde el PP.