El dictador en su paraíso
Opinión
26 Aug 2004. Actualizado a las 07:00 h.
MÍRESE por donde se mire, no hay paraísos fiscales sin mundializacón, y viceversa. Son prolongaciones del colonialismo. El 95% de ellos se ubican en antiguas posesiones británicas, francesas, españolas, holandesas, o enclaves comerciales norteamericanos. Su soberanía ficticia sirve de manta a una delincuencia financiera que no sólo es tolerada, sino alentada por su utilidad al mercado liberal. En total, millones de cuentas, decenas de miles de sociedades pantalla (más que habitantes hay en Gibraltar, en las islas Vírgenes, en Vaduz y en Jersey) gestionan y reciclan centenares de miles de millones de dólares procedentes de la cara sucia de la economía. Estos paraísos permiten a los capitales circular de un extremo al otro del planeta sin que se ejerza control sobre ellos. Favorecen la explosión del mercado financiero al margen de la ley, motor efectivo de la expansión capitalista lubrificado con los beneficios obtenidos por la gran delincuencia. Gobiernos, mafias, compañías bancarias y sociedades transnacionales prosperan con las crisis y se entregan con toda impunidad al pillaje del bien común. Sería lógico que Augusto Pinochet fuera a disfrutar, económicamente, se entiende, a uno de estos paraísos. Pues no: seguro que el dictador no ha leído a Edgar Alan Poe; sin embargo, actua como el personaje de La carta robada , con la que ningún sabueso daba por estar evidente y abierta sobre la mesa del salón. Alguien le habrá insinuado, porque según sus familiares sufre demencia senil y no razona, que donde mejor habría de guardar los millones sería en el Banco Riggs, uno de los más «prestigiosos» de EE. UU. Parece como si estos bancos nacionales hayan decidido copar también los capitales producidos por los negocios mafiosos, no dejarlo en manos de los suizos o de los antiguos colonizados. Ya sin previa investigación, el City Bank, uno de los más grandes de EE. UU, aceptó fondos sospechosos del hermano del ex presidente mexicano Carlos Salinas, así como de Vladimiro Montesinos, Alberto Fujimori, Carlos Menen -ahora afincado en Chile para eludir la justicia- y el ex presidente nicaragüense Mateo Alemán: todos los robos de estos próceres de la patria fueron depositados en bancos norteamericanos, lo cual al fin y al cabo es justo, pues ellos les ayudaron a expoliar a la gente y al Estado. Es deseable, y debemos exigir, la disolución de los paraísos fiscales, verdaderas cuevas de Alí-Babá, lo cual permitiría una transparencia mayor para la aplicación de la tasa Tobin y la persecución de los delitos económicos. Aboguemos igualmente porque en todos los países se adopten leyes que tipifiquen el crimen de «enriquecimiento ilícito» y otras normas contra la corrupción que han sido recomendadas incluso por la OEA y otros organismos internacionales. Confiemos en que las indagaciones judiciales que se han iniciado en Chile a requerimiento de Baltasar Garzón determinen el origen del «patrimonio» de Pinochet, se apliquen las sanciones correspondientes y que el ejecutivo no termine suspendiendo la investigación alegando misteriosas «razones de estado», como hizo Frei con los pinocheques . Proponemos que los bienes que sean confiscados al ex dictador se destinen a reparar a las miles de víctimas que dejó la represión de la dictadura que inició este general gopista, dictador y corrupto.