Snowden, Morales y los pardillos españoles
Opinión
06 Jul 2013. Actualizado a las 07:00 h.
En la política internacional suele haber acontecimientos de grandeza histórica; pero también episodios chuscos, absurdos, que dejan en ridículo a grandes gobernantes. Uno de ellos es el del filtrador Edward Snowden, que terminó en la traca final del accidentado vuelo de Evo Morales. Si alguien hubiera diseñado un reality del absurdo diplomático, sería ese. Empieza por un espionaje masivo con la disculpa de la amenaza terrorista, y lo que hacen es escuchar a millones de ciudadanos al azar y meterse en el sistema informático de las instituciones europeas, como si Durão Barroso estuviera organizando una célula islamista.
Sigue por la orden de detención de Snowden, y Estados Unidos utiliza su inmenso poder para convencer a Ecuador y otras naciones de que no le concedan asilo político. A quienes tenemos el oficio de opinar nos sitúa ante una delicada alternativa: ¿quién es el malo de esta película, el que espía de forma ilegal a sus propios aliados o el mensajero? Snowden podrá haber traicionado a su país, pero al resto del mundo le hizo el favor de descubrir despreciables métodos de control casi policiaco. Si la Europa que tanto se indignó (de boquilla) con ese espionaje tuviera dignidad, le daría asilo, aunque solo fuese por el servicio de descubrir las intenciones y métodos del amigo americano.
Y desembocó en la rocambolesca historia del avión del presidente de Bolivia al que varios países le niegan el uso de su espacio aéreo como si fuese el terrorista Carlos. ¿Quién dijo que en ese avión estaba Snowden? Washington. ¿Quién pidió o exigió que se negara el espacio aéreo? Washington. ¿Quién se plegó a esas demandas, hasta el punto de poner en peligro las vidas de los pasajeros? Los dirigentes europeos. Merecen el menosprecio ciudadano. Queden para la historia como ejemplos de servilismo e incumplimiento de las normas internacionales.
Y al final del guion de la película, los pardillos españoles. No sé cómo nos las apañamos, pero caemos en todas: en la del ministro boliviano de Asuntos Exteriores, que le brinda a Margallo la posibilidad de inspeccionar el avión y Margallo pica; en la ingenuidad de nuestro embajador en Viena, que se autoinvita a tomar un café en el aparato, y le descubren la intención; en la falta de reflejos para estar al lado de Evo Morales, a pesar de lo bien que lo conocemos; y ahora, como siempre, a dar explicaciones y perdonar que al Gobierno español le llamen infame o digan que Rajoy lleva droga o los euros robados al pueblo español. Y sin poder dar un puñetazo en el pupitre, porque nos pueden expropiar cualquier empresa. Esto le llega a ocurrir a Moratinos o a Zapatero y habría que ver cómo se hubiera puesto la prensa de derechas de Madrid.