La Voz de Galicia

El día en que Juan Carlos I no se ha ido

Opinión

Xosé Carlos Caneiro

03 Jun 2014. Actualizado a las 07:00 h.

El caro maestro al que a menudo aludo, Jorge Luis Borges, era taumaturgo de la indefinición, paradoja y conjetura. Decía que en la ambigüedad encontraba, en ocasiones, refulgentes certezas. Quizá por ello, cuando le preguntaron quién era Borges, ¿Quijote, Alonso Quijano o Cervantes?, él contestó: los tres. Me llega, sugerente, la anécdota de Borges mientras pienso en la abdicación de Juan Carlos I: el recorrido histórico del monarca, la institución y la persona del rey. La respuesta en trío de Borges. Juan Carlos fue quien selló la democracia frente a los golpistas: en una época en que hubiese sido factible dejarse ir por el fragor, las olas del mar del Ejército, el regreso a un pasado aciago y cetrino. Cuentan que en la manifestación multitudinaria tras el tenebroso 23-F, un republicano portaba su enseña; en la bandera republicana una inscripción: «viva el rey». Fue también el mejor embajador que tuvo España. Sus viajes pusieron a la piel de toro, arenal de sol y camino de Santiago, cuna de cultura y eximios intelectos, en el mapa de la actualidad. Maduramos a medida que el mundo conocía que la modernidad, frente al anquilosamiento protohistórico del ayer, había llegado a España. Yo creo que pocos hubieran ejercido como él un papel tan arduo: abrir las cortinas, el telón en telarañas de la historia, para que el mundo contemplase la faz alegre de una España en progreso. Pero Juan Carlos, por anotar un desafortunado arquetipo, fue también el que marchó de cacería mientras los ciudadanos sufríamos la peor de nuestras crisis. De aquella memoria nos queda la foto? y el elefante, como un espectro. Se hablará en las próximas semanas de la monarquía y del relevo. Los actores de la no España aprovecharán que las aguas bajan revueltas para pescar, saurios y pirañas, en el río del presente. Se realizarán hipótesis, figuraciones y cábalas. Uno, que descreía de la monarquía pero más descree del infame presente con sus neodemagogos y -mediáticos- populistas, mira atrás y no contempla con tribulación o quebranto los años de Juan Carlos I. Me permito la conjetura, como el caro maestro: ningún jefe de Estado republicano lo hubiese hecho mejor. Me queda la boca de Borges para lacrar la columna: «Sueño con un antiguo rey [?] El día entra en la noche. No se ha ido».


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