Cómo empiezan las guerras que nadie quiere
Opinión
19 Jul 2014. Actualizado a las 07:00 h.
Ninguno de los millares de ucranianos que se reunieron en la plaza de la Independencia de Kiev para derribar al Gobierno prorruso de Viktor Yanukóvich quería provocar el levantamiento de Crimea, ni la transferencia de dicha península y de las bases navales del mar Negro a la soberanía rusa. Pero todo eso sucedió. También estoy seguro de que, cuando la UE se puso a jalear el escrache colectivo de Kiev, sin más raciocinio que el de ganar una fácil influencia política y económica sobre el tablero continental, nadie quería sublevar a los independentistas silenciosos de la frontera con Rusia, ni darle argumentos a Putin para retornar a la «guerra del gas». Pero eso también sucedió, y en forma tal que puso en peligro de desestabilización una de las fronteras más delicadas de Europa.
Siguiendo la cadena, también estoy convencido de que cuando el nuevo presidente ucraniano, sucesor de Yanukóvich, encomendó al Ejército la reposición del orden territorial gravemente alterado, en modo alguno esperaba que la reacción de los prorrusos derivase enseguida en una guerra civil. Y hasta es posible que ninguno de los contendientes en la guerra civil de Ucrania quisiese derribar con un misil un avión civil malasio, lleno también de holandeses, para meter en la contienda todas las tentaciones de intervencionismo externo, directo o indirecto, que acumulan estas contiendas. Pero todo eso sucedió.
La suerte quiso que el avión derribado perteneciese a una nación lejana y escasamente significativa, y llevase viajeros de otra nación muy rumbosa, pero pequeñita, como es Holanda. Porque si el error se hubiese materializado en un avión norteamericano o ruso, cosa que pudo suceder, el mundo entero estaría ahora -¡por una serie de gilipolleces encadenadas!- al borde de la guerra.
Situaciones como estas bordean la internacionalización incontrolada de la guerra en Irak, Siria, Libia y Pakistán. Y errores como estos se ensayan cada día en el seno mismo de la Unión Europea -creación de Kosovo, vuelta a los procesos separatistas, tolerancia con las masacres de Israel sobre Palestina y destrucción irreflexiva de Estados incipientes que devienen, como Libia, en caos incontrolados-, sin más cobertura que la de creer que al final siempre llega el ángel de la guarda para evitar in extremis lo que puede ser una gran tragedia.
Las guerras empiezan así: activando las ascuas del brasero con la disculpa de que son para encender un habano y hacer roscas con el humo. Porque en estas circunstancias nadie se da cuenta de que los rescoldos van cubriendo los países, de que cada vez hay más gente que no pierde nada haciendo la guerra, y que están volviendo los halcones políticos y empresariales que ven un pingüe negocio en el hipotético arreglo del mundo.
Porque todas las guerras, antes de empezar, parecen imposibles.