19 Jul 2014. Actualizado a las 07:00 h.
La verdad es la primera víctima en cada guerra. Y es que la causa que originó un conflicto, la intransigencia que hizo que este desembocara en un enfrentamiento armado y el dolor que se convierte en venganza ciega acaban por difuminar las razones que llevan a las personas a pelearse entre sí. Da igual que haya sido por una cuestión territorial, de legitimidad para gobernar o por una ideología, con el tiempo acaban por acumularse tantas maldades que la lucha continúa, casi por inercia, y solo el agotamiento logra la paz.
Cuando apenas nos hemos recuperado del shock por el derribo de un avión sobre en territorio ucraniano y las especulaciones sobre la autoría parecen inclinar la balanza hacia el lado de los separatistas prorrusos, la pregunta que todos nos formulamos es cómo pudo sobrevolar un espacio que está sometido a condiciones bélicas. Y es que la guerra civil en Ucrania parece más una cuestión de falta de entendimiento entre vecinos -que no va a llegar a más porque nadie quiere que se complique en una nueva guerra entre la Europa occidental y Rusia- que en lo que realmente es: otra guerra de baja intensidad que desangra lentamente a una sociedad mientras nosotros cambiamos de canal.
Esta masacre nos ha recordado que no se trata de una trifulca entre vecinos, sino que es un conflicto que se encamina hacia un largo y terrible asedio en algunas ciudades fronterizas con Rusia. Un asedio que convertirá en ratoneras a las ciudades en las que se luchará calle a calle, y si no, que se lo pregunten a los sirios atrapados desde hace tres años en una guerra civil de la que parece que todos nos hemos olvidado.