La Voz de Galicia

Artur Mas quiere ser mártir

Opinión

Xosé Luís Barreiro Rivas

31 Jul 2014. Actualizado a las 07:00 h.

Como dicen que sucede en el frente, que tras ver mortalmente herido al compañero de la derecha -Durán i Lleida- y al oficial de la izquierda -Jordi Pujol-, a Artur Mas le está entrando una irrefrenable obsesión por morir heroicamente, avanzando a pecho descubierto contra las ametralladoras. Porque cada día que pasa está más convencido de que solo tiene dos alternativas: morir como un tonto de capirote, meta que puede alcanzar por sus propios méritos, o caer como un mártir, inmolado ante el altar de la patria, para lo que necesita el concurso de un cruel verdugo -de esos que ya no figuran en las plantillas del Estado- que lo torture sádicamente y le rebane el gañote.

Y esa es la razón por la que, imitando -sin saberlo- a Teresita Cepeda (que de mayor fue Santa Teresa de Jesús), partió de su casa hacia tierra de moros, para confesar su fe delante de Rajoy y suplicarle que lo dignifique por medio del martirio. Para eso fue a Madrid. Dispuesto a hablar de todo menos de lo que hay que hablar. Y empeñado en recordarle a España que su alucinación independentista está por encima de la ley y de la razón, y que solo responderá de ella -¿dónde habré escuchado esto?- ante Dios y ante la historia.

El camino de Mas discurre ya por los valles del ridículo, donde lo que hasta ahora era pura estupidez empieza a convertirse en un enorme riesgo para todos. Y por eso sueña con desafiar al Estado y terminar su mandato como un mártir. Esta sería la secuencia: que un tribunal competente lo llame a declarar y le advierta de que su comportamiento es ilegal; él se niegue a comparecer por lealtad a Cataluña y por no reconocer más juez que el pueblo; que un juez de carne y hueso, funcionario y con varios trienios, ordene su conducción al juzgado, escoltado por dos agentes y en una berlina blindada; y que le den tiempo para avisar a los fotógrafos para que lo fotografíen en la portada del Palau de Sant Jaume y lo conviertan en el icono de una Cataluña cruelmente represaliada -en medio de un insoportable olor a ajo- por el imperialismo borbónico. En la última escena -la del delirio-, Artur Mas ya contempla las Diadas de 2015 y siguientes convertidas en un homenaje a su persona, con miles de manifestantes que llevan su imagen en fotos y pancartas con la célebre frase de Horacio: «Dulce et decorum est pro patria mori».

Lo malo es que Pujol -siempre hábil y mediático- adelantó la jugada. Y tras pasar tres décadas identificando su propia persona con el ser de Cataluña, ha decidido suicidarse para suicidar a su patria -«antes muerta que sencilla», cantaba María Isabel Rodríguez-, y para no ver el trágico final de esta aventura capitaneada por un pollo sin cabeza. Pero a la larga, todo sonará triste y cutre. Porque los españoles no avanzamos nada por el estúpido hecho de ganarle un pulso a nuestra Cataluña.


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