La Voz de Galicia

Máquinas y personas

Opinión

Santiago Tena Paz

31 Jul 2014. Actualizado a las 07:00 h.

Un nuevo desastre con un avión como protagonista se ha vuelto a producir en nuestro mundo convulso por las noticias de tragedias de todo tipo. Esta vez se trata del avión MD-87 de la empresa Swiftair, con matrícula y tripulación española, que realizaba un servicio en África, alquilado por la aerolínea argelina Air Algerie. Sabemos que la aeronave pidió al control que le autorizase unos cambios en cuanto a la ruta a seguir para evitar unas zonas tormentosas. El mal tiempo, de hecho se trató de un tifón, ya había causado la pasada semana la caída de otro avión en Taiwán. La zona por la que debería haber pasado el MD de Swiftair es conocida por ser donde se forman los llamados frentes intertropicales. Dichos frentes pueden generar sistemas de vientos verticales fuertes, conocidos como cizalladura, y posibles engelamientos, que pueden afectar el rendimiento de la aeronave. Pero también estas circunstancias pueden ser evitadas, y con ello el accidente. El MD-87 lleva un eficaz radar meteorológico, con pantalla a color, que detecta los núcleos tormentosos, por lo que corresponde a la tripulación interpretar los datos que recibe y ejecutar la acción adecuada para evitar daños. Es imaginable también que la tripulación habría recopilado información meteorológica sobre el tiempo en su ruta. Se nos dirá que hubo una deficiente planificación de la ruta o una mala interpretación de los datos externos que se recibían en la cabina de mando. El hecho de no hacer caso a los datos y a la información que ofrecen las máquinas ha sido en el pasado causa de muchos accidentes, ya que las máquinas detectan y nos avisan del potencial peligro, pero es el ser humano que las maneja el que toma las determinaciones oportunas para poner remedio.

Si se confirma que, en el caso del avión de Malaysian Airlines caído en Ucrania, no hubo señales ni preavisos, un avión comercial no cuenta lógicamente con sistemas antimisil que le permitan evitar ser derribado por un proyectil antiaéreo guiado por radar. El ser humano culpable del asesinato en masa es en este caso quien ordenó disparar contra el avión.   

Tenemos muy reciente también en Galicia el caso de la tragedia del tren de Angrois. El maquinista conocía o debía conocer la limitación de velocidad que tenía en el tramo en el que ocurrió el accidente, pero parece ser que su atención no estaba centrada en aminorar la marcha, ya que estaba hablando por el móvil.

Distracción en cabina y mala gestión de la información recibida y conocida: así se definen en los informes técnicos lo que parece ser un hecho que se repite en muchos accidentes. Yendo a la mar, el tristemente célebre capitán Scchietino, del  buque de pasajeros Costa Concordia, conocía o debía conocer que entraba en aguas poco profundas. Las sondas del barco debieron hacer sonar todas las alarmas en el puente, pero el marino continuó con su imprudente exhibición de inconsciencia y con una conducción temeraria que finalizó con la pérdida del barco y la de treinta y ocho vidas humanas.

Las máquinas y los sistemas que las acompañan suelen funcionar bien, son las personas las que no saben leer las señales que nos dan y las personas tienen o deben tener la información y la formación  adecuada  para poder asumir esa responsabilidad.

La brillante exhibición aérea celebrada el pasado 20 de julio en A Coruña nos hizo ver la fiabilidad y la maestría de personas y máquinas llevadas al extremo de sus posibilidades: helicópteros volando casi invertidos, aviones efectuando cruces inverosímiles y caídas de ala o maniobras verticales colgados de la hélice, sin mando en las superficies aerodinámicas del avión y solo pudiendo girar aprovechando la gravedad y el par giroscópico del motor. Las máquinas son seguras y eficaces si se las conoce y se conoce cuáles son sus límites, pero las decisiones las toma el ser humano que las maneja. No debemos delegar en ellas lo que son nuestras exclusivas responsabilidades.

En muchos casos es el ser humano el encargado de evitar la pérdida de vidas humanas. La máquina, en el mejor de los casos, no hace más que avisarnos, pero no debemos esperar de ella que nos salve.

Santiago Tena Paz es Abogado y técnico de operaciones de vuelo.


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