Elogio puñetero de Ruiz-Gallardón
Opinión
25 Sep 2014. Actualizado a las 04:00 h.
Ruiz-Gallardón, que pasará a la historia como el repelente niño Vicente de la transición, nunca debía haber llegado a tantas cimas como llegó. Pero llegó. Y no porque lo impulsase el aire solano, sino porque la opinión pública española confundió sus opiniones políticas, recitadas siempre como si fuesen el tema 27 de su oposición a fiscal, con un caudal de sabiduría, madurez y progresía que en realidad nunca poseyó. Víctima de esa confusión, y ofuscado por su verborrea y por su sintaxis impecable, el pueblo de Madrid también creyó que su permanente huida hacia delante era sinónimo de buena gestión y liderazgo social, y por eso le dio las mayorías que precisaba para confundir la buena factura de las políticas democráticas con el Estado de obras de Fernández de la Mora.
En la lógica de los liderazgos formados como bolas de nieve, a Mariano Rajoy no le quedaba más remedio que deshacerse de él - «promoveatur ut removeatur»- por métodos vaticanos. Y, ante la palmaria inconveniencia de dejarlo fuera del Gobierno, que era lo que deseaba, decidió meterlo en un ministerio privado de la posibilidad de endeudarse de manera alocada e impune, y obligarlo a gestionar un personal que incluso le supera en evanescencia lógica y en el tamaño de sus colmillos retorcidos, por lo que el pobre Gallardón zozobró. O «sosobró», como diría Hugo Chávez si estuviese vivo.
España, la política y la Justicia no pierden nada con su caída. Pero a mí me produce un enorme desasosiego que este personaje, que generó mil razones objetivas para ser defenestrado y destinado como fiscal al juzgado de Pilar de Lara, acabe cayendo por lo único que no debiera haber caído. Porque ni fue el ideólogo de la reforma del aborto, ni tomó las decisiones esenciales en la gestión material del anteproyecto, ni se arrugó ante una manera de razonar de la inmensa mayoría que, por más que se acoja a una solución práctica y comparable a la de otros países, ha degradado el debate hasta los más ínfimos niveles de la ética, la lógica, la filosofía y la política.
La equivocación del PP no estuvo en plantear el debate a un nivel al que necesariamente deberá de volver, sino en atacar la solución pragmática y pedestre impulsada por Zapatero, que toda Europa asume como salida inevitable, antes de tener una alternativa novedosa y políticamente consensuada. Por eso hay que concluir que el fracaso de la abortada modificación de la legislación sobre el aborto no es, en absoluto, un problema personal de Gallardón, sino un error colectivo, y que jamás debiera haberse permitido que la caída del ministro funcionase como un argumento moral excelente y objetivo a favor del tremendo consenso mayoritario que rige actualmente. Por eso es injusto que Ruiz-Gallardón dimita así y ahora. Debieron destituirlo el año pasado y por ser un demagogo y un inútil.