El levantón de Iguala
Opinión
22 Oct 2014. Actualizado a las 05:00 h.
Así se dice en México. Un levantón es terrible. Es el peor crimen. Una mezcla horrible entre secuestro y desaparición. Las víctimas son muertos no muertos: fantasmas. Hay 43 jóvenes que se preparaban para profesores y que nadie sabe dónde están. O, más nefasto, lo sabe todo el mundo (como un corrido que se canta lleno de verdad y lágrimas). Sucedió en Iguala. Pero es una consecuencia de dar rango de ley a la violencia. Como dice el premio Planeta, Jorge Zepeda, los últimos Gobiernos mexicanos (Calderón y Peña Nieto) se equivocaron al combatir al narco con Jack el Destripador. La autoridad, aunque sea en una guerra, no puede estar por encima de la ley. Añade Zepeda que Iguala, como la matanza de Tlatlaya, son consecuencias de que los policías sean Doctor Jekyll por el día y Míster Hyde por la noche, sin control de fiscal ni de juez. Y encima, con el Estado mirando para una economía que se despierta. Son cien mil los muertos que se cuentan en la guerra que se libra allá contra el narco. Pero la deriva de la violencia solo es más violencia. Y el dolor se torna insoportable cuando hay 43 chavales, que tienen padres y hermanos, que el 25 de septiembre estaban y el 26 de septiembre ya no. El golpe a la imagen de México es como si se lo hubiera dado la mano de acero de Tyson. «¿Se puede vivir sentados sobre una multitud de cadáveres?» (Elena Poniatowska). Se puede. ¿Se debe?