La Voz de Galicia

Las Villas del libro

Opinión

Javier Guitián

29 Dec 2014. Actualizado a las 05:00 h.

Conocí Hye-on-Wye hace ya más de dos décadas. En esos años trabajamos en el Parque Nacional de Brecon Beacons, en Gales, siguiendo la migración de los zorzales y el consumo de frutos, cuando una tarde llegamos al pueblo, a medio camino entre Bristol y Birmingham. Nuestra sorpresa fue extraordinaria porque una pequeña localidad de no más de dos mil habitantes albergaba cerca de cuarenta librerías y, en una estimación aproximada, más un millón de volúmenes.

Al parecer, fue en el año 1961 cuando un bibliófilo graduado en Oxford, Richard Booth, decidió convertirlo en una zona económicamente activa, de referencia internacional, y sustentada en una sola mercancía: el libro. Con posterioridad, he visto referencias al pueblo en numerosos artículos, en programas de radio y hasta en novelas, como la recientemente publicada El coleccionista de libros de Charlie Lovett.

Hace unos meses, he tenido la ocasión de conocer la vallisoletana villa de Urueña, la única población existente en España incluida, como Hye-on-Wye, en la red mundial de Villas del libro. Se trata de una preciosa localidad que conserva una muralla de los siglos XII y XIII, además de notables construcciones como el castillo, la ermita de Nuestra Señora de la Anunciada, fuera del recinto amurallado, e interesantes construcciones de uso civil.

Urueña tiene solo ciento ochenta habitantes pero alberga dentro de sus murallas el Espacio de Lectura y Escritura Miguel Delibes, el Centro Etnográfico Joaquín Díaz y el Museo de la Música, además de una decena de pequeñas librerías, alguna de ellas de notable interés; a pesar de su pequeño tamaño, la actividad cultural es intensa todo el año. Por si algo faltara, el paisaje del entorno de la villa es de una gran belleza. En resumen, un lugar extraordinario.

Más de una vez me he preguntado porque en Galicia no somos capaces de emprender proyectos culturales similares. Me gustaría poder comprar poesía de Novoneyra o de Fiz Vergara en O Courel, o informarme sobre nuestra cultura marítima tradicional en una librería de Redes o Rinlo; disfrutaría comprando libros de naturaleza en la Ribeira Sacra o en A Fonsagrada.

Todo eso hubiera sido, y es posible si nuestra Administración no se gastara el dinero en proyectos megalómanos como la Cidade da Cultura, o en grandes auditorios vacíos, y apoyara nuestra verdadera cultura, con micro proyectos pegados al territorio. Dicho de manera literaria, hemos apostado por un modelo que definió Woody Allen con su frase: «He hecho un curso de lectura veloz y he leído Guerra y paz en veinte minutos. Habla de Rusia», en vez de seguir a Borges: «Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca».


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