La Voz de Galicia

Un rebaño de BMW

Opinión

Javier Guitián

15 Jul 2015. Actualizado a las 05:00 h.

Conocí la aldea de Hórreos a comienzos de los años ochenta. En esa época ya estaba abandonada, pero conservaba buena parte de los muebles y enseres de quienes la habitaron. Recuerdo que aquel día llovía sin parar y me sorprendí de que un lugar tan hermoso, con buena agua y campos de cultivo, hubiera quedado vacío, pero el hecho es que así fue.

Hórreos está situada en una ladera en las proximidades de la aldea coureliana de Ferramulín, no lejos de la frontera de Lugo con León. Al parecer, las dificultades para el acceso de la línea eléctrica y los problemas de comunicación hicieron que a comienzos de los años setenta el último vecino abandonara el pueblo. La aldea se fue desmoronando con el paso del tiempo hasta que, en el año 2008, volvió a habitarse.

Fue una aldea bulliciosa, que llegó a tener cerca de doscientos habitantes y, según cuentan en la sierra, tenía unas magníficas fiestas que se celebraban en San Pedro, en pleno verano. Muchos vecinos de Seoane, caminaban más de tres horas para disfrutar del baile y la comida, regresando, en muchos casos, en el mismo día; he conocido más de una pareja surgida en esas celebraciones.

Lo que le ocurrió a la aldea de Hórreos no es diferente de lo que le ha ocurrido a muchas otras aldeas gallegas, pero me ha venido a la cabeza al recordar una historia que me sucedió hace unos años. Un colega de Madrid se puso en contacto conmigo para consultarme una cuestión en nombre de una multinacional del petróleo. Según me contó, pretendían comprar una aldea en Galicia, para reunir a sus ejecutivos en una especie de retiros espirituales; la aldea solo debía cumplir dos condiciones: estar próxima a la autovía del noroeste y no tener ni un solo habitante. La iniciativa me sorprendió, pero en el primer momento pensé que Hórreos podría cumplir esa función.

Unos días después, con la idea dándome vueltas en la cabeza, me acerqué a tomar una cerveza a la cantina de Ferramulín en donde la propietaria me contó que una familia había llegado a la aldea y se había instalado allí para dedicarse a criar un rebaño de cabras. Pensé lo difícil que debe resultar instalarse en un sitio como ese, a pesar de la fuente y de los campos de cultivo, pero la verdad es que me alegré.

Al día siguiente llamé a mi amigo a Madrid y le conté que la aldea de Hórreos ya no cumplía los requisitos que exigía la multinacional: tenía dos habitantes. No sé qué hubiera ocurrido si el pueblo hubiera seguido vacío y la multinacional lo hubiera comprado, pero para mí tenía más vida con una familia y un rebaño que con un retiro semanal de ejecutivos. Como el tiempo lo pone todo en su sitio, la crisis hizo que la empresa desistiera de la idea de los retiros y hoy la aldea está habitada.

No es un mal final, un rebaño de BMW cambiado por uno de cabras.


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