Diálogo y tercera vía, los derrotados de verdad
Opinión
29 Sep 2015. Actualizado a las 05:00 h.
El Estado español nunca le agradecerá bastante a Duran i Lleida que haya roto con la Convergència de Artur Mas. Sacrificó a su partido, lo dejó fuera del Parlament, fue el gran derrotado del domingo, pero, como se dice en algunas defunciones, «su sacrificio no ha sido inútil». Ha sido tan útil que, al quedar fuera de Junts pel Sí, le ha quitado la mayoría absoluta de votos a los independentistas. Los sufragios de Unió (algo más de cien mil) son los que les faltaron para cantar la victoria del 50 más uno. Si hubiera salido esa mayoría, a estas horas estaríamos rezando con el cardenal Cañizares por la unidad de España. Sin salir, no quedamos mucho más tranquilos, pero evitamos el portillo de una enloquecida declaración unilateral.
La otra cara de la derrota de Unió es que con ella queda enterrada la tercera vía entre la secesión irracional y el quietismo del poder central. Como la propuesta de reforma federal de los socialistas tampoco ha gozado de muy buena salud porque han perdido cuatro escaños, las soluciones pactistas han quedado francamente deterioradas, aunque Pedro Sánchez se vea ya como presidente del Gobierno. Y más, si se piensa que, de haber alguna variación en el mapa nacionalista, es que ha escorado hacia la izquierda radical, intransigente y alucinada de la CUP, la única formación que crece, además de Ciudadanos. El discurso de su líder fue la versión catalana de Varufakis.
Ante todo eso, la célebre pregunta del día después de las grandes ocasiones (¿y ahora qué?) tiene difícil respuesta. La situación tiene mucho de callejón sin salida, en el que, por no haber, no hay interpretación uniforme de las urnas. Pertenece al género cómico ver cómo el partido gobernante, que hace horas decía «solo son unas elecciones autonómicas, solo se trata de constituir un Parlamento», las convierte en plebiscito cuando cuenta los votos. Y pertenece al género de los pícaros, por no decir de los trileros, defender que han convocado un plebiscito y no lo miden por votos, sino por escaños. Todo esto es la marrullería política aplicada al asunto de Estado más grave que se planteó en este país.
Así quedamos, pues: entre cínicos y pícaros. De dialogar, ni hablamos. Los unos, los separatistas, porque solo quieren negociar el apoyo del Estado para romper el Estado. Los otros, los gobernantes de Madrid, porque son el gato escaldado que de los últimos contactos solo sacó un agravamiento del conflicto. En situaciones similares, la varita mágica intenta el arreglo con el cambio de interlocutores. Pero aquí, de momento, no vale. No vale porque siguen siendo Mas y Rajoy. Y no diré que se odien, Dios me libre. Simplemente, como ayer demostró el presidente, que los separa la ley.