La Voz de Galicia

Voto obligatorio: ¿reforzaría la democracia?

Opinión

Jorge del Corral

05 Jan 2016. Actualizado a las 05:00 h.

Cinco países de la Unión Europea tienen voto obligatorio: Italia, Bélgica, Luxemburgo, Grecia y Chipre. En los otros veintitrés es voluntario. Y en ambos casos los ganadores se arrogan la representación global del pueblo.

En estos tiempos encanallados y convulsos para varios Estados que integran la Unión Europea (UE), e incluso para la propia comunidad política, hacer el voto obligatorio serviría, como dice Fernando Savater, para recordarnos que «todos somos obligatoriamente políticos, queramos o no, votemos o no, lo sepamos o no». Actuaría como una medida pedagógica «encaminada a recordarnos que la historia y la política no tienen piloto automático» y que las instituciones democráticas se defienden por los ciudadanos en las urnas para contrarrestar que impongan sus recetas los fanáticos y populistas de derecha o de izquierda que siempre están en la calle y no suelen renunciar al voto.

La obligación del sufragio no es un indicador de la calidad democrática de un país y no figura entre las cinco dimensiones o esferas que tienen en cuenta las instituciones dedicadas a su análisis, pero sí lo es la disección de su sociedad, porque no es igual la que tiene en su ADN la conciencia de que hay que movilizarse para defender mejor la naturaleza del sistema que aquella otra en la que anida el convencimiento de que no pasa nada por quedarse en casa, «porque da lo mismo lo que se vote, ya que siempre ganan los especialistas en mandar».

En el caso de la construcción de la UE resulta llamativo que más de la mitad de sus ciudadanos con derecho a voto se abstengan de hacerlo por simple desidia, por estupidez o por desconocer en qué consiste ese espacio supranacional y cómo afecta a su quehacer lo que aprueba el Parlamento de Estrasburgo.

Y en el caso de España el fenómeno secesionista, inculcado con tesón por subvencionados instigadores, sería menos relevante si quienes se abstienen en las urnas equilibraran con su voto el de los más activados a favor de la opción separatista y el rencor.

El Parlamento surgido del 20D es la radiografía de un descontento, de un estado de ánimo. En este nuevo tiempo político, la construcción de los consensos básicos entre las grandes formaciones que han garantizado hasta ahora el crecimiento y la estabilidad de España debería ser la norma para modificar todo lo reformable, incluido aquello que refrene a los vitriólicos populismos que acampan en el Congreso.


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