...Y la infanta declaró en el banquillo
Opinión
04 Mar 2016. Actualizado a las 05:00 h.
Los lectores podrán saber cuál ha sido la audiencia por televisión de la declaración en el banquillo de Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia, infanta de España por ser hija de reyes. Supongo que alta, porque la hora era propicia, el morbo estaba en su apogeo y bien cebado, y la difusión garantizada por todos los medios y artilugios que tiene a su alcance la sociedad mediática.
Es la primera vez que se sienta a una infanta de España en el banquillo, y la primera que lo hace una de su misma condición de cualquier dinastía reinante. Estarán satisfechos quienes se han empeñado en verla ante un tribunal e inculpada únicamente por la acusación popular, que es una figura procesal penal anacrónica y antijurídica recogida en el artículo 24 de la Constitución, pero solo vigente en España de entre los países occidentales.
Es cierto que todos somos iguales ante la ley. Es cierto que ese todos debe incluir a todos, desde la jefatura del Estado hasta el último de los individuos que infrinjan la norma en España, pero es bien cierto también que pocos lo hacen por meros indicios, sin pruebas y por el simple hecho de ser esposa de un imputado y madre de sus hijos.
Cristina de Borbón es mucho más conocida hoy de lo que lo era ayer hasta las 18.15 horas, que es cuando se sentó en el banquillo, tras levantarse una hora antes su marido y también acusado, Iñaki Urdangarin Liebaert. Ella no necesita más notoriedad pública porque la tiene desde que nació, pero quien sí la ha ganado por arrobas en nuestro patio de comadrejas es la abogada de Manos Limpias, Virginia López Negrete. Ha sido su gran día: con qué aplomo, con qué entonación, con cuánto sentido del momento histórico ha leído, una a una, las torticeras preguntas que le ha formulada a la infanta, sin que esta respondiera porque previamente se había acogido al derecho a no declarar.
La ínclita López Negrete ha querido implicar en los supuestos delitos de la infanta al rey emérito Juan Carlos I, a la reina Sofía, a todos los descendientes que alberga el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial y a los que pasaban ese día por la Lonja y sus aledaños.
La infanta estaba condenada al banquillo y al juicio mediático desde el mismo día en que fue acusado su marido. Es la pieza de caza mayor que necesitan los que quieren poner patas arriba nuestra arquitectura constitucional y pacífica convivencia. Por eso estaba claro que sería llamada a juicio oral. Y porque la Corona, en estos tiempos convulsos, tenía que entregar la pieza al pueblo para seguir con el pueblo. Cristina de Borbón debía sentarse en el banquillo con cámaras de televisión y retransmisión en directo para que siga la función y todos pasen un rato entretenido y tengan munición para sus dimes y diretes. Dimes y diretes que aumentarán hasta la extenuación cuando se dicte sentencia, se recurra y se falle definitivamente. En mala hora Urdangarin conoció a Diego Torres con el único propósito de obtener un MBA por Esade.