La Voz de Galicia

¿Y por qué no un plus de necedad?

Opinión

fernando Hidalgo

09 Aug 2017. Actualizado a las 05:00 h.

El Ayuntamiento de Ponteareas aprobó dar una gratificación a los trabajadores municipales que cumplan al menos el 90 por ciento de la jornada laboral. Una medida avalada por el pleno del Concello y dotada por tanto de bendiciones legales. ¿Por qué? Para evitar el absentismo. 

Hay que suponer que si se llevó a pleno semejante asunto y se aprobó es que, efectivamente, el absentismo era un problema a solucionar. El alcalde, Xosé Represas, del BNG, podía elegir entre la estrategia del palo y la de la zanahoria. Optó por la segunda, premiando a sus funcionarios, incluso aunque se hubieran fumado un diez por ciento de su jornada. Represas debió de pensar que siempre es mejor premiar que castigar, que incentivando se consiguen más cosas que reprimiendo. Y que si pagando un poco más de dinero se reducen las ausencias al trabajo, se habrá salido ganando.

El asunto tiene mucha miga. Tanto el sueldo como los incentivos de los trabajadores del concello procederán de las arcas públicas. Una parte, fruto de la recaudación en el propio municipio y otra procedente de la recaudación en todo el Estado. Dinero de todos que será usado para premiar sin mérito. Se dará incluso la paradoja de que los impuestos de un trabajador cuya jornada habitual exceda la que marca su contrato sirvan para incrementar el sueldo de quien solo hace el 90 % de la suya. En realidad, más que paradoja es un disparate. Y un robo. ¿Por qué una parte de los impuestos de todos los españoles ha de dedicarse al absentismo de los funcionaros de Ponteareas? ¿Por qué una pequeña parte de los tributos de un autónomo que trabaja diez o doce horas servirá de incentivo a quien vaya usted a saber cuánto tiempo dedica a su labor profesional?

Sin duda, no es justo este incentivo. Habla mal de quien lo pone, hablará mal de quien lo reciba sin cumplir su 100 % y, por supuesto, hablará peor de quienes no lo reciban porque ni siquiera llegan al 90 %.

Pero también están los principios. Una sociedad sin principios poca cosa es. Y asumir el escaqueo con tanta naturalidad que premiamos al que cumple, aunque no sea a tiempo completo, es de una falta de valores digna de pueblos con cierta tristeza moral. Las obligaciones deben ser tan irrenunciables como los derechos. Y si nos olvidamos de las primeras fomentaremos una sociedad de vagos, necios y egoístas en la que el plus de necedad será universal.

A veces, somos tan ridículos que acabaremos recompensando al político que no robe, al médico que atienda a sus pacientes, al socorrista que sepa nadar y al sacerdote que ame al prójimo. Y a quien no robe, no atienda, no nade y no ame, también, no vaya a ser que se nos acuse de discriminación.


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