La víbora que llevamos dentro
Opinión
09 Jun 2018. Actualizado a las 05:00 h.
Ya lo dijo C. G Jüng: cada uno de nosotros lleva consigo un Dr. Jekyll y un Mr Hyde, una persona afable en la vida cotidiana y otra entidad oculta y tenebrosa que permanece amordazada la mayor parte del tiempo. El problema surge cuando la víbora se harta de oscuridad, se escapa y se da a conocer a través de las redes sociales, los periódicos o los programas de televisión: surgen entonces los másteres que esconden mentiras, los chalés en las afueras de Madrid que camuflan la hipocresía o incluso la propia verdad disfrazada de fake news.
Pero, ¿y los demás? ¿Qué pasa con los que tienen la sangre fría de guardar la información comprometida, a veces durante años, para sacarla en el momento justo? ¿Qué pasa con los que se dedican a encumbrar en los programas del corazón, la prensa rosa y las redes sociales a personajes que no representan ningún valor humano digno de admiración para acto seguido humillarlos y hacer que se revuelquen en el lodo públicamente? ¿No están haciendo lo que hizo Jekyll creando a Hyde para después proyectar en ellos la sombra de su propia envidia y rencor? Con razón se dice que el mal nacional español es el de la envidia.
Divinas palabras Revolution, la versión libre del Centro Dramático Gallego (CDG) de la obra de Valle-Inclán (en gallego) que tras su paso por el Teatro Español de Madrid empieza hoy su gira por Galicia, habla de esto. Si el argumento original de la obra giraba en torno al abuso que hace una familia de un enano hidrocéfalo que es expuesto en las ferias para conseguir dinero, en este caso, los personajes, situados en la aldea global de la retransmisión continua de un reality show parecido a Gran Hermano, abusan de un tetrapléjico a quien acaban matando con una sobredosis de pastillas. Todo ello a través de la falsa realidad del directo.
La obra, si bien resulta incómoda de ver y no acaba de convencer por distintos motivos, lo que sí consigue, al menos en parte, es devolvernos una imagen inquietante de nosotros mismos. Y eso da mucho que pensar. Porque, ¿no acabamos de asistir, muertos de la risa, al linchamiento de un personaje público y nos regocijamos pensando en si ocurrirá lo mismo con los dos siguientes? Como dijo Goethe, «jamás he escuchado hablar de un crimen que yo no fuera también capaz de cometer».