La carga de la brigada ligera
Opinión
13 Dec 2018. Actualizado a las 05:00 h.
De haber triunfado ayer la moción de censura interna contra Theresa May, los rebeldes del Partido Conservador habrían logrado su propósito de un brexit duro. No ya porque las bases del partido, que son más probrexit que sus diputados electos, hubieran elegido entonces a un euroescéptico como primer ministro, sino porque la premura del calendario habría hecho inevitable esa salida radical. Reemplazar al líder supone un largo proceso que, como pronto, no se completaría hasta finales de enero, con lo que no quedaría tiempo para otra negociación con la UE. Con esto llegaríamos al 29 de marzo, que es la fecha en la que, con acuerdo o sin él, Gran Bretaña tendrá que salir del bloque. El plazo se puede aplazar, pero a un nuevo primer ministro euroescéptico le bastaría con no solicitarlo.
El caso es que esa posibilidad de derribar a May en esta clase de votación fue siempre remota. No solo porque entre los diputados conservadores hay muchos partidarios de un brexit blando, más blando incluso que el que propone May, sino porque son mayoría los que en su momento votaron por permanecer en la UE. Incluso los hay, firmes partidarios del brexit, que prefieren a May como un mal menor ante las posibles alternativas: un brexit más blando aún, la posibilidad de que haya un segundo referendo y el brexit se cancele o, sobre todo, el peligro de que el líder laborista Jeremy Corbyn llegue al poder. Por eso la moción de ayer era una maniobra destinada al fracaso, una carga de la brigada ligera en el valle de la muerte.
Esto es lo que hubiera pasado, pero ¿qué pasará ahora? Irónicamente, puede acabar sucediendo lo mismo. Con el voto de ayer, May ha salido relativamente reforzada en su partido, pero no en el Parlamento ni frente a Europa, donde su posición es ahora todavía más precaria. En Bruselas, donde nunca han dejado de soñar con que Gran Bretaña celebre un segundo referendo que cancele el brexit, no verán ahora ningún incentivo para hacer más concesiones a May, si es que tenían alguno antes. Su cálculo es que, cuando fracase al intentar hacer aprobar su plan en el Parlamento, May tendrá que proponer un brexit aún más blando (la llamada opción Noruega plus) o incluso no tendrá más remedio que convocar una nueva consulta que, en teoría, arrojaría ahora «el resultado correcto» (algo en lo que la UE tiene cierta experiencia).
Esto coincide en gran parte con la estrategia del Partido Laborista, que ve en la debilidad de May una oportunidad para alcanzar el poder. Si bien hay un cierto número de diputados laboristas a los que no les parecería mal votar el brexit blando de May, ahora es más improbable que lo hagan, algunos porque, sinceros proeuropeístas, ven más cerca la posibilidad de ese segundo referendo; otros, secretos partidarios del brexit (como el propio Jeremy Corbyn), porque el fracaso de May podría abrirles las puertas del 10 de Downing Street.
El problema es que estos cálculos europeístas son también frágiles. Minimizan el hecho de que tanto un cambio de Gobierno como un nuevo referendo requieren de un tiempo que no hay (por no hablar del fraude democrático que supondría otra consulta). A la larga, y paradójicamente, el ambicioso intento de cancelar el brexit podría acabar haciendo igualmente inevitable una salida desordenada de Gran Bretaña de la UE. Veremos.