28 de abril: ¡la que nos espera!
Opinión
17 Feb 2019. Actualizado a las 05:00 h.
Tras las turbulencias de una Transición compleja pero de éxito rotundo, España vivió entre 1982 y 2015 bajo un régimen bipartidista en el que PSOE y PP se alternaron en el poder de modo desigual: 21 años de presidencias socialistas frente a 12 de presidencias populares.
Ese bipartidismo tenía, es verdad, su principal talón de Aquiles en la influencia, con gobiernos de mayoría relativa (el último de González, los dos de Zapatero y el primero de Aznar), de los partidos nacionalistas del País Vasco y Cataluña, que actuaron sin disimulo, como auténticos grupos de presión, utilizando su poder, con total deslealtad, para sentar las bases de una futura secesión.
Pero, admitidos ese y otros vicios del sistema, comunes, por lo demás, a todas las democracias europeas (la dificultad de prevenir la corrupción y el progresivo deterioro de la calidad de las élites, de forma destacada) solo quienes no saben de qué hablan se atreven a negar que en el período citado España avanzó espectacularmente en todos los terrenos, hasta el punto de ponerse en no pocos de ellos por delante de democracias de más larga tradición. La estabilidad política y la gobernabilidad fueron, sin duda, la clave de arco de ese cambio, negado hoy con rocosa contumacia por quienes solo aspiran a convertir un país moderno en un reino de taifas medieval.
Para gran satisfacción de quienes identifican follón y democracia, las cosas cambiaron a partir de 2014. La demagogia infinita que la crisis provocó y la aparición de populismos que fue su directa consecuencia acabaron en España con la gobernabilidad, polvos que dejaron unos lodos que hoy están bien a la vista: entre 2015 y 2019, período normal de una legislatura, habrá habido tres elecciones generales, sin que las convocadas para el 28 de abril ofrezcan garantía alguna de no tener que repetirse, como hace cuatro años. En ese período triunfó en España, además, una moción de censura atrabiliaria, la primera de nuestra historia democrática, origen de un trágico fiasco: el Gobierno más breve desde 1977, nacido de un pacto vergonzoso entre Sánchez y el golpismo, y muerto en medio de un caos, sin precedentes, gubernativo, territorial y partidista (el del PSOE).
Que un sistema funcional y estable se haya convertido en una jaula de grillos es, a fin de cuentas, consecuencia de una libérrima decisión de esa parte del cuerpo electoral que ha optado por el cuanto peor mejor.
No seré yo quien le discuta a los electores su derecho a votar como mejor les venga en gana (para eso ya tenemos en Galicia un poeta, experto en el insulto), pero quienes votan convencidos de que la democracia avanza cuanta más atomización partidista haya en las instituciones deberían tener al menos el pudor de no quejarse luego de que el país marche a la deriva. Pues eso es lo que nos espera, sin ningún género de dudas, si los electores cabreados siguen en sus trece.