El buen ciudadano
Opinión
18 Mar 2019. Actualizado a las 05:00 h.
El liberal William Lyon Mackenzie King, que fue primer ministro de Canadá entre 1921 y 1945, solía advertir a los ciudadanos de que «las promesas que hicieron ayer los políticos son los impuestos de hoy». Nuestros políticos actuales no nos lo dicen, pero lo saben, es decir, saben que es así. Y el primero que lo sabe es el presidente Sánchez, que juega la partida de su continuación en el poder con toda clase de alardes, propuestas y desafíos, no siempre previsibles. Porque el momento actual da para todo.
Sería triste que, después de la experiencia habida con el presidente Zapatero, que acabó como acabó (es decir, mal), estuviésemos en camino de repetirla con Sánchez y sus múltiples negociaciones, no siempre visibles, para seguir en la Moncloa a cualquier precio. Creo que el presidente del Gobierno debiera de leer el libro recién publicado de Alfonso Guerra, La España en la que creo, que habla de principios y no de chalaneos. Porque no todo vale para mantenerse en el poder, ni debe de valer todo nunca. Alfonso Guerra ha escrito su libro «en defensa de la Constitución», quizá porque la ve en peligro.
Las promesas son el gran alimento de engorde de las campañas electorales, pero es necesario saber que, en caso de victoria, el que las hace debe de cumplirlas. Es decir, no se trata sólo de ganar las elecciones, sino de hacerlo con un programa viable, factible y cuyo objetivo real -y preferente- sea el bienestar de la nación. No se trata de ganarlas para mayor gloria propia, sino de triunfar en ellas para mayor honra y lustre del Estado. Esto reza para todos los partidos que concurren con la legítima aspiración de vencer.
Decía Cicerón que «el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes». Es algo que deberíamos tener muy presente en España. La clave no está en los caprichos de los puigdemontinos, sino en la reacción que impongamos legítimamente ‘los buenos ciudadanos’. Lo malo es que a veces, al escuchar a algunos de nuestros políticos, nos quedan muchas dudas sobre la bondad ciudadana de sus propósitos. Es decir, sobre la generosidad de su vocación pública. Así se nos vuelven a mezclar las promesas deseadas con los impuestos no deseados.