La Voz de Galicia

«Poner el cuerno»

Opinión

Javier Guitián

22 Jul 2019. Actualizado a las 05:00 h.

Cuando buena parte de la población estaba preocupada por el efecto de las radiaciones producidas por los teléfonos móviles, ahora resulta que un mal mayor nos acecha. Como contaba La Voz, varias personas han llegado a la consulta de su médico en los últimos días preguntando si, realmente, podrían tener un «cuerno» en la cabeza.

 Al parecer, un investigador australiano alertó del «cuerno», tras analizar mil doscientas radiografías de cráneos encontrando, además, que la prevalencia era mayor en los jóvenes que en los adultos. Esta protuberancia occipital es un caso de exostosis, un crecimiento anormal de un hueso, que se atribuye a las reiteradas posturas que utilizamos con los dispositivos de las nuevas tecnologías.

Veamos. La expresión «poner los cuernos», en referencia a las infidelidades, tiene un origen incierto. Se afirma que el cornudo es el que se entera el último de que le están siendo infiel. Por tanto, el origen de esta expresión es atribuido al animal que lleva cuernos y que no se los ve porque están encima de la cabeza. Otras explicaciones hacen referencia al derecho de pernada de los jefes vikingos que colgaban los cascos con cuernos en la puerta de sus tiendas mientras abusaban de las jóvenes de la aldea, e, incluso, al origen del Minotauro cuando Pasíifae tuvo relaciones con el toro de Creta.

Sea como sea la cuestión, esta nueva protuberancia es de gran utilidad para actualizar nuestro lenguaje a los nuevos tiempos. Así, nos permitiría acuñar la expresión «poner el cuerno» que sería algo así como poner los cuernos, pero con un dispositivo móvil. Hasta donde yo sé no teníamos hasta hoy una expresión atinada para cuando alguien es cazado en una infidelidad a través del móvil, redes sociales, etcétera.

En cualquier caso, la aparición del cuerno nos plantea enigmas fascinantes. Hasta ahora el mayor encontrado tiene una longitud de tres centímetros, que no es poco, pero no sabemos si es un apéndice de crecimiento limitado o puede seguir aumentando su tamaño; piensen que, si llega a diez centímetros, por ejemplo, la cosa empezaría a complicarse.

Tampoco conocemos si cada individuo tiene un cuerno que le identifica, algo así como una huella occipital, o si todos los cuernos serán más o menos iguales. Ignoramos si nuestro nuevo apéndice nos hará más o menos atractivos ante los demás, cuestión no baladí y, sobre todo, si la morfología del cuerno depende del tipo de móvil.

Para los gallegos la utilidad de la protuberancia es obvia. Si recuerdan antaño los paisanos se colgaban el paraguas en la parte de atrás de la chaqueta. Pues bien, la aparición de una protuberancia occipital podría facilitar el transporte del paraguas, algo vital en Galicia, utilizándola como colgador.

En mi caso, un gallego que lleva tocándose la cabeza toda la tarde, bienvenido sea el cuerno, aunque les confieso que me intriga qué nuevas sorpresas nos reserva el cuerpo humano.

 

 

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