La Voz de Galicia

Sobre escatologías y otras cuestiones

Opinión

Procopio

25 Jul 2019. Actualizado a las 05:00 h.

Todo se contagia. En los últimos tiempos a los políticos españoles les había acometido una obsesión. La de enriquecer sus currículos con un máster o una tesis doctoral. Contra todo pronóstico Corvus Corax Xacobeus no resistió la tentación. Necesitaba un tema y un padrino. Se acordó de un viejo cuervo amigo suyo con quien siendo jóvenes había compartido latines y gramáticas en el seminario diocesano de Mondoñedo. Ahora ejercía la docencia en la Gran Corveira del Campus de la Universidad Carlos III. Sin pensarlo dos veces allá se fue Corvus. Como tema el cátedro le recomendó algo relacionado con el feminismo. Estaba de moda y una punta de morbo garantizaba el interés de los lectores. Corvus pensó que quizá debido a su edad su amigo desvariaba. Porque los cuervos ni maltrataban a las cuervas, ni padecían violencia doméstica. Entre otras cosas porque no tenían casa. Ni discriminación salarial, porque lo suyo era volar y eso era gratis.

Desde antiguo pensaba que la desgracia de España -y de modo colateral la de Hispanoamérica- consistía en no haber tenido nunca ilustrados con una fuerte conciencia crítica. Nunca tuvimos un Kant, un Voltaire, un Diderot, un David Hume. Hume y su discípulo Adam Smith. La amistad que forjó el pensamiento de la modernidad. El Cuervo se sabía de memoria las palabras que el discípulo dedicó a su maestro el día de su muerte: «Tanto durante su vida como desde su muerte siempre lo he tenido por una persona cuya erudición y virtud se acercaban tanto a la perfección como tal vez permita la fragilidad humana». Un elogio solo superado por el que Platón dedica a su maestro el día en que Sócrates, más lúcido que nunca, se bebe el vaso de cicuta. Lo vio claro. Dedicaría su tesis doctoral a documentar esa amistad. Voló a Escocia. Y allí llevaba casi dos meses, rastreando legajos en Glasgow y Edimburgo, cuando sonó su móvil. Pampinea llamaba desde Punta Nariga. Solicitaba su participación en una mesa redonda. El Cuervo pensó que podría solventar el compromiso mediante videoconferencia. Pero pronto se dio cuenta de que no podía faltar. Sería una traición. Punta Nariga en Malpica de Bergantiños. Extremo sur del Portus Magnus Artabrorum. Comienzo norte de la Costa da Morte. Lugar donde de niño había gozado lances y aventuras con sus primos los corvos do Xallas cantados por Pondal. También lugar donde bien cerca yacía enterrado uno de sus héroes. Aquel hidalgo apellidado Gago que vendió su alma al diablo para ganarle un pleito al cabildo compostelano. Y que al ser enterrado lo vistieron de franciscano y le pusieron en la frente una espuela de oro en señal de que había sido caballero. Puso a buen recaudo los legajos, se metió entre pecho y espalda dos largos tragos de scotch y levantó el vuelo.

La reunión se celebraba en la sala de máquinas del faro. Fernanda Tabarés, siempre intrépida y rompedora, acababa de llegar de Venecia y estaba contando su experiencia en la Biennale. Una artista vasca, Itziar Okariz, había presentado una obra titulada Mear en espacios públicos y privados. En varios vídeos podía verse a la autora orinando en la vía pública. Orientando su vagina para una más eficaz y elegante salida de su pis. A los anticuados que no captasen el componente reivindicativo del mensaje se les ofrecía una explicación. Desde comienzos del siglo XIX el diseño social obligó a la mujer a orinar sentada en cubículos independientes, íntimos y protegidos de miradas ajenas. Por el contrario los varones podían hacerlo de pie, colectivamente y rozando el exhibicionismo. Con perspectiva histórica el suceso debía ser interpretado como un paso más de la revolución feminista en marcha. Alguien advirtió que exhibir en la Biennale los pises de doña Itziar le había costado al erario público 400.000 euros, pero nadie dijo nada. Corvus se creía un sincero defensor de la igualdad entre el hombre y la mujer. Pero se reconocía demasiado antiguo para entender lo que estaba viendo y oyendo. Tan antiguo que no pudo evitar que por su memoria apareciese don José Alcaniz, duque de Sexto. Alcalde de Madrid en tiempos de la Restauración fue el primer gobernante en instalar urinarios públicos en la capital de España. Y publicó un bando en el que figuraban las multas con que se castigaría a quienes siguiesen evacuando en la vía pública. El pueblo elogió el invento pero pronto hizo correr una cuarteta: «Dos reales por mear/ Dios mío que caro es esto/ ¿Qué cobrará por cagar/ el señor duque de Sexto?».

El disgusto de Pampinea ante la deriva escatológica que tomaba la discusión era bien visible. Con aire de malas pulgas miró por dos veces el reloj. Sin dar explicaciones dio por terminada la sesión y anunció su continuación en la mañana del día siguiente. También advirtió que se prohibiría la entrada a quienes calzasen chancletas, usasen calzón corto o se tocasen con gorra de béisbol con la visera orientada hacia el cogote.

¿Qué había querido decir Pampinea al suspender la reunión por su «deriva escatalógica»? Entre los más jóvenes ninguno lo había entendido. Corvus Corax Xacobeus aprovechó la ocasión para arrimar el ascua a su sardina. Con aire profesoral les dijo: esto os ocurre por no haber estudiado griego en el bachillerato. Escatología es término que llega desde dos palabras griegas con fonética similar pero significado diferente. Eskatos se relaciona con los excrementos, pero también con las cosas últimas. La teología cristiana la usa para discurrir sobre lo que le ocurre al alma después de la muerte. Cansado de escuchar una vez más la misma monserga, un joven se encaró desafiante al Cuervo. De acuerdo. Nosotros no sabemos griego ni latín. Pero es seguro que usted no sabe utilizar el 80 % de las posibilidades de su WhatsApp. Corvus pensó contestarle con una frase famosa de Steve Jobs: «Yo cambiaría toda mi tecnología por poder pasar una tarde con Sócrates». Pero tascó el freno. Porque en el fondo pensaba que la frase era ingeniosa, pero que contenía una buena dosis de postureo.

La cartulina y el juramento

El canto de un gallo anunció la inminente llegada de la aurora. Una algarabía de mirlos y estorninos pronto confirmó la noticia. En Punta Nariga estaba amaneciendo. Desde muy lejos el sol naciente alanceaba nieblas y tinieblas.

Pampinea se despertó tal como muchos años atrás Boccaccio la había piropeado en el Il Decamerone: «Alegre y honestamente vivaracha». A las nueve en punto ya estaba iniciando la reunión. Sin poder evitar que el acento toscano se entreverase levemente en su dicción. «Quiero que cada uno sea libre de discutir la materia que más holgare». El primero en tomar la palabra fue un hombre joven. Se puso en pie y levantó el brazo derecho mostrando una gran cartulina blanca. La cartulina contenía los resultados de una encuesta. El tracking demostraba que en los últimos meses la confianza de la gente en sus políticos había caído en picado. El joven pedía al auditorio una posible explicación. Tal como era de esperar, la respuesta más frecuente fue la corrupción. Pero Pampinea objetó que la caída de la confianza se había producido en unos meses en los que la corrupción no había sido especialmente relevante. Intervino un espectador que trabajaba en Inditex pero que en la intimidad se consideraba sobre todo politólogo. Nadie sabe lo que va a pasar. Aquí y ahora la principal obligación del Gobierno es reducir la incertidumbre y eso no se puede conseguir prometiendo satisfacer todas las demandas. La constitución de Cádiz -la Pepa- en su artículo 13 decía textualmente: «El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación». Pero eso es un deseo, no un programa. Mirar para otro lado. Pero la incertidumbre solo puede reducirse plantando cara a los problemas. El ejemplo más brillante y más honrado, en nuestra época, es el que ofrece Winston Churchill en mayo de 1940. «I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat». Frente a los que aceptaban acomodarse a las exigencias de Hitler: sangre, fatiga, lágrimas y sudor. Las antípodas del buenismo populista. Una señora ya mayor, alta, delgada y discretamente elegante, pidió la palabra. De ella solo se sabía que todas las mañanas hacía una tabla de gimnasia, que fumaba en boquilla y que nunca se perdía el concierto de la Sinfónica los viernes, ni los domingos la misa de una. Quiso resaltar un distingo. En las tomas de posesión antes se juraba y ahora se promete. El que tomaba el juramento decía: si lo hacéis Dios os lo premie, y si no lo hacéis os lo demande. Quien no cumple un juramento es un perjuro. Quien olvida una promesa es un olvidadizo o un caradura. Cuando se evita lo sagrado todo significado se vuelve contingente. Siempre ocurre igual, se empieza no creyendo en Dios y se acaba creyendo en los anuncios, en lo que dicen las redes sociales o incluso en las echadoras de cartas. En que las vacunas favorecen el autismo o que comer verdura evita el cáncer. La señora se asustó de su propio radicalismo. Temiendo ser considerada como una beata o una neófita de Vox añadió unas palabras de disculpa. Eso no me lo invento yo. Ya nos lo dijo Immanuel Kant. En La Metafísica de las Costumbres reconoce la necesidad de la fe en un Dios que pueda castigar a los perjuros.

El armario y la manifestación

Pampinea insistió: ¿de dónde le vendrá a la política actual tanta confusión e incertidumbre? Se hizo un largo silencio. La mirada de Pampinea recorrió el auditorio buscando la del doktor. Sin mediar una sola palabra este se dio cuenta de que estaba suplicando su intervención. Pseudonimus no estaba muy seguro de lo que iba a decir pero aceptó el envite. Los problemas que ahora más preocupan y conmueven poco tienen que ver con los que dieron origen a los partidos hasta hace bien poco hegemónicos. La lucha de clases está siendo reemplazada por la demanda de reconocimiento y de identidad. Desde el fondo de la sala llegó, airada, una voz: eso es una estratagema más para engañar al pueblo. Doktor Pseudonimus hizo como que no lo hubiese oído y continuó su disertación. No son solo los gays, postgays y el variopinto mundo de los LGTBI quienes están saliendo del armario. Ahí está la fuerza y la estrategia del Feminismo. Y los verdes, los jubilados, los amigos de los animales, los dependientes, las naciones sin Estado… Nuevos nichos en los que nacen y crecen las nuevas emociones. Alguien preguntó: ¿Y por qué toda esa gente gusta más de manifestarse en la calle que influir en el Parlamento? Pseudonimus dudó unos instantes, pero pronto se recuperó. Porque quienes salen del armario lo primero que necesitan es hacerse visibles. La manifestación no solo se ve a sí misma en las plazas y las calles. Automáticamente se multiplica su visibilidad en las pantallas de los telediarios y en las primeras páginas de los periódicos. Un friki que nadie sabía cómo se había colado en la reunión elogió la condición festiva y emocionante de las manifestaciones. Las banderas, los eslóganes, las canciones, los mensajes cortos impactando una y otra vez en dianas emocionales, el codo junto al codo. Las carrozas. Y llenándolo todo el griterío. Pseudonimus se acordó de Leonardo. «Dove se grida no e vera scienzia». Donde se grita no hay ciencia verdadera.

No podía negar la eficacia de las manifestaciones como instrumento capaz de generar y contagiar emociones. Pero a modo de consuelo se dijo a sí mismo: tal como vienen también se van. Y para quedarse más tranquilo montó la teoría. Las emociones son un fenómeno del cuerpo. Una tempestad de catecolaminas. Solo perduran si son capaces de cristalizar como sentimientos. Y eso es un asunto de espíritu. Un exconcejal que había perdido su escaño en las penúltimas elecciones le adivinó el pensamiento. Se puso en pie y sin pedir la palabra dijo: ahí les va un ejemplo. Aún no hace dos años el marqués de Galapagar ofrecía a sus fieles una tarea bien emocionante: asaltar los cielos. Y ahora anda mendigando un ministerio. Para adornar su intervención se permitió añadirle un latinajo: sic transit gloria mundi.

Sin que él se lo pidiese, Pampinea dio la palabra a su amigo Filóstrato. Este no se puso en pie, cerró los ojos y habló como musitando. Para mejorar la acción política deberíamos conocer mejor los recovecos del alma humana. Todo lo vemos y pensamos a través del prisma de la economía. El dinero sigue siendo importante pero por ser indicador de estatus y generador de respeto. A partir de cierto nivel de renta y educación lo que la gente demanda es reconocimiento y dignidad. Y de vez en cuando algún aplauso.

Un gallego que acababa de llegar de Venezuela con lo puesto, y que empezaba a ganarse la vida fabricando yogures ecológicos en Mesía, se dirigió a Filóstrato. No se devane usted los sesos. Lo que uno necesita es un país en el que no le suban los impuestos cada mes y en el que nadie pueda insultarte impunemente. Sonriendo, Filóstrato añadió: y en el que no sea necesario mentir para poder sobrevivir.

Plenilunio

El País de los cien ríos y las mil fiestas celebraba su gran día. Pero en Punta Nariga ya no sonaban gaitas ni explotaban foguetes en el aire. Era noche cerrada. Todo lo ocupaba la luz y el esplendor de una luna llena. Como bandada de pájaros, por la memoria y el corazón del Cuervo pasaron rolando unas palabras. «La luna, pupila de la noche, llena brillaba en su dorado coche». Unos versos que parecían recién llegados de un poema modernista pero que gozaban de más de veinticinco siglos de salud. Llegaban desde las odas olímpicas de Píndaro. Corvus se dio cuenta de que estaba soñando y a punto de despertar. Dudó unos instantes y decidió seguir soñando. En su código personal renunciar a gozar de un plenilunio no solo era un error. Era un pecado.

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