Investidura: el rey y Pedro Sánchez
Opinión
09 Aug 2019. Actualizado a las 14:24 h.
Según resultaba previsible, una reciente afirmación del jefe del Estado («Lo mejor es encontrar una solución antes de ir a elecciones») ha levantado una notable polvareda, derivada, sobre todo, de las posibles lecturas interesadas que los líderes políticos podrían hacer -o están haciendo ya- de sus palabras. ¿Ha metido el rey la pata? ¿Favorecen sus declaraciones a Sánchez y al PSOE? ¿O compete, por el contrario, al jefe del Estado subrayar que solo se debe ir a elecciones cuando sea imposible la gobernabilidad?
Contestar cabalmente esas preguntas, exige, a mi juicio, responder antes una previa: ¿Cuál es la finalidad de la investidura prevista en la Constitución? La respuesta es muy sencilla: elegir un presidente del Gobierno capaz de dirigir una mayoría parlamentario-gubernamental durante la duración de la legislatura. Dicho de otro modo: la investidura no persigue solo elegir un presidente, sino uno que pueda gobernar, por tener detrás la mayoría suficiente para hacerlo.
Estando ello claro, lo está también que no es el rey quien ha de asegurar que el candidato propuesto pueda gobernar, pues tal responsabilidad compete exclusivamente al que se presenta para obtener los votos del Congreso. El jefe del Estado debe limitarse a constatar que quien se postula como candidato podría en teoría obtener el respaldo de la Cámara, sin entrar en la cuestión política de si, efectivamente, está en condiciones de lograrlo. Hacer esto último metería al rey de lleno en la melé de la lucha de partidos y rompería la neutralidad política que ha de presidir todos sus actos.
Por eso, en la situación en la que hoy nos encontramos, no es el rey quien se ha excedido en sus funciones, sino Pedro Sánchez, quien está poniendo patas arriba todos los equilibrios institucionales del sistema, incluido el papel del jefe del Estado. Pues, aunque el rey tendría que nombrar a Sánchez nuevamente candidato si él se empeña, es el líder del PSOE quien jamás debería postularse para tal candidatura de no tener posibilidades reales de ser elegido o, aun teniéndolas, de ser esa elección solo el comienzo de una etapa de desgobierno, llamada a fenecer tan malamente como la surgida de una moción de censura institucionalmente disparatada y políticamente desleal.
Esa es la razón por la que las palabras del rey llamando a evitar, si fuera posible, nuevas elecciones pueden interpretarse como una intromisión en la política, pero, también, lo que creo más ajustado al pulcrísimo respeto a su papel con el que ha actuado hasta la fecha nuestro jefe del Estado, como la constatación de que las elecciones son un último recurso ante la incapacidad de los partidos de encontrar un mayoría estable de gobierno, y no el medio oportunista del que echan mano uno o más partidos con la intención de mejorar su posición parlamentaria respecto de otro u otros. A eso se le llama, en román paladino, juego sucio.